viernes

Mi madre y el Imperativo Categórico de Kant

          Para decirlo resumidamente, Emanuel Kant intentó construir (o descubrir) una Ética aplicable a la totalidad de las conductas humanas, que no dejara "zonas grises" y que, por ello, alcanzara a todas las manifestaciones del hombre, fuera de cualquier discusión.

          Yo, por ejemplo, estoy en contra del aborto voluntario y deliberado. Para la gente de izquierda y para los "a-morales", no existiría ninguna barrera que impida el hecho de que, después de copular y ante la noticia del embarazo, la mujer concurra a un centro médico cualquiera, lo interrumpa y se extirpe el feto o el conjunto concebido de células, del mismo modo que si se quitara una verruga o si se cortara las uñas. Pero no estoy muy seguro de esta posición respecto de los embarazos producidos como resultado de violaciones o de sexo entre personas con insuficiencia mental. Eso quiere decir que mi Ética es incompleta y que no puede aplicarse en el marco de un pensamiento serio, consagrado a la Humanidad en su conjunto.

          Kant, hijo del siglo XVIII, sostuvo que la Razón daría respuesta a este problema, y por ello llamó a la Ética "razón práctica" (una forma que la razón tenía de desarrollarse, que era en el marco de la interacción de individuos y entre individuos y cosas); a diferencia de la "razón pura", que es la razón más especulativa: la del silogismo, la que da a luz los conocimientos. Sostuvo a partir de eso que todas (todas) las conductas humanas debían estar en consonancia con lo que él llamó "Imperativo Categórico", cuya formulación más sencilla es la siguiente:

Obra de tal manera que tu conducta esté siempre regida por una máxima que pueda considerarse universalmente buena.

          Entonces, por ejemplo, pegarle a alguien con un garrote a fin de robarle la mujer sería una conducta éticamente reprochable, pues no podría predicarse universalmente bueno liberar las represiones, ya que la convivencia se tornaría imposible. No ayudar a quien lo necesita importaría la afirmación de una universalidad en la que nadie se preocupe por su prójimo y una negación del carácter social del hombre. Y así sucesivamente.

          Debe aclararse que Kant era pietista, y que, aunque él intentara separar su pensamiento de la idea teológica (ya que brindaba a la Razón el carácter de fuente de la que emanan las respuestas todas del comportamiento humano terrenal), en el piso de su teoría estaba siempre el hombre en tanto ser creado, autónomo, sumamente respetuoso de las máximas impresas en las Escrituras, verdaderas máximas universales. De manera tal que, para Kant, en el fondo, el Imperativo Categórico -principio rector de cuanta conducta se te imagine- se reducía en verdad a la siguiente enunciación:

Obra de tal manera que a los ojos de Dios tu conducta pueda ser considerada buena.

          Situación a partir de la cual dio eficiente respuesta a varios problemas, como el del libre albedrío (ya que construía un hombre autónomo y no digitado por los hilos de la Providencia) y el de la inexistencia del materialismo histórico, al que le faltaban cincuenta años para aparecer. Por lo demás, dado que la razón humana no tiene poder para contradecir a la razón divina, y toda vez que existe una relación de participación entre aquélla y ésta, cualquier extensión de nuestra razón vendría a resultar aplicación de la razón divina. Entonces, según este esquema, sólo una conducta desviada de la que Dios nos sugirió a través de las Escrituras vendría a aparecer como éticamente reprochable.

          Pero, hombres al fin, hubo quienes se aferraron a la máquina kantiana para justificar lo injustificable. Hasta 1870, Europa se enredó en innumerables guerras internas y entre reinos, bajo la divisa de que resultaba "universalmente bueno" procurar el bien de las naciones; esto es "seguir los sanos sentimientos del pueblo", que llevaban, por ejemplo, a enfrentar burguesías contra proletarios y reinos de dos cuadras contra países que buscaban "unificarse" bajo el signo de una sola impronta económica y política. Así que este principio fue otra vez reformulado para justificar matanzas de millones; y expresado como sigue:

Obra de forma tal que el sano sentimiento del pueblo pueda considerar buena tu conducta.

          De modo que, para un prusiano, no obligar a un alemán del sur a constituir una nación significaba una mala acción; y no matar al díscolo, entonces, condenaba a ser éticamente muerto por quien, actuando según la nueva máxima, ejecutaría contra su cuerpo un acto de innegable justicia -matar a quien no cumple con la regla de oro de toda conducta-.

          En los primeros años de la década de 1960, circuló el famoso trabajo de Hannah Arendt sobre el juicio del nazi Eichmann en Jerusalem. Allí se ve claramente una nueva distorsión del principio kantiano. El asesino, que se limitaba a cumplir órdenes y para el cual un tren cargado de vacas hacia el frigorífico tenía el mismo valor que otro cargado de tachuelas o de judíos vivos o muertos, sostuvo durante su proceso que el Führer era su imperativo moral; de forma tal que todos los actos aberrantes por los que se lo acusaba, habían respondido, en verdad, a una reedición del principio kantiano, el que, en la Alemania del Reich, habría mutado en el siguiente:

Obra de forma tal que el Führer considere buena tu conducta.

