sábado

Tabula arrasada

          Cuando mamá decía "no sé", echaba al mundo total una referencia que se encontraba fuera del límite del espacio construido por papá. De este modo, decir "no sé" conformaba un acto proactivo de muy notoria franqueza, que, además, importaba tanto la negación del topos no papá, cuanto la afirmación del universo al que ella fiel y obscenamente había adherido.
          Así, cuando, de niño, quise tener una bicicleta, me respondió "no sé", porque papá no quería obsequiármela, pero tampoco deseaba comunicarme esa decisión (expresarse en otro sentido hubiese significado desplegar manifestaciones sobre ideas que no existían). Años más tarde le pedí consejo acerca de qué carrera universitaria seguir; me contestó "no sé", porque en la estructura de mi padre el estudio es una actividad de última prioridad propia de vagos o de ricos (fue educado en una subcultura según la cual "el que quiere estudiar, estudia de noche"; "el que no trabaja, se va de esta casa"; por lo demás, papá no estimulaba mi condición de universitario); entonces, mamá, osmotizada en la viscosidad de mi padre, expresaba su honestidad de vaca y a la vez (del otro extremo del péndulo), refirmaba la cosmovisión de su cónyuge, que publicaba suya también. Si un pariente nos invitaba a alguna reunión y quería saber si nuestra familia asistiría, mamá contestaba "no sé", porque aún no lo había conversado con mi padre y, por ende, esa verdad ("el sábado por la noche iremos a casa de...") no tenía aparición en su universo.
          Con los años y la pérdida de interés y paciencia para todo lo que no se relacionara con su esposo, mamá comenzó a utilizar la expresión "no sé" para rebatir, negar o hacer referencia a un vacío que, ya irreversiblemente consustanciada en la masa conyugal patologizada, realmente para ella significaba en el momento del diálogo una "no-posibilidad", porque no había sido introducida todavía por papá. Entonces uno podía comentarle, por caso, "este cuatrimestre me inscribí en tres materias", y ella "respondía" no sé; "anduve a caballo en el campo de un amigo", y ella, no sé; "compré una torta cuando ustedes no estaban, la puse en la heladera, si quieren comer..." y su respuesta era no sé, porque a mi papá no le gustan las tortas.
          No obstante, para justificar la psicopatía de mi padre, mamá agotaba recursos; y, cuando ya resultaba imposible la justificación, se armaba de una locura de loca mala en el que su "no saber" se potenciaba hasta límites espantosos, quizás porque la familia de papá se vanagloria de su ignorancia y la utiliza históricamente como eximente de responsabilidad. De tal modo, cierta vez que discutí luego de que mi hermano expusiera sus miserias, y como papá tomara parte en el asunto conduciendo el intercambio de ideas hacia una debacle familiar (como era síntoma propio de su psicopatología), mamá me tomó de la camisa, pellizcó llorando una de las mangas y a los gritos me reprochó:
Mirá lo que hiciste, hijo de puta.
          "No hice nada", respondí. "¿No seguiste la conversación? ¿No te diste cuenta de que papá se entrometió en una situación que ya estaba por solucionarse y comenzó con su discurso denigratorio de siempre?"
Mamá entonces respondió a los gritos "no sé", "mirá lo que hiciste", y quizás fue ése el día en que se encendió en mí la sospecha de que había crecido en un núcleo familiar enfermo, y que las consecuencias de ese aprendizaje seguirían vivas hasta el final de mi tiempo, influenciándome para siempre.