viernes
Mi madre y el Imperativo Categórico de Kant
Cositas de papá (IX) - Un lugar menos por culpa de éste
lunes
De la crónica diaria (III) - Vicisitud confirmatoria en BK
Clarín del 17 de octubre
Qué tul.
Qué pienso cuando veo a una embarazada
Entonces para mí una embarazada es una mina que se cansó de coger porque sí y que se le cantó el ojete de tener un hijo. Pero claro, como no es lo mismo una MADRE que lo puta que fueron, ahora buscan (y reciben) la absorción automática de una sociedad a la que le chupa un huevo el pasado y que estructura toda una serie de mecanismos tendientes a acoger favorablemente (y a incluir en el mercado) una versión ahora maternal de la cópula avalorada que hasta el momento venían cultivando. Entonces empiezan las pelotudeces crónicas que hacen a la vida prenatal de la pareja: los turnos con el obstetra (al que tratan de vos, como si fuera un par, y que también tiene hijos chiquitos como ellas; está en la misma), el conteo mórbido de semanas y días -que incluye la hipocresía de decir cosas tipo "el sábado entra en la novena semana"-, la justificación de las inconductas o de los absurdos por la sobrecarga hormonal, y otros fantasmas urbanos como el de la sobrevaloración del hombre que las acompaña (es llamativo, pero asqueroso, advertir cómo la embarazada se prende con temor desesperante a la monogamia durante el período de gestación: a pesar de sus devaluados principios de cópula social, se ubica como nunca durante la gravidez en un estadio de desprotección y desconfianza patológicas al que también otorgan rango de derecho; piensan en verdad que a “él” le compete legítimamente el salir a cogerse a cualquiera porque es más difícil garchar con ellas, que se pueden mover menos y están “horribles”, según sus relatos; es asqueante también escuchar confesiones de padres cubiertos de pelos en las que sin ningún tapujo reconocen que se excitaban más cuando sus compañeras de colchón estaban embarazadas, Dios mío. ¡Dios mío!).
Ahí comienza un andar al principio desorientado y todas las veces novedoso por el camino de la aparente virtud; un agitar torpe e ignorante del precepto de la multiplicación transformado en moneda de cambio de los beneficios más injustos y a la vez más cotidianos y pequeños, a los que se les otorga estatus de obligación por así corresponder; un sendero conductual impune que sólo se justifica ideológicamente por la circunstancia de que ésa es la postura asumida por el sentido filodecadente del resto. Y así se adelantan en todas las colas, empujando y blandiendo quizás algún otro hijo pequeño y normalmente sucio de baba o moco; no les importa si el colectivo está lleno y suben igual, en la seguridad de que algún pelotudo que cree que el honor pasa por ahí va a desgañitarse para tocar la supuesta inmoralidad del que va sentado, exigiendo retóricamente si “no hay un caballero que le dé el asiento a la señora que está embarazada”; van a recibir preguntas de “cuánto falta”, sonriendo, cuando antes le miraban el culo, las tetas, o la ignoraban; se salvan de multas, se les aceptan las más disparatadas visiones del mundo y opiniones que muchas veces rozan lo nazi; les disponen cajas especiales en los supermercados a los que empiezan a aficionarse y se les permite interrumpir cualquier cosa (una conversación, una película, un llamado telefónico, una consulta médica –he visto pacientes que dejaron paso a embarazadas que tuvieron el tupé de golpear la puerta del consultorio para pasar por encima del derecho de quien se estaba atendiendo-, un viaje en colectivo, una clase, un cumpleaños).