          Modelo que, por otra parte, se había repetido durante el peronismo en Argentina:

Obra de forma tal que tu conducta agrade a Perón.

          Y lo mismo con Stalin, Tito, Papá Duvallier y tantos otros. Más adelante, desconociendo quizás a Kant, a lo largo de las décadas, la pobreza de la porquería fue asignando valor de sujeto del Imperativo Kantiano a los entes más ridículos: el caudillo de la cuadra, la vecina del cuarto "be", los colores de River ("obra de forma tal que a un buen riverplatense le resulte buena tu conducta"), lo que dice la tele, lo que dice Bucay ("obra de forma tal de agradar a Jorge Bucay"), lo que decía el Che, lo que dice Videla, lo que dice el Jefe, lo que dice el Juez de la Causa, lo que le gustaría oír a Florencia.

          Estos comportamientos, en verdad, escapaban de toda ética, pues, a pesar de adecuarse estrictamente a la razón por ser producto de un silogismo correcto ("Es bueno lo que Hitler cree que es bueno / Hans hace lo que Hitler dice / Hans obra bien"), fallaba el valor de verdad de la premisa. Por lo demás, se contraponían con el Imperativo Categórico de Kant, nacido al calor del estudio y la incorporación intensa de las Escrituras y tributario del protestantismo más intelectual.

          Dentro de esta corrupción producto de la naturaleza mediana del noventa y nueve por ciento, no es de extrañar que mi madre, ser humano al fin, tuviera su propio Imperativo universal. Para ella, la máxima aplicable a toda conducta personal es la siguiente, suponiendo que mi padre se llame Ricardo:

OBRA DE TAL FORMA QUE RICARDO CONSIDERE BUENA TU CONDUCTA.

          Pero Ricardo, como ya conté innumerables veces, es un psicópata grave que por mi nacimiento se entendió desplazado de la posibilidad de un afecto que siempre deseó de su madre (muerta este año sin habérselo brindado jamás del modo en que él lo rogó desde su interior desviado). Entonces, por ejemplo, la vez que mi padre dijo "Este chico es un esquizofreno-paranoide: Susana, hay que llevarlo al médico" mi madre, sin saber qué significaban esas palabras, me tomó de la manito (yo tenía 8 años) y me llevó al pediatra, a ver si había alguna cura. Años después le pregunté cómo no se había dado cuenta de la aberración, cómo no la había cuestionado, cómo no se había negado; y me contestó "Y bueno, Pietro, vos llorabas mucho y tu padre quería que te viera un especialista". "¿Un especialista en qué? ¿En enfermedades MENTALES?", le dije; y me contestó: "Sí".

          Durante mi adolescencia papá discutía largamente conmigo, porque quería -contra mi voluntad- que llevara el cabello muy corto. Las peleas, que se producían en la hora de la comida, finalizaban con insultos y diagnósticos. Mi padre no se reprimía y me endilgaba ser un "tarado", un tipo "que se hace la paja todo el día", un "vago de mierda", uno "que no aporta nada, levanta la mano no para ayudar, sino para pedir" y que mis buenas notas del colegio eran sólo una lógica consecuencia de haber "tenido todo servido en bandeja". Mamá, unos días después, entraba a mi cuarto con dinero en la mano: "Tomá, andá a cortarte el pelo. Dale el gusto a tu padre: vos sabés que si hacés lo que él dice, después le podés hasta bajar los calzoncillos...". Tiempo después, me di cuenta de que ése fue durante más de cincuenta años un juego sexual enfermo entre ellos, y que por alguna razón también mórbida, mi madre procuraba, desde ese tinglado, mi participación aunque más no fuera simbólica en aquel dúo inmoral, de la manera más ingrata y mentirosa.

          Mamá, como se sabe, es incapaz de hacer nada sin consultarlo previamente con mi padre. En las reuniones familiares, por ejemplo, espera a que su marido elija asiento y ocupe lugar, para luego ella ir y sentarse a su lado, aunque se diera el caso de que hubiese preferido otra ubicación. Cuando papá le reprocha alguna conducta, mamá se lamenta insultándose: "Soy una boluda, una boluda. Soy una boluda..."

