martes

La hoguera del mérito

     - Pero, ¿no te das cuenta de que tu familia no es parámetro de nada, porque están todos enfermos?

        - Sí: lo que vos decís figura en todos los manuales de psicología elemental. Pero entenderás que desde mi posición resulta bastante molesto que se trate de una enfermedad cuyo síntoma es precisamente el disfrute.

         - Bueno, no hay nada que se pueda hacer. Cualquier actitud que adoptes va a redundar en tu perjuicio, dado el núcleo mórbido en que se desenvuelven esas relaciones. Uno o más psicópatas, no los conozco, idiotizaron a los demás, que quisieron voluntariamente idiotizarse (funciona de ese modo) y, además, no asumir ningún compromiso a tu respecto, lo que se acentúa desde el punto de vista del trastorno cuando tomás en cuenta de que uno de los involucrados es tu madre. Probablemente se te ocurra como defensa reproducir la estrategia y estupidizarte vos también con el asunto del karma, del Infierno. Será nada más que un consuelo, punto, con el costo de haber utilizado herramientas ancestrales que por tal razón van a seguir potenciando el padecimiento de todo el grupo, aunque no estés en contacto. ¿Por qué no dejás que sintomaticen ellos, aunque sea a través de lo que vos creés que es su alegría?

         - Porque cada tanto no puedo detener el desprecio, y cada otro tanto, el odio.

         - Es así. No es de otra manera. A vos no te va mal. Y si el problema es que todo es una injusticia, bueno, a joderse. Qué querés que te diga.

       Entonces se me vino esa escena del Mouse de Spiegelman, la del psiquiatra sobreviviente que explica que en la cuestión intervino solamente el azar, y mi reflexión posterior de que la porquería puede ser culpable, pero el azar, como cualquier máquina en sí misma, es insusceptible de valor. Como las determinaciones mórbidas de cualquier desviación del aparato psíquico: las patologías en juego, incluidos mi odio, cualesquiera de mis reacciones, y aun mi indiferencia.