Pero todo esto es una muy enorme mierda mentirosa, que no refleja ni el diez por ciento del sentir verdadero y real de los actores sociales. La prueba de que estas débiles permisiones conforman tan sólo un mero entretejido de roles de interacción de preguntas, respuestas y actitudes estandarizadas que tienden nada más que a salvar el culo particular de cada uno de los que las practican, es el hecho de que, en otros contextos, las reacciones frente al hecho del embarazo resultan contradictorias y claramente opuestas, y también todo ello es aceptado, aunque impliquen claros actos discriminatorios. En efecto: si una mujer queda embarazada y decide en ese estado bucar trabajo, nadie la toma (cuando mi hermana gestaba a mis sobrinos mellizos, una amiga que trabajaba en Telefónica me dijo así “te diría que ni lo intente, que ni intente presentarse”); si entró hace menos de un año y se embaraza, la echan; si lleva cierto tiempo en el empleo, en cambio, la ascienden y le conceden todas las licencias del reglamento, porque nadie quiere hacerse cargo de la hijadeputez y las reprimendas y denuncias que significaría demorarla en la carrera laboral por el sólo hecho de tener un hijo, aunque de ese modo se perjudique también discriminatoriamente al que trabaja cabalmente y que ha elegido un camino moral bastante más determinado que la uterina de marras. Si a un taxista lo para una embarazada que está sola o con un niño, detiene el auto; si está acompañada por un adulto, se reducen las posibilidades de que el taxista se detenga, porque aumentan al mismo tiempo las de que la “parejita” lo afane, en la creencia popular. Un tipo no sale con una mujer embarazada de otro, y, comúnmente, no se hace cargo de haber participado en el embarazo de su partenaire sexual que hace pocos días conoció (pues, “¿quién me asegura que el pibe sea mío…?”; los únicos casos de perdurabilidad de parejas recién conformadas y ya embarazadas que conozco, son aquéllos en los que ambos participantes sexuales realizaron con posterioridad a la noticia de preñe una evaluación de costo-beneficio y, aunque no había amor propiamente dicho, decidieron “formar una pareja” porque la otra solución habría sido mucho más costosa en términos de esfuerzo de cualquier tipo (ejemplos: compañeros de trabajo que se garcharon descuidadamente, vecinos, novios de padres decentes, minas que salieron a coger por despecho; mujeres de edad a las que, con la interrupción de la gestación, se les iría también la vida). En el resto de los casos, generalmente abortaron o tuvieron la suerte de que se detuviera el crecimiento del feto antes de tener que tomar una decisión. Sí, sí, ya me vas a decir que una que vos conocés se hizo cargo del bebé; pero es el 1%.
Por lo demás, ¿no gana resistencia la mujer embarazada? ¿No es más fuerte que cualquiera de sus congéneres que no concibieron? ¿Entonces a santo de qué vienen los nuevos beneficios? La preñada come más y más sano, pues se olvida del asunto de las dietas de sólo yogur y ensalada; se le ensanchan los tobillos, los pies, y por eso tiene más estabilidad que cualquier otra persona, hombres incluidos; retiene líquidos que la hacen más resistente a los cambios de temperatura, manteniendo la homeotermia sin esfuerzo; gana masa muscular y lipídica, lo que le permite tener más fuentes de fuerza y reservorios de energía; se torna más agresiva en virtud de la mayor regulación hormonal, y más emocional en la intimidad, lo que le asegura la contención de su pareja; duerme más llevada por el sedentarismo, o menos, en virtud de su impredecible vertido de jugos orgánicos, lo que también la hace más agresiva y consecuentemente, aumenta sus capacidades de defensa. ¿No copula, igualmente, la preñada? ¿No sufre en algunos casos un aumento en pocas semanas del 25% de su peso normal, y continúa la vida alegremente y sin más obstáculos que la insatisfacción de sus nuevos y locos deseos descontextuados? Y en función de lo que se dijo antes, ¿no se las ve queriendo a los gritos que se respeten sus originales derechos en los supermercados, las colas de ascensor, en los bancos, en los colectivos y trenes, en los edificios públicos, en los sanatorios, en los cines y aun en las universidades?