          La única vez que mi madre quebró el Imperativo Categórico que la rige fue en la segunda mitad de la década de 1990, un día que yo estaba en la facultad. A mi padre no le gustaba escucharme hablar por teléfono. Ahora da risa, pero entonces esa circunstancia patológica de la que era ajeno, significaba para mí un motivo de malestar psíquico, inclusive de angustias: yo no podía disfrutar una charla telefónica sin que, a los dos minutos, apareciera el psicópata y me conminara: "Colgá". Esa prohibición tácita se reflejaba en otra que alcanzaba a mi madre: la de atender los llamados de personas que querían comunicarse conmigo cuando yo no estaba, y mucho menos de dejar anotado el recado, pues "nadie tenía sirvientes en esta casa". Ese día, delante de mi padre, le pregunté si alguien me había llamado durante mi ausencia; y mi madre, acuciada por su torpeza y cercada entre el impulso maternal y el aceptado sometimiento marital, me contestó:

Ah, sí. Te llamó no me acuerdo quién, que no sé qué te dejó dicho.

          Con ello cumplía ambas consignas: la de mi requerimiento ingenuo, y la que sin piedad le inoculaba el perfecto y desvirtuoso funcionamiento de la pareja, que Sade explica mucho mejor que yo, porque no le dolía tanto como a mí.

Cositas de papá (IX) - Un lugar menos por culpa de éste

          Tuve una vez una novia cuyos padres habían recibido de sus abuelos una antigua ferretería de barrio, que habían inaugurado en 1913 y que era muy conocida por albañiles, electricistas y vecinas de varias cuadras alrededor. En el momento en que comencé mi relación, al negocio seguía hacia el fondo una casa chorizo en la que habían vivido incontables familias por más de ocho décadas y ahora se hallaba poco menos que en ruinas, con cuartos en los que se apilaban trastos cubiertos de lo que se te ocurra y de los que entraban y salían seres vivos. La familia estaba compuesta por la pareja y tres hijas: una hermosa, una gorda agresiva y fea y otra hermosa. Por suerte mi relación se había entablado con una de las dos hermosas...

          ...que había tenido un novio que se llamaba igual que yo y que vivía en la casa lindera, y cuya hermana era la mejor amiga de Marta, tal el nombre ficticio que se me ocurre ponerle a la chica. Cuando Martita mi novia me decía "Pietrilín", se me venía que seguramente el sobrenombre lo habría utilizado ya ad nauseam para designar en presencia y en ausencia a Pietro, el que la había hecho mujer unos años antes, con el que se iba a casar, el protagonista de la fiesta de compromiso y acuerdo entre los padres para ver quién pagaba la fiesta y quién el viaje de bodas. Un día el otro Pietro, que era un drogadicto rockero bebedor empático que se levantaba minas a rolete porque tenía una banda de blues y era lindo y le chupaba un huevo todo, le dijo "Marta, mirá, vos sos una mina como para poner en el freezer ahora y sacarte el día que me quiera casar. Pero el mientras tanto no me lo banco; a mí me gusta la música, ir a ver a River y acostarme con quien se me dé la gana, y vos estás más para vivir adentro de una casa, tener hijos y esas cosas; así que sos muy buena, pero no salimos más". Martita estuvo a punto de suicidarse (me confesó que se había puesto la punta del cuchillo abajo de una teta); y en el limbo en que quedó dilucidando la cuestión de cómo hacer para seguir viviendo sin Pietro aparecí yo, que justo me llamaba Pietro, pero era bueno y sensible; no como Pietro, que era un buen tipo y lo seguía queriendo y quería que todo se solucionara en su vida, pero que para ella no se iba a corregir nunca y de hecho cada vez que entro a la casa lo veo con unos amigotes que no me gustan nada y casi todas las veces llega borracho y yo comento con Laura la hermana: "a tu hermano un día la va a pasar algo". Los padres de Pietro tenían mucha plata y los padres de Marta, él de Pompeya y ella de Floresta, vieron decaer el sueño de la fortuna compartida no bien el borrachete -al que también seguían queriendo- dejó de saltar la tapia que dividía las casas desde la terraza.

          Puede imaginarse la cantidad de tormentas desatadas en la relación, por decir algo que entiendan todos. ¿A quién le decía "Pietro" Martita? Yo salía de su casa y la dejaba hablando en la azotea con Laurita que le comentaba que, mientras yo daba clases de matemática de sol a sol, Radio Gadorcha cien punto dos estaba organizando un recital al aire libre en Parque Centenario en el que tocaría entre otras la "Pene Blues Band" -la banda de Pietro- y que sería buenísimo que vengas, Marta, traélo a Pietro. "Y.. no sé si va a querer ir...". "Claro", contestaba la otra. A la madre no le gustaba la relación de Martita conmigo, que era un profesorzucho de barrio. El padre de Pietro había cagado a la empresa donde trabajaba y con la guita del desfalco se había puesto una inmobiliaria de lo más garca en pleno Parque Avellaneda; con el boom de precios de los noventa engordó y se fue para arriba: el palacete de Pietro contrastaba alegremente con la vetustez de la planta neo-colonial de Martita, pero Laura y también Pietro apreciaban el esfuerzo de la familia entera, que, con sus limitaciones y dificultades, nunca les hacían faltar nada a las tres hermanas e incluso ayudaban a las partes de la familia que vivían en Floresta y en Pompeya con lo que podían.

