sábado

Ahora me explico

Las mujeres de dudosa reputación buscan frecuentar a las mujeres honestas, por una especie de... nostalgia de la virtud.


Max Ophüls, La Ronde, 1950

jueves

Cositas de papá (XIV): Pietro mea la tabla

          Otra de las variantes de escarnecimiento activo de mi padre era, desde mi muy pequeña edad, culparme de que había meado la tabla del inodoro.

          -¿Qué mierda hacés con el pito?- decía, a la vista de todos y al oído de mis hermanos. -¿No sabés pishar como se debe? ¿Por qué carajo no levantás la tabla? ¿Por qué tu madre tiene que entrar al baño y ver la tabla meada?

          Mamá, en general, según su péndulo incesante, vegetaba como una garza en alguno de los dos extremos de su dinámica.

          Cierta vez, en casa de mi abuela, papá comenzó de buenas a primeras a postular esta coherencia lacerante, ahora para el entendimiento de su madre, diciendo que Pietro era un meador de tablas, que no sabía mear y que había que andar detrás de él para componer los desastres que dejaba en el baño, al que después tenemos que ir todos. Precisamente mientras marchaba yo a orinar a la vista de la tribuna familiar, mi padre declamó:

          -Guarda porque éste te va a mear la tabla.

          -¡Ay, Roberto! -se asombró mi abuela.

          -Sí, sí -confirmó mi padre -el tarado éste no se fija y te mea la tabla.

          -Losotros día -intervino mi madre, emergiendo del silencio de asentimiento en viaje instantáneo al otro extremo de oscilación -se agarró el pito y empezó ¡bbbb bbbbb bbbbb! -practicando mientras la mímica de agarrar una manguera, con la lengua a medio asomar, como un niño con trisomía del par veintiuno. Y continuó: -Así hacía: ¡bbbbbb, bbbbbb!, como un boludo, y después había que ir a limpiar porque quedaba todo meado.

          Tiempo después desgrané las razones de esta fijación genital de mis padres, que eclosionó cuando desarrollé mi pene y me hacían notar vez a vez el desarrollo señalándome que se me notaba el pito y que me cambiara el traje de baño por otro más holgado; o bien consignando de viva voz que tenía olor a bolitas, órganos que, como decía el psicópata frotando chapa ilusoria y mendaz de heredero natural de la decencia provincial de sus mayores, llega una edad en la que empiezan a jeder.

          Este repetido episodio de la infancia, apreciado en retrospectiva, da el peso de propia caída de la entereza espiritual de mis padres y no debiera dañar. Pero no sé por qué conservo de esa miseria el temor de mojar la tabla del inodoro cuando estoy en casa ajena, y me adjudico niveles de humillación pensando que, para el caso de que orine sobre el plástico y aunque tenga a mano algún elemento de limpieza, no podré evitar por ejemplo la diferencia apreciable de textura entre la parte que recién limpiaré y la que no resultó ofendida por las gotas ácidas de mi vergüenza. No asombra entonces el hecho de que todas las veces que entro a un baño público pienso en el privilegio de quienes sin mayores miramientos esparcen su descuido o sus libertades para que yo las vea en tributo al psicópata, a quien también legitimo -váyase a hurgar el motivo- resistiéndome siempre a levantar la tabla del inodoro, quizás para confirmar, como decía el hijo de mil putas y condescendía Mamá Susana Péndulo, que qué mierda hago con el pito, no ves que el pito te va a llevar a amar y multiplicarte, y nosotros, que somos una díada sadomasoquista irreversible y mórbida, queremos sacrificarte en el altar de nuestra patología.

domingo

Propuesta Indecente

          "¿Por qué no te metés en la pileta?", dice Cholita. "Porque no me gusta exhibir mi cuerpo", contesto. "Pero mirá ese señor, lo grandote que es e igualmente está disfrutando con el torso al aire".

          Y entonces le explico: "Es que en el ámbito burgués la rechonchez está bien vista: los burgueses no guardan ningún empacho en mostrar sus cuerpos sobrealimentados, porque representan la prueba más evidente de su opulencia. En mi caso, en cambio, la corrupción de mi abdomen, de mis tetas, los colgajos de mis brazos y la acumulación inmunda de grasa en mi cintura son el elenco patente de mi decadencia".

          Entonces Cholita continúa leyendo el diario.