Cómo hubiera querido yo que la experiencia concreta, el “día a día”, me encontrase espectador de mujeres virtuosas, cuya maternidad no implicara la legitimación de conductas claramente decadentes y el “dar vuelta la página” de una vida alejadísima de la virtud y el sentido humano de la existencia. De mujeres que ya después de los 19, 20 años, quisieran casarse y tener hijos en lugar de “vivir primero y formar una familia después”. Qué satisfacción habría sido para el que persigue un mundo humano el ver en el otro una confirmación del ideal, y no una desviación espuria que se justifica en que los ideales no existen. Quién fuera el feliz hombre que cotidianamente pudiera regodearse con la confirmación virtuosa del pensamiento virtuoso, y no el hombre actual, que también se regodea con la confirmación de aquello que ni siquiera pretende como elaboración de nada, sino como algo que se da. Cuánto hubiese entregado, en definitiva, porque la porquería se desprendiera de su vocación de medianía y su instinto de segunda categoría, y se propusiera cambiar la deplorable condición animalizada de su devenir vital, entre otras cosas proyectando construir a consciencia un sentido valioso de la maternidad que implique, como escuché decir a mi maestra de 7º grado hace muy poco, “hacer de un hijo una obra de arte”. Pero qué obra de arte puede nacer de esta porquería, qué Gioconda, qué Arco del Triunfo, qué Miguel Ángel va a salir de toda esta mierda, que encima se explicita todos los días sin la vergüenza que debería tener elevando sus argumentos y justificaciones de cuarta al rango de verdad absoluta; y es tanto el número, tanta la afluencia de especulaciones fecales dichas a voz de sonrisa que cada jornada ves y escuchás, que hasta el olor que yo les siento en todos lados -y que me lleva a depreciarlos- se instala entre ellos como el perfume de la verdad; y mientras, lo que debiera florecer se desvanece sin que nadie añore el jardín que había antes de que llegaran ellos.
miércoles
Resulta que ahora se me ofenden las personas decentes
La llamé enamoradísimo un mes después, para proponerle borrón y cuenta nueva; pero me rechazó desde el "estar bien", desde el "se me fue la contractura de la espalda que tenía cuando vivíamos juntos" y desde el "no, mirá, vos sos un celoso patológico... vos estás MUY MAL, Pietro"; y así salió a que le quiebren el orto otra vez, o a aceptar seducciones así nomás para coger. Le dije "¿pero para vos no había que dar vuelta atrás con los errores del pasado? Bueno, demos vuelta atrás con nuestros errores y empecemos de nuevo". Y me contestó: "No, cuando yo dije dar vuelta la página me refería a los hombres". "Ah, ¿a los hombres?" contesté, titubeando y muy amargado. "Sí, Pietro, dar vuelta la página con los hombres..."
jueves
Una respuestita de mamá
viernes
¡BIENVENIDO TODA TU MIERDA A TODA TU MIERDA!
Ahora, a no me acuerdo si tres o cuatro meses de la debacle luego de la cual experimenté la real sensación de que la porquería va a seguir siendo porquería irreversible y que su única vocación es construir mierda mientras tiene orgasmos viendo su obra (u olvidándola), ahora el sitio me permite reponer la dirección que pertenece desde hace casi dos años a este espacio, "todatumierda.blogspot.com".
jueves
Todavía no puedo
lunes
Perdón
viernes
Elogio del tomate
lunes
Vuelta al nido
Amigos, en un acto de clara cobardía suprimí hace unas semanas el blog "Toda tu Mierda". Pensé que la búsqueda del prójimo, que me proponía entonces, no podía sostenerse precisamente en la negación del prójimo. Pero la vida multiplicó los ejemplos de desaparición del semejante, y de multiplicación de "otra cosa", más allá de algunas claras muestras de amistad o intención de lo bueno universal.
Me parece ahora que no puede ser lo mismo el hombre en sentido virtuoso (o la mujer, claro) que cualquier otro vertebrado, y mucho menos que aquél que edifica y difunde su modelo de execración a partir de máximas de supuesta filosofía consagrada, que tendrían valor solamente porque todo el mundo las sigue. Le estaría faltando el respeto a mis amigos si, con mi silencio, los embolsara en el mismo saco que a la porquería, o no diferenciara los sacos.