          Pero yo no toleraba la duplicación insana de los Pietros, que Martita se hubiese entregado así como así a Pietro el desviado moral, que Pietro maestro fuese menos que Pietro banda de blues, que la camisa Qristian Dios de Pietro contrastara con la Armani real de Pietro, que el insuficiente amor por Martita de Pietro fuese mejor valorado que el inmenso amor por Martita de Pietro; que "Pietro 1 y Pietro 2" y "Ay, no le digas 'Pietro 2' a Pietro" y así. Yo le lloraba a Martita, a la que no le importaba; hasta le llegué a prohibir que viera a Laurita -en vez de irme como un hombre a decantar mi amor en la arena, pero estaba atado: mis años de falta de afecto me condicionaban horriblemente, como lo siguieron haciendo hasta el día en que escribo estas líneas que me salen chabacanas y tontas como el papel de confesión de un salame de secundario-, le dije "mirá, Martita: si me querés, no sé qué hacés viendo a Pietro en la casa de él cada vez que vas a ver a Laurita... ¿o en realidad no vas a ver a Laurita y lo vas a ver a él, inconscientemente?" Al principio, Martita lloraba, pero un día me dijo:


Me tenés cansada.


          y de ahí en más todo se empezó a podrir. La invité a todos lados; hasta alquilé una vez un chalet en Villa Gesell para que estuviéramos juntos por quince días del mes de enero de mil novecientos noventai..., pero los mismos días fue también Pietro y por todo Gesell él y los Borrachos del Tablón pegaron afiches de la Pene Blues Band y a Martita le entraron ganas de ir al recital, no para ver a Pietro, sino porque me gusta la música que hacen, y además sigo siendo amiga de todos los músicos, y capaz que va también Laurita, que dijo que iba a venir. Y también viajaban desde Buenos Aires "Santino" y "Cuca", tal las formas de pila como se comunicaba con el padre y la madre de Pietro rocanrol, tuteándolos, además ("Cómo te va, Santino, ¿no estaría Lau?"). Dale, amor, vamos...

          El final, como siempre: yo le dije no aguanto más; ella me dijo yo tampoco; entonces qué hacemos; lo mejor es separarse aunque nos cueste; creo que tenemos que ser fuertes y adultos y tomar una decisión; entonces tomémosla; y bueno; un beso largo con lágrimas y un mes después quiero verte, qué te parece si volvemos, démonos tiempo, empecemos de nuevo pero tranqui y estuve hablando con Laurita, dice que es una locura y yo al principio pensé que estaba celosa pero después pensándolo digo tiene razón y Pietro sos una persona maravillosa pero nosotros ya tuvimos nuestro tiempo y quizás nos tocó estar juntos por algo que ni vos ni yo sabemos y en realidad te quiero pero no te amo; bajate no te quiero ver nunca más, y una mirada de cómo puede ser que te lo estoy diciendo bien y vos me hacés bajar y bueno, chau si vos lo querés así, igualmente es así, qué querés escuchar, seguramente otra cosa, seguramente lo que vos querés que yo te diga porque sos un soberbio, igual te deseo lo mejor. De ahí en más bajé 16 kilos y pocas veces pude volver a amar.

          Años después, cada vez que se reunía la familia, mi padre solía comentar cerca de mí, pero hablando con algún otro pariente: "La ferretería de Martita es una ferretería de las que ya no hay... ¿viste esas ferreterías viejas, con el mostrador de madera lustrada, los estantes de madera oscura; esas ferreterías en las que no podés pasar de la cantidad de cosas que hay... Atienden los dos: la mamá de Martita y el padre, que es el que más sabe del negocio. Lo que le pedís, el tipo tiene. Yo el otro día necesitaba para una radio vieja escuchá, ESCUCHÁ, SONIA... callate, Susana, Sonia, prestame atención y después seguís pelotudeando... ¿te acordás la radio a válvula que yo había traído una vez que tenía Horacio el que vivía adelante cuando éramos chicos? Resulta que me la pasé como 15 años arreglándola, pero me faltaba una válvula... ¿sabés dónde conseguí la válvula? Te estoy hablando no de ahora, sino de cuando murió Martincito que en paz descanse. En la ferretería de Marta, la quera novia déste. Una reliquia..." "Ah, mirá vos", decía la tía Sonia, antes de meterse en la boca un tenedor de ensalada rusa con lechuga.

