domingo

Consecuencias de haber hecho solamente el bien

          Quiero decirles hoy, breve y en enumeración completa, cuáles fueron las consecuencias más importantes de haber hecho el bien durante todos los días de mi vida. Quizás todavía me halle en la mitad del camino, pero, si hoy me muriera, la descripción sinóptica de mi realidad sería la siguiente:

          .No tengo familia. Mis hermanos no han querido apoyar mis demandas relacionadas con la psicopatía de mi padre, la condescedencia de mi madre a su accionar mórbido y las innumerables conductas de agresión patológica que me ha dirigido. Mis tíos se han plegado a la doctrina de mi padre, por ley del menor esfuerzo. Me queda una sola abuela, por poco tiempo, que no tiene fuerza para asumir ninguna postura. Mis primos están fuera de la discusión. El único pariente con el que tengo alguna relación vive a más de 10.000 km, y está absolutamente de acuerdo conmigo. Quizás me convenga viajar hasta allá y convertirme en un marielito.

          .No tengo amigos. Con los años mi angustia ha crecido tanto que mis amigos, consciente o inconscientemente, claramente evitan el mayor contacto. Nos reunimos una o dos veces al año, en pequeñas comidas en las que no se habla de cosas importantes. Mis comentarios reivindicatorios o depresivos los incomodan. No obtienen ningún beneficio de mi presencia ni de mis ideas.

          .No tengo trabajo. Renuncié al Poder Judicial hace dos años y medio porque uno de los jefes era igual a mi padre y no lo pude tolerar. Debía convalidar con mi silencio situaciones injustas que me ocurrían a mí y a quienes trabajaban conmigo (¡situaciones injustas en el Poder Judicial!). Debía redactar sentencias injustas. Hablando con un juez, le dije una vez que debíamos ser la reserva moral de la comunidad, y se rió. En pocos lados me respetaron menos. Cuando me quedaba solo en casa, lloraba. Luego de un período de descanso, intenté montar un pequeño bufete, pero me quedé sin dinero antes del año. También me asocié con algunos conocidos para abrir un “café-bar” en Flores, pero esta gente se manifestó altamente trotskysta y consideró que, como yo sólo aportaba dinero y no trabajo, entonces no aportaba nada, y comenzó a explotar el negocio al estilo izquierdista, organizándolo como una “fábrica recuperada” anticapitalista, con el único afán de lucro necesario que les permitiera pagar el alquiler y comer. Les dije que trataran de devolverme el dinero de alguna manera y en el plazo más amplio posible, pero, preparados sólo para resistir, no me han dado ninguna seguridad. No voy a contratar a ningún abogado para que defienda mis intereses, ya que, debido a mi bondad, aporté dinero sin pedir la firma de ningún documento, sólo por la confianza que me merecía el grupo que no sabía que era trotskysta. Hoy en día sostienen con fervor que abandoné el barco.

          .No tengo dinero. El poco que me queda es el que me dio mi ex novia para que dejara de salir con ella. El resto lo gasté confiando en la gente. Ahora te cuento lo de mi ex novia.

          .No tengo novia. Me ilusioné y me desilusioné. Las consecuencias de esta desilusión se manifestaron en forma de explicaciones permanentes, producto de mi angustia. Las causas de mi desilusión fueron terribles, pero en todo tiempo consideré que no correspondía recriminar nada a la chica, sino hacerle saber que yo conocía esas causas. Así y todo, le molestó la cantidad de veces que le describí mi desilusión, y, como estrategia de defensa, asimiló mi discurso triste a insultos, como si yo, diciéndole que me lastimaba la verdad y expresando esa verdad, hubiese tenido intención de injuriarla. Como dije, para que dejara de soterrarla con las toneladas insoportables de mi discurso eterno y más pesado que el mercurio, finalmente la chica decidió entregarme una suma de dinero, acelerando así el trámite (no le afectaba mi desilusión). Algún día se lo devolveré. Quizás le deje mi casa en un testamento.

          .No tengo casa. En verdad, tengo una casa en un lugar muy alejado del que vivía. Pero es una casa muy pobre: su valuación fiscal es tan baja que el Gobierno me eximió de pagar el impuesto inmobiliario. Necesita muchos arreglos, pero no tengo dinero para hacerlos. Últimamente un vecino se quejó del peligro que significarían sobre su techo o no sé sobre dónde las ramas de un pequeño sauce que crece en el fondo de la casita: un jardinero me pidió 150 pesos para talarlo, pero ahora 150 pesos me parecen una fortuna. Hoy se rompió una perilla de la cocina y me dije “mirá qué pasaría si se te rompiera la cocina entera”; tuve que despejar con mucho esfuerzo esa idea.

          .He descubierto todos mis límites. En especial, los descubrí durante la última relación afectiva, la de la chica que me pagó para que me fuera. NUNCA el destino me deparará los placeres y las posibilidades que a ella, y a todos los que la fecuentaron, les ha prodigado.

          .No tengo cobertura médica. Es una consecuencia, como muchas otras, de no tener dinero.