No puedo permanecer callado, amigos, por más que mi aporte no signifique nada. El efecto será como insultar al dictador antes del fusilamiento: no sirve para nada, pero no tendrá el mismo valor que morir llorando. Lamentablemente, hablar mal del cáncer no cura el cáncer... sólo constituye un aporte para que mejores mentes reflexionen acerca de la necesidad de su erradicación, y de los caminos para lograrla.
Necesito unos días y lo vuelvo a subir. No puedo dejar de ser yo, lo siento por mí y por todos... Por eso, desde ya, pido disculpas.
Probablemente transcriba este mail en el primer posteo.
Un abrazo. Pietro Tul.
domingo
Certeza de domingo
jueves
Escena en un colectivo de provincia
Cositas de papá (VIII) - Mira quién vino a cenar
Otra de las formas que aplicaba mi padre para rebajar mi dignidad era insultar de algún modo a mis amigos. Hay casos terribles que alguna vez contaré, pero hay también otros más sutiles que los espíritus sanos no están llamados a recordar, y respecto de los cuales son, por lo demás, inmunes. Mi padre solía ponerme de ejemplo esa circunstancia: si nadie recordaba sus acciones y a nadie dañaban, era porque resultaban inocuas, y sólo a un enfermo como yo podían impresionarle de modo dañoso. Yo las recuerdo porque él me enfermó.
Como la vez que me reuní en la casa chorizo con unos camaradas a jugar a las cartas. Más allá de la prohibición de “hacer ruido” a las nueve de la noche o de la sugerencia de que “no anden pasando todo el día para el baño porque acá mañana se trabaja” (“hoy” era viernes), sucedió una pequeña desgracia que, aunque episodio común para cualquiera e imposible por sí de generar culpas, disparó el mecanismo de insidias que mi padre llevaba como herramienta concedida por su dolencia psíquica al fin de remanir uno de sus objetos mórbidos –en el caso, yo-. Fue que alguien de mis invitados ensució el piso cerámico con alguna deposición de perro de las que hay por ahí.
“Qué olor”, vociferó mi viejo apenas llegó el grupo y por respeto se corrió hasta el comedor a saludarlo. “Por qué no se fijan si alguien…” Yo –entonces no sabía por qué, y ahora lo sé- comencé a sentir culpa y a querer con mucha adrenalina que todos tuvieran sus suelas limpias.
“Ay… me parece que fui yo”, dijo Bob, el mayor, que además de culto y amigo era homosexual. “Permiso, permítame por favor pasar al baño que lo soluciono”.
“Sí, pase, por ahí” –dijo papá, mirándome con reproche, y al tratar de usted al invitado reflejaba su disconformidad con mi realidad de abrochar amistades de cualquier sexo, orientación y franja etaria.
Inmediatamente, mi padre lanzó una onomatopeya propia de quien se ve compelido a tolerar un estímulo insoportable fuera de todo derecho, seguida de la del asco (“pfffffffff, ajjjjjjj”). “Vamo a tener que limpiar, a ver, correte”, me dijo, y salió pomposamente a buscar la escoba, el repasador, el trapo de piso, un balde, una pala de basura y un frasco de desodorizador de ambientes.
Comenzó a fregar con ímpetu, en pijama, a pedir que también se corrieran los seis o siete que venían a la partida porque en el lugar que estaban molestaban o podrían continuar tocando la caca y la esparcirían por toda la casa. Mientras mi padre baldeaba ellos hablaban de otra cosa, esplendores que jamás me atañirían. Papá fingía desorientación histriónica, no saber con claridad adónde estaba el foco del olor, demostraba ostensiblemente los perjuicios de la invasión que impone recomponer las cosas a su estado anterior, modificado por mi desidia, por mi imprudencia, por mi gran negligencia de proyectarme a través de mis amigos. Tiró un baldazo de agua que salpicó a dos de los chicos. Yo tenía la certeza de que Bob desde el baño escuchaba realmente lo que estaba pasando.