          Entonces mi padre, que había mantenido la atención de los dos o tres que lo escuchaban desde antes, se lamentaba en voz más baja: "Decí que es una lástima que se haya perdido ese lugar", y yo me hacía el que no escuchaba.

lunes

De la crónica diaria (III) - Vicisitud confirmatoria en BK

          Va rápido porque no tengo mucho tiempo; sale como sale porque no puedo corregir. Hoy, luego de mi sesión de psicoanálisis, me dije: "no sé cómo, pero tengo que ir al baño. Hace dos días que no evacúo". Se trata de mi tendencia a comerme la mierda de los demás, a morir con el veneno. Mi padre, etc. Entonces decidí ir al Burger King de Flores y tomarme un café. Hace poco había leído un sueltito de uno de la porquería que se ufanaba de cagar. Decía que después del primer café de la mañana le agarraban ganas de ir al baño, y se enorgullecía en las líneas siguientes de esa vuelta de la naturaleza, seguramente relacionándola a sabiendas con su propia virilidad. Las mujeres, entre ellas, también hacen gala de sus soretes.

          Yo no puedo cagar si hay mucha porquería cerca. El Burger King de Flores tiene tres retretes y dos estaban ocupados. Mientras me decidía, un niño se lavaba las manos y luego se las secaba trepándose a la mesada de los lavabos, accionando más veces de las necesarias el botón del chorro de aire. A la vez, entró un empleado y revisó el retrete al que iba a entrar. Se fue, y regresó a los pocos segundos con un lampazo. Volvió a salir y entró por última vez, tropezándose con el niño que antes de echarse a la cerámica mojada volvió a presionar el botón del secador. Anotó y firmó en un papel, pero previamente pasó el lampazo por todo el cuarto de baño, mirándome cada tanto. Yo, que decididamente estaba allí apostado esperando que se desocuparan los otros dos retretes, me empecé a mirar en el espejo de los lavabos, y confirmaba segundo a segundo que soy horrible, que estoy envejeciendo, que nunca eliminaré mi sobrepeso y que cómo puede ser que un negado para la vida superior como el subnormal que fregaba pudiera influirme en mi decisión de permanecer simplemente de pie, y que cada una de las tres veces que entró me descargara adrenalina ahí en el abdomen. Luego se fue el que estaba utilizando uno de los inodoros.

          Cuando se hubo retirado, me ubiqué en uno de los retretes, el más alejado de todos. No obstante, de los tres cubículos, quedaba ocupado precisamente el del medio, de modo que el horrible que estaba antes que yo quedaba a mi lado. Saqué mucho papel higiénico para colocarlo sobre la tabla (plástico corroído). Pensé que si colocaba el maletín que llevaba junto al tabique de separación entre una y otra cámara, el que estaba cagando me la robaría, así que lo ubiqué entre la pared y el inodoro, y eso me dio mucho asco. Pensé: "si este plástico infame no estuviese colocado entre nosotros, estaríamos todos cagando el uno junto al otro sin diferenciaciones, sin nada, igual que en Treblinka". También pensé: "No existe el pudor entre los hombres, y esa circunstancia no le importa a nadie de los que conozco". El tabique no llegaba hasta el suelo ni llegaba hasta el techo, así que quedaba vedada para siempre toda ilusión de privacidad...

          ...que se desvaneció definitivamente al advertir, en el vano que hacía el tabique en su parte inferior, los zapatos de quien cagaba al lado. Hay zapatos de garca, zapatos de tipo bien. Estos eran zapatos de mediocre. Un mediocre que cagaba leyendo el Clarín, abriendo y cerrándolo. También se veía una hebilla recostada en el piso de cerámica, gastada y setentosa, una horrible hebilla de indotado que olería igual que el pantalón de tercer o cuarto uso que se apelmazaba por efecto de la gravedad. Nada se movía, a excepción de las manos del cagante, que dedicaba no más de 30 segundos a cada página del Clarín.

          Pero no se iba nunca. Yo hacía fuerza para contener la evacuación, los gases; había una orden superior de civilización que me impedía que mis ruidos de defecar fuesen escuchados. Pensaba: "Hay porquería que puede evacuar sin el menor ruido. Yo no, Dios mío, yo no..." Entonces se me ocurrió esperar a que alguien accionara el chorro de aire caliente para que no pudieran advertirse los retumbos de mi cagadera, pero nadie apretaba el botón. Miraba los zapatos de tipo común y elucubraba ideaciones del tipo "se siente bien, alguien lo ama, alguien lo desea, quizás tenga hijos, hijos mediocres, hijos que nada aportarán, alguien se la chupó, alguien se sintió seducida por ese inmundo de hebilla setentista y cinturón ajado, alguna mina le contó por teléfono a su amiga que lo había conocido a ese patologizante de manual, que llevaría un nombre repetido y falto de originalidad virtuosa como Gustavo o Sebastián, que no hace ruido cuando caga".