          .Se ha alimentado mi vulnerabilidad. Como mis pensamientos jamás toman en cuenta la solución “zorra” o de conveniencia, la porquería cree entonces que no sirvo para nada, porque soy tan inofensivo que ni procuro el mal ni obtengo beneficios ni se los hago obtener a los demás. Sí se aprovechan en forma gratuita o muy barata de mis capacidades, de mi inteligencia o de mis trabajos. Me sancionan con ímpetu cuando alguna de mis palabras o de mis acciones amenaza con mellar cualquiera de sus intereses, aun los más mínimos. Tengo una tía, por ejemplo, que no me habló nunca más porque leyó en estas páginas algo que no le gustó. Tengo otra a la que le dije tres cosas que eran verdad y tampoco me habló más. Tuve hace mucho una novia que siguió encontrándose conmigo mientras no tuvo otra pareja, porque argumentaba que me amaba y por ende me necesitaba, pero también dejó de hablarme el día siguiente del que se apareó con alguien y comenzó a considerar que entonces tenía novio, y que mi presencia no era ya necesaria. Algunas madres de mis ex alumnos particulares dejaron de enviarlos cuando me mudé a cinco cuadras, molestas porque sus hijos deberían caminar esa distancia, que antes se reducía a una o dos cuadras. Todo esto me daña, porque, además de bueno, soy extremadamente sensible, y por sobre todo porque pienso que el bien no debería recibir como recompensa el mal.

          .Mis ideas y mis conductas son permanentemente puestas en tela de juicio, y quienes esto hacen terminan extendiendo a toda mi personalidad el resultado negativo de ese juicio. Normalmente, veo que los interlocutores respetan a aquéllos respecto de los cuales sólo disienten. No sucede lo mismo conmigo. Yo predico “hacer el bien antes que el mal”. Predico “dignidad antes que decadencia”. Pero me dicen que no, no sé por qué, y se enojan y me sub-califican, producto de ese enojo. Esto no puede ser porque se sientan afectados por mis palabras, pues, como ya dije, soy débil y vulnerable, y no tendrían necesidad de sostener ninguna defensa en relación a ninguna de mis palabras: simplemente con no contestar el asunto ya estaría terminado. Pero me niegan verdades evidentes, con fervor de discusión sanguínea, y luego injurian sin ningún prurito (por ejemplo: "vos pensás así porque tenés la panza llena" o "vos perdoname pero si pensás así sos un tarado" y esas cosas). Creo que la razón por la que el prójimo siente que frente a mí puede reaccionar de la manera que lo hace es precisamente mi bondad, que me torna inofensivo e indeseable (no se olvide que todas estas características deben conjugarse con mi fealdad física; ya volveré sobre este punto). Además, como si tuviesen una capacidad de inteligir oculta que en el momento de hablar conmigo se ven obligados a esgrimir con eficiencia, le buscan la vuelta de falsedad a todo lo que digo, hilan fino, van pesquisando, en medio de mi discurso casi bíblico, en qué punto piso el palito. Por ejemplo, invocando el contenido de estas páginas, me argumentan frente a cualquier situación: “no, no te hagas el bueno, vos no sos bueno, vos tenés un blog donde puteás a todo el mundo”.
          Más allá de esto, la tendencia general es no prestar atención a ninguna de las cosas que digo. Esta particularidad se nota, en especial, en las mujeres que tienen marido e hijos, que vez a vez dan por finalizada la conversación iniciando con compulsión de un segundo al otro alguna tarea como levantar los platos o sostener algún bebé y emitiendo un "¡Bué!" corto que me deja sonriendo como un pelotudísimo gato de Cheshire, lo cual me produce una desazón imposible de describir.

          .Nadie me desea. Nadie desea a una persona que solamente es buena. Las chicas se quieren coger a cualquiera, a los mediocres, a los empresarios, a los hombres en general, pero no a mí, porque no tiene sentido dejarse aparear por aquél que no te reportará ningún beneficio más que algunos segundos de orgasmo, que pueden conseguirse con gente mucho mejor, gente que se sabe defender y que es capaz de conseguir lo que quiere, no quedarse sentado lamentándose por lo que pudo ser o por lo que es. Porque así hablan, abstracto, yo mucho no les entiendo. A mí me quieren coger después de haberse copulado a varios de los que acabo de describir, como para iniciar una relación seria que solamente tiende a redimirlas de alguna manera; porque es verdad que causo buena impresión entre las familias. Entonces dicen que antes se equivocaron, pero que de mí se enamoraron, y que se dieron cuenta de eso estando con una persona buena como yo. Igualmente, cuando se cansan, se van o dejan que me vaya, y después se vuelven a aparear con tipos que quizás no sean tan inteligentes y superlativos, pero sí más concretos y menos problemáticos, y que en definitiva las valoran por lo que son y no por lo que hicieron, cosa que tampoco nunca entendí. O sea, lo del apareo reincidente sí lo entiendo; lo que no entiendo es ese imperativo decadente de tener que percibir el valor de una persona sólo a partir del mero presente, obviando el bien y el mal que hasta ahora ha venido queriendo ejercer.

          En suma, estoy solo. Mi fracaso en Buenos Aires me ha hecho retornar a la casita del Interior, donde no conozco a nadie. No recibo llamados de teléfono, los mails que me llegan a la casilla son todos “spam”. No conozco a los vecinos. No sé qué voy a hacer en este pueblo, en el que me exilié para escapar del mal de los demás. Pero acá también están los demás.

          De todas formas, está claro que yo no inventé el asunto de "la bondad y no más bien la maldad". Cualquiera que haya leído a Sade sabe que la cuestión no pasa más que por un reordenamiento de moléculas (“a la Naturaleza lo único que le importa es la materia, no lo que haga la materia”). Comunidad de libertinos, entonces, antes que comunidad de virtuosos; o ninguna de las dos.

          No sé que voy a hacer, más que seguir siendo bueno, o seguir llorando. Así me va a ir.