-Esperá, papá, no es para tanto… Nos pasa a cualquiera. Además, escuchame, se va a ofender… Bob es un buen tipo, tiene cuarenta y pico de años, es arquitecto, respetá aunque sea la investidura, es medalla de oro…
-¡Sí, pero pisa mierda! –contestó mi viejo casi gritando y con cara de repulsión, una mueca de indignación que patentizaba el canon general de la indignación del hombre de criterio, como si siguiera oliendo, como si estuviese teniendo que sufrir indebidamente la profesión habitual de alguien que se sólo dedica a pisar mierda y que en ese momento viene a romperle las pelotas, a SU casa.
Algunos de los del grupo se rieron, porque, sanos ellos mentalmente, sólo podían apreciar las exageraciones de mi padre como una gracia que les dirigiera. No podrían jamás concebir el hecho de que, a través de ese episodio en apariencia inofensivo, mi padre remarcaba que también yo compartía la naturaleza de la gaffe de mi compañero, y que la prueba más evidente de ello era que el que mejor podía representar al conjunto de mis amigos, el medalla de oro, no alcanzaba en lo más mínimo a redimir mi condición, dado que los semejantes tienden a unirse y yo me había unido al pisamierda en razón de amistad. En esa influida visión, yo solamente servía para juntarme con la mierda, como palmariamente quedaba demostrado, y a la mierda hay que barrerla y tirarla de inmediato, como tendría que hacerlo con vos que ya sos lo suficientemente grande como para irte de esta casa y dejar de hinchar las pelotas.
martes
De repente, Dios
domingo
Cositas de papá (VII) - Si tu mano te traiciona, córtala
Cada vez que, por imposición de mi padre, tomaba yo alguna herramienta o intentaba realizar alguna labor, papá proclamaba en voz muy alta que yo era un inútil con las manos. Mientras desarrollaba el trabajo (clavar, hacer un nudo, escarbar la tierra, desenroscar un tornillo), se ubicaba a mi lado y emitía locuciones del tipo “no, no, no, no, no, no…” o preguntas retóricas de notoria altisonancia y gesto de indignación: “¿así lo estás haciendo?”; y finalizaba invariablemente “dejá, dejá, dame, dame, dame”, y como yo no se la diera: “¡dame!”; y cuando le entregaba la herramienta: “andá, andate: si no vas a colaborar, no molestés, haceme ese favor”. Más tarde, generalizaba en sentido estigmatizante que "A éste no se le puede encomendar ninguna tarea".
Esta forma de descrédito entró en crisis con mis primeras masturbaciones, que comenzaron en abril de 1980. Mi padre no las toleraba. Cuando entraba al baño y tardaba más de lo que él había dictado aleatoriamente como tiempo prudente, se dedicaba con empeño a repetir invocaciones intensas de aparente vindicta doméstica: “Qué falta de criterio” o “¿Qué carajo está haciendo en el baño? ¿Qué carajo está haciendo? Está la madre, están los hermanos… Andá a ver qué está haciendo”; yo entonces me apuraba para acabar, y salía del cuarto de baño con mucha vergüenza, dejando por ahí la revista que me había llevado.
En aquella época de execración no lo sabía, pero era claro que mis manos, que en la visión del monstruo no servían para nada, se hallaban sin embargo creando un nuevo hombre en aquel espacio total, y patentizando con eficiencia incontestable una “aparición” indeseada, que echaba por tierra el universo de palabras reverenciado en aquel grupo enfermo. Entonces el psicópata, incomodado mórbidamente por los hechos imparables del mundo de las cosas, impotente frente a la evidencia de mi fructificación, reaccionaba del modo que se contó; es decir, impidiendo al hombre, y para ello contaba tanto con las aristas conductuales de su dolencia, como con la aquiescencia silenciosa de los demás, especialmente de mi madre.
miércoles
Una discusión sobre el amor
NAPOLEÒN BONAPARTE ..
lunes
Una conversación telefónica
-Sí, viste que salió la sentencia de...
-Sï, un desastre. ¿Cuánto tiempo hay para apelar?
-No sé, esperá que me fijo por Internet. Creo que son seis días.