          Pasó más de un cuarto de hora y Gustavo se fue; pero en seguida entró otro más lumpanar, que en vez de zapatos de mediocre llevaba zapatillas de cumbiero. A ése le tomó menos de cinco minutos presentar todo lo que estaba llamado a exponer, y se fue, y me dije excelente, voy a lo mío, pero entró uno con zapatos negros a los poquísimos segundos, mientras extrañamente yo desocupaba mis propias miserias sin hacer el menor zumbido, lentamente como en un coito inverso, llorando por la desgracia de la sumisión de cagar frente a quienes se expedirían acerca de mi olor, de mis productos, de mi tiempo en el baño, de mi existencia cagante.

          Entonces, como muchas veces en la vida, frente a la mano más fuerte que la mía, renuncié y me fui, abandoné el procedimiento, tirando la cadena para hacer otra vez cortina de sonido, e intentando cagarme en los demás, diciendo "aquí estoy" en un ámbito en el que mi existencia es contingente y sin peso alguno, enyuntado con porquería de zapatos de ocasión y cinturones que alguna vez habrán estado colgados despreocupadamente en camas de dos plazas de colchonería barrial y sábanas Arredo de shopping berreta, con alguien que lo amaba queriéndose raspar su vulva también contingente contra ese miembro de erección sin problemas que solamente podría transmitir información de medianía irreversible, prolongar por generaciones su informe visión de las cosas, su imposibilidad de superación, su falta de interés repetida en hijos, nietos, bisnietos, choznos y otras mierdas como él, que con sus zapatos de batea me confirmaba su degradación y mi tristeza.

Clarín del 17 de octubre

          Hoy traigo algo muy cortito. Cuando hablo de Hitler, me dicen que estoy loco. Cuando digo que Alemania es un peligro (también digo que Brasil lo es), me dicen que qué ando pensando en esas boludeces. Bueno, les traigo un párrafo del Clarín de hoy, que refleja el sentimiento real del pueblo alemán. Se los dejo:

          HITLER Y LOS ALEMANES: NACIÓN Y CRIMEN: La muestra que ofrece el Museo Histórico Alemán de Berlín, ha sido elogiada por echar abajo tabúes y reabrir el debate sobre cómo fue que Hitler pudo seducir a una nación con tanto éxito. “Nos guste o no, él sigue siendo nuestro sello distintivo más fuerte”, dijo Karl Schnorr, un ingeniero jubilado de 68 años, en la preapertura de la exposición. “Quizá sea hora de que lo dejemos atrás, pero primero tenemos que entender por qué nos sedujo tan completamente.” La muestra coincide con un sondeo publicado esta semana en el que uno de cada diez alemanes reconoció que le gustaría tener una figura estilo Führer que “gobernara Alemania con mano dura”, mientras que el 35 por ciento dijo que el país estaba “peligrosamente invadido” de extranjeros .

          Qué tul.

Qué pienso cuando veo a una embarazada

-No sé, Florencia, ya pasaste por todas las experiencias habidas y por haber; te la dieron por el orto, saliste a garcharte a CUALQUIERA, te hiciste todas las del Kamasutra... ¿qué te puedo dar yo de novedoso?

-Cómo qué. Un hijo.


          Ya sé todas las cosas que me vas a decir, porque probablemente vos también estés imbuido de esa mística fácil de la procreación que fogonea a tu entorno, al que, a la vez, todos los medios de comunicación sodomizan el criterio. Pero ya me harté de mediocres a quienes tiempo a tiempo les estoy dando la derecha en cuanto a que se expresen como se les cante y responderles respetuosamente, aunque cuando soy YO el que se quiere expresar, su medianía irrecuperable los lleva a decirme cualquier sandez que se les cruza (incluidos insultos), injurias que les vienen de la programación unidimensional con la que recorren la vida, guturaciones que corresponden a exhibiciones intimidatorias de dientes del mismo modo que un papión chillaría si uno se acercara dentro del territorio conformado por sus meadas, plagadas de feromonas y solventes naturales.

          El caso es que a mí, por más que el comentario resulte antipático, las embarazadas me dan asco; y mucho más las embarazadas que van blandiendo su estado como bandera de legitimidad. La mujer, en líneas generales, hoy ya es igual de hija de mil puta que el hombre. La poesía amorosa no tiene más sentido en estos días ni lo viene teniendo desde mucho, mucho antes: cualquier lírica muere sola si se enfrenta a la durísima realidad de que, cuando una mujer tiene ganas de coger, abiertamente va y se busca un tipo, sin más cuestionamiento que el propio picor vaginal o anal. No espera más, no acude a su pudor: se abre de gambas con cualquiera, y después pretende elevar esa actividad desdorosa a la categoría de derecho, frente al interlocutor más o menos decente que se lo hace notar. “Perdón, ¿ustedes no hacen lo mismo? ¿Entonces qué me venís a decir a mí?”, contestan; entonces yo pienso “en vez de criticar desde lo ético el hecho de que desde siempre el macho salía a copular por ahí, en vez de generar un discurso de repulsión hacia lo que claramente conforma un abuso de la genitalidad y un símbolo de dominio animal e incorrecto, un acto respecto del cual precisamente somos los únicos seres de la Creación que venimos mentalmente preparados para entender y valorar; en vez de todo eso, digo, eligen la fácil: nosotras también nos cogemos a quien se nos cante el culo, y ésta es una buena manera de vivir. Chau recato, chau lirismo, chau todo lo que se te ocurra. Chau tu amor, también, porque el día que te enamores vas a ver lo que es que te defiendan que se metieron un socotroco en el orto y que les gustó, y que eso es SU intimidad, sobre la cual vos no podés avanzar. Igualmente, nada me aparta de la sospecha ciertísima de que seguramente VOS, que estás leyendo, serás uno de esos que andan por la vida asegurando la vigencia de estos antiprincipios que aquí critico, visitador de tractos rectales y asegurador del estado de cosas, según el cual el sexo tiene el mismo significado que lavarse las manos. O una mina de éstas que se dejan por el orto y entienden que ese acto constituye una “exploración” similar a la que asalta a una persona con real sentido de la curiosidad científica, un creador de valor para la Humanidad. En tu cabeza, sospecho, todo es lo mismo, así que, si querés, abandoná la lectura en este punto, porque también aprendí en todos estos años que esgrimir un discurso como éste que estoy desenvolviendo es peor que tirar margaritas a los chanchos: es predicar en el desierto.

          Entonces para mí una embarazada es una mina que se cansó de coger porque sí y que se le cantó el ojete de tener un hijo. Pero claro, como no es lo mismo una MADRE que lo puta que fueron, ahora buscan (y reciben) la absorción automática de una sociedad a la que le chupa un huevo el pasado y que estructura toda una serie de mecanismos tendientes a acoger favorablemente (y a incluir en el mercado) una versión ahora maternal de la cópula avalorada que hasta el momento venían cultivando. Entonces empiezan las pelotudeces crónicas que hacen a la vida prenatal de la pareja: los turnos con el obstetra (al que tratan de vos, como si fuera un par, y que también tiene hijos chiquitos como ellas; está en la misma), el conteo mórbido de semanas y días -que incluye la hipocresía de decir cosas tipo "el sábado entra en la novena semana"-, la justificación de las inconductas o de los absurdos por la sobrecarga hormonal, y otros fantasmas urbanos como el de la sobrevaloración del hombre que las acompaña (es llamativo, pero asqueroso, advertir cómo la embarazada se prende con temor desesperante a la monogamia durante el período de gestación: a pesar de sus devaluados principios de cópula social, se ubica como nunca durante la gravidez en un estadio de desprotección y desconfianza patológicas al que también otorgan rango de derecho; piensan en verdad que a “él” le compete legítimamente el salir a cogerse a cualquiera porque es más difícil garchar con ellas, que se pueden mover menos y están “horribles”, según sus relatos; es asqueante también escuchar confesiones de padres cubiertos de pelos en las que sin ningún tapujo reconocen que se excitaban más cuando sus compañeras de colchón estaban embarazadas, Dios mío. ¡Dios mío!).

          Entonces estas minas, que otrora mayormente revolearan la bombacha cagándose en la significación civilizadamente construida de todas las cosas, ahora reciben sin ningún esfuerzo las bondades que, como signo de desproporción decadente, también elabora el conglomerado, concediendo una especie de premio inmerecido a quien todo el tiempo se encargó de ningunear los principios que lo sostuvieron y perseguir como único imperativo y motor de vida la satisfacción de su propio interés, comúnmente representado por el placer.

          Ahí comienza un andar al principio desorientado y todas las veces novedoso por el camino de la aparente virtud; un agitar torpe e ignorante del precepto de la multiplicación transformado en moneda de cambio de los beneficios más injustos y a la vez más cotidianos y pequeños, a los que se les otorga estatus de obligación por así corresponder; un sendero conductual impune que sólo se justifica ideológicamente por la circunstancia de que ésa es la postura asumida por el sentido filodecadente del resto. Y así se adelantan en todas las colas, empujando y blandiendo quizás algún otro hijo pequeño y normalmente sucio de baba o moco; no les importa si el colectivo está lleno y suben igual, en la seguridad de que algún pelotudo que cree que el honor pasa por ahí va a desgañitarse para tocar la supuesta inmoralidad del que va sentado, exigiendo retóricamente si “no hay un caballero que le dé el asiento a la señora que está embarazada”; van a recibir preguntas de “cuánto falta”, sonriendo, cuando antes le miraban el culo, las tetas, o la ignoraban; se salvan de multas, se les aceptan las más disparatadas visiones del mundo y opiniones que muchas veces rozan lo nazi; les disponen cajas especiales en los supermercados a los que empiezan a aficionarse y se les permite interrumpir cualquier cosa (una conversación, una película, un llamado telefónico, una consulta médica –he visto pacientes que dejaron paso a embarazadas que tuvieron el tupé de golpear la puerta del consultorio para pasar por encima del derecho de quien se estaba atendiendo-, un viaje en colectivo, una clase, un cumpleaños).