-................ -mientras busco en la página de información legal, no dice nada.
-Seis días.
-Ah, escuchame, tengo para hacerte dos preguntas. Una: ¿Si presento la demanda frente a un juez incompetente se interrumpe la prescripción?
-Sí, es el artículo 3.986 del Código Civil. -y explico mucho, mucho.
-Ahá. ¿Y qué tiene que ver esta otra ley que establece una jurisdicción distinta de la que venía siendo hasta ahora para presentar la demanda?
-Es una ley posterior. De acuerdo con un criterio de interpretación de la ley, las previsiones de una ley posterior prevalecen sobre las de la ley anterior.
-........
-¿Entendés?
-Sí -dice mi interlocutor -lo que pasa es que no me quiero ir hasta San Justo.
-Presentala donde quieras, interrumpe la prescripción igual.
-......................
-Bueno, me voy a caminar por ahí porque estoy muy deprimido, me siento muy mal. Espero que caminando se me pase.
-Bueno, chau.
domingo
Consecuencias de haber hecho solamente el bien
Quiero decirles hoy, breve y en enumeración completa, cuáles fueron las consecuencias más importantes de haber hecho el bien durante todos los días de mi vida. Quizás todavía me halle en la mitad del camino, pero, si hoy me muriera, la descripción sinóptica de mi realidad sería la siguiente:
.No tengo familia. Mis hermanos no han querido apoyar mis demandas relacionadas con la psicopatía de mi padre, la condescedencia de mi madre a su accionar mórbido y las innumerables conductas de agresión patológica que me ha dirigido. Mis tíos se han plegado a la doctrina de mi padre, por ley del menor esfuerzo. Me queda una sola abuela, por poco tiempo, que no tiene fuerza para asumir ninguna postura. Mis primos están fuera de la discusión. El único pariente con el que tengo alguna relación vive a más de 10.000 km, y está absolutamente de acuerdo conmigo. Quizás me convenga viajar hasta allá y convertirme en un marielito.
.No tengo amigos. Con los años mi angustia ha crecido tanto que mis amigos, consciente o inconscientemente, claramente evitan el mayor contacto. Nos reunimos una o dos veces al año, en pequeñas comidas en las que no se habla de cosas importantes. Mis comentarios reivindicatorios o depresivos los incomodan. No obtienen ningún beneficio de mi presencia ni de mis ideas.
.No tengo trabajo. Renuncié al Poder Judicial hace dos años y medio porque uno de los jefes era igual a mi padre y no lo pude tolerar. Debía convalidar con mi silencio situaciones injustas que me ocurrían a mí y a quienes trabajaban conmigo (¡situaciones injustas en el Poder Judicial!). Debía redactar sentencias injustas. Hablando con un juez, le dije una vez que debíamos ser la reserva moral de la comunidad, y se rió. En pocos lados me respetaron menos. Cuando me quedaba solo en casa, lloraba. Luego de un período de descanso, intenté montar un pequeño bufete, pero me quedé sin dinero antes del año. También me asocié con algunos conocidos para abrir un “café-bar” en Flores, pero esta gente se manifestó altamente trotskysta y consideró que, como yo sólo aportaba dinero y no trabajo, entonces no aportaba nada, y comenzó a explotar el negocio al estilo izquierdista, organizándolo como una “fábrica recuperada” anticapitalista, con el único afán de lucro necesario que les permitiera pagar el alquiler y comer. Les dije que trataran de devolverme el dinero de alguna manera y en el plazo más amplio posible, pero, preparados sólo para resistir, no me han dado ninguna seguridad. No voy a contratar a ningún abogado para que defienda mis intereses, ya que, debido a mi bondad, aporté dinero sin pedir la firma de ningún documento, sólo por la confianza que me merecía el grupo que no sabía que era trotskysta. Hoy en día sostienen con fervor que abandoné el barco.
.No tengo dinero. El poco que me queda es el que me dio mi ex novia para que dejara de salir con ella. El resto lo gasté confiando en la gente. Ahora te cuento lo de mi ex novia.
.No tengo novia. Me ilusioné y me desilusioné. Las consecuencias de esta desilusión se manifestaron en forma de explicaciones permanentes, producto de mi angustia. Las causas de mi desilusión fueron terribles, pero en todo tiempo consideré que no correspondía recriminar nada a la chica, sino hacerle saber que yo conocía esas causas. Así y todo, le molestó la cantidad de veces que le describí mi desilusión, y, como estrategia de defensa, asimiló mi discurso triste a insultos, como si yo, diciéndole que me lastimaba la verdad y expresando esa verdad, hubiese tenido intención de injuriarla. Como dije, para que dejara de soterrarla con las toneladas insoportables de mi discurso eterno y más pesado que el mercurio, finalmente la chica decidió entregarme una suma de dinero, acelerando así el trámite (no le afectaba mi desilusión). Algún día se lo devolveré. Quizás le deje mi casa en un testamento.
.No tengo casa. En verdad, tengo una casa en un lugar muy alejado del que vivía. Pero es una casa muy pobre: su valuación fiscal es tan baja que el Gobierno me eximió de pagar el impuesto inmobiliario. Necesita muchos arreglos, pero no tengo dinero para hacerlos. Últimamente un vecino se quejó del peligro que significarían sobre su techo o no sé sobre dónde las ramas de un pequeño sauce que crece en el fondo de la casita: un jardinero me pidió 150 pesos para talarlo, pero ahora 150 pesos me parecen una fortuna. Hoy se rompió una perilla de la cocina y me dije “mirá qué pasaría si se te rompiera la cocina entera”; tuve que despejar con mucho esfuerzo esa idea.
.He descubierto todos mis límites. En especial, los descubrí durante la última relación afectiva, la de la chica que me pagó para que me fuera. NUNCA el destino me deparará los placeres y las posibilidades que a ella, y a todos los que la fecuentaron, les ha prodigado.
.No tengo cobertura médica. Es una consecuencia, como muchas otras, de no tener dinero.
.Se ha alimentado mi vulnerabilidad. Como mis pensamientos jamás toman en cuenta la solución “zorra” o de conveniencia, la porquería cree entonces que no sirvo para nada, porque soy tan inofensivo que ni procuro el mal ni obtengo beneficios ni se los hago obtener a los demás. Sí se aprovechan en forma gratuita o muy barata de mis capacidades, de mi inteligencia o de mis trabajos. Me sancionan con ímpetu cuando alguna de mis palabras o de mis acciones amenaza con mellar cualquiera de sus intereses, aun los más mínimos. Tengo una tía, por ejemplo, que no me habló nunca más porque leyó en estas páginas algo que no le gustó. Tengo otra a la que le dije tres cosas que eran verdad y tampoco me habló más. Tuve hace mucho una novia que siguió encontrándose conmigo mientras no tuvo otra pareja, porque argumentaba que me amaba y por ende me necesitaba, pero también dejó de hablarme el día siguiente del que se apareó con alguien y comenzó a considerar que entonces tenía novio, y que mi presencia no era ya necesaria. Algunas madres de mis ex alumnos particulares dejaron de enviarlos cuando me mudé a cinco cuadras, molestas porque sus hijos deberían caminar esa distancia, que antes se reducía a una o dos cuadras. Todo esto me daña, porque, además de bueno, soy extremadamente sensible, y por sobre todo porque pienso que el bien no debería recibir como recompensa el mal.
.Mis ideas y mis conductas son permanentemente puestas en tela de juicio, y quienes esto hacen terminan extendiendo a toda mi personalidad el resultado negativo de ese juicio. Normalmente, veo que los interlocutores respetan a aquéllos respecto de los cuales sólo disienten. No sucede lo mismo conmigo. Yo predico “hacer el bien antes que el mal”. Predico “dignidad antes que decadencia”. Pero me dicen que no, no sé por qué, y se enojan y me sub-califican, producto de ese enojo. Esto no puede ser porque se sientan afectados por mis palabras, pues, como ya dije, soy débil y vulnerable, y no tendrían necesidad de sostener ninguna defensa en relación a ninguna de mis palabras: simplemente con no contestar el asunto ya estaría terminado. Pero me niegan verdades evidentes, con fervor de discusión sanguínea, y luego injurian sin ningún prurito (por ejemplo: "vos pensás así porque tenés la panza llena" o "vos perdoname pero si pensás así sos un tarado" y esas cosas). Creo que la razón por la que el prójimo siente que frente a mí puede reaccionar de la manera que lo hace es precisamente mi bondad, que me torna inofensivo e indeseable (no se olvide que todas estas características deben conjugarse con mi fealdad física; ya volveré sobre este punto). Además, como si tuviesen una capacidad de inteligir oculta que en el momento de hablar conmigo se ven obligados a esgrimir con eficiencia, le buscan la vuelta de falsedad a todo lo que digo, hilan fino, van pesquisando, en medio de mi discurso casi bíblico, en qué punto piso el palito. Por ejemplo, invocando el contenido de estas páginas, me argumentan frente a cualquier situación: “no, no te hagas el bueno, vos no sos bueno, vos tenés un blog donde puteás a todo el mundo”.
Más allá de esto, la tendencia general es no prestar atención a ninguna de las cosas que digo. Esta particularidad se nota, en especial, en las mujeres que tienen marido e hijos, que vez a vez dan por finalizada la conversación iniciando con compulsión de un segundo al otro alguna tarea como levantar los platos o sostener algún bebé y emitiendo un "¡Bué!" corto que me deja sonriendo como un pelotudísimo gato de Cheshire, lo cual me produce una desazón imposible de describir.
.Nadie me desea. Nadie desea a una persona que solamente es buena. Las chicas se quieren coger a cualquiera, a los mediocres, a los empresarios, a los hombres en general, pero no a mí, porque no tiene sentido dejarse aparear por aquél que no te reportará ningún beneficio más que algunos segundos de orgasmo, que pueden conseguirse con gente mucho mejor, gente que se sabe defender y que es capaz de conseguir lo que quiere, no quedarse sentado lamentándose por lo que pudo ser o por lo que es. Porque así hablan, abstracto, yo mucho no les entiendo. A mí me quieren coger después de haberse copulado a varios de los que acabo de describir, como para iniciar una relación seria que solamente tiende a redimirlas de alguna manera; porque es verdad que causo buena impresión entre las familias. Entonces dicen que antes se equivocaron, pero que de mí se enamoraron, y que se dieron cuenta de eso estando con una persona buena como yo. Igualmente, cuando se cansan, se van o dejan que me vaya, y después se vuelven a aparear con tipos que quizás no sean tan inteligentes y superlativos, pero sí más concretos y menos problemáticos, y que en definitiva las valoran por lo que son y no por lo que hicieron, cosa que tampoco nunca entendí. O sea, lo del apareo reincidente sí lo entiendo; lo que no entiendo es ese imperativo decadente de tener que percibir el valor de una persona sólo a partir del mero presente, obviando el bien y el mal que hasta ahora ha venido queriendo ejercer.
En suma, estoy solo. Mi fracaso en Buenos Aires me ha hecho retornar a la casita del Interior, donde no conozco a nadie. No recibo llamados de teléfono, los mails que me llegan a la casilla son todos “spam”. No conozco a los vecinos. No sé qué voy a hacer en este pueblo, en el que me exilié para escapar del mal de los demás. Pero acá también están los demás.
De todas formas, está claro que yo no inventé el asunto de "la bondad y no más bien la maldad". Cualquiera que haya leído a Sade sabe que la cuestión no pasa más que por un reordenamiento de moléculas (“a la Naturaleza lo único que le importa es la materia, no lo que haga la materia”). Comunidad de libertinos, entonces, antes que comunidad de virtuosos; o ninguna de las dos.
No sé que voy a hacer, más que seguir siendo bueno, o seguir llorando. Así me va a ir.