          Pero todo esto es una muy enorme mierda mentirosa, que no refleja ni el diez por ciento del sentir verdadero y real de los actores sociales. La prueba de que estas débiles permisiones conforman tan sólo un mero entretejido de roles de interacción de preguntas, respuestas y actitudes estandarizadas que tienden nada más que a salvar el culo particular de cada uno de los que las practican, es el hecho de que, en otros contextos, las reacciones frente al hecho del embarazo resultan contradictorias y claramente opuestas, y también todo ello es aceptado, aunque impliquen claros actos discriminatorios. En efecto: si una mujer queda embarazada y decide en ese estado bucar trabajo, nadie la toma (cuando mi hermana gestaba a mis sobrinos mellizos, una amiga que trabajaba en Telefónica me dijo así “te diría que ni lo intente, que ni intente presentarse”); si entró hace menos de un año y se embaraza, la echan; si lleva cierto tiempo en el empleo, en cambio, la ascienden y le conceden todas las licencias del reglamento, porque nadie quiere hacerse cargo de la hijadeputez y las reprimendas y denuncias que significaría demorarla en la carrera laboral por el sólo hecho de tener un hijo, aunque de ese modo se perjudique también discriminatoriamente al que trabaja cabalmente y que ha elegido un camino moral bastante más determinado que la uterina de marras. Si a un taxista lo para una embarazada que está sola o con un niño, detiene el auto; si está acompañada por un adulto, se reducen las posibilidades de que el taxista se detenga, porque aumentan al mismo tiempo las de que la “parejita” lo afane, en la creencia popular. Un tipo no sale con una mujer embarazada de otro, y, comúnmente, no se hace cargo de haber participado en el embarazo de su partenaire sexual que hace pocos días conoció (pues, “¿quién me asegura que el pibe sea mío…?”; los únicos casos de perdurabilidad de parejas recién conformadas y ya embarazadas que conozco, son aquéllos en los que ambos participantes sexuales realizaron con posterioridad a la noticia de preñe una evaluación de costo-beneficio y, aunque no había amor propiamente dicho, decidieron “formar una pareja” porque la otra solución habría sido mucho más costosa en términos de esfuerzo de cualquier tipo (ejemplos: compañeros de trabajo que se garcharon descuidadamente, vecinos, novios de padres decentes, minas que salieron a coger por despecho; mujeres de edad a las que, con la interrupción de la gestación, se les iría también la vida). En el resto de los casos, generalmente abortaron o tuvieron la suerte de que se detuviera el crecimiento del feto antes de tener que tomar una decisión. Sí, sí, ya me vas a decir que una que vos conocés se hizo cargo del bebé; pero es el 1%.

          Por lo demás, ¿no gana resistencia la mujer embarazada? ¿No es más fuerte que cualquiera de sus congéneres que no concibieron? ¿Entonces a santo de qué vienen los nuevos beneficios? La preñada come más y más sano, pues se olvida del asunto de las dietas de sólo yogur y ensalada; se le ensanchan los tobillos, los pies, y por eso tiene más estabilidad que cualquier otra persona, hombres incluidos; retiene líquidos que la hacen más resistente a los cambios de temperatura, manteniendo la homeotermia sin esfuerzo; gana masa muscular y lipídica, lo que le permite tener más fuentes de fuerza y reservorios de energía; se torna más agresiva en virtud de la mayor regulación hormonal, y más emocional en la intimidad, lo que le asegura la contención de su pareja; duerme más llevada por el sedentarismo, o menos, en virtud de su impredecible vertido de jugos orgánicos, lo que también la hace más agresiva y consecuentemente, aumenta sus capacidades de defensa. ¿No copula, igualmente, la preñada? ¿No sufre en algunos casos un aumento en pocas semanas del 25% de su peso normal, y continúa la vida alegremente y sin más obstáculos que la insatisfacción de sus nuevos y locos deseos descontextuados? Y en función de lo que se dijo antes, ¿no se las ve queriendo a los gritos que se respeten sus originales derechos en los supermercados, las colas de ascensor, en los bancos, en los colectivos y trenes, en los edificios públicos, en los sanatorios, en los cines y aun en las universidades?

          Cómo hubiera querido yo que la experiencia concreta, el “día a día”, me encontrase espectador de mujeres virtuosas, cuya maternidad no implicara la legitimación de conductas claramente decadentes y el “dar vuelta la página” de una vida alejadísima de la virtud y el sentido humano de la existencia. De mujeres que ya después de los 19, 20 años, quisieran casarse y tener hijos en lugar de “vivir primero y formar una familia después”. Qué satisfacción habría sido para el que persigue un mundo humano el ver en el otro una confirmación del ideal, y no una desviación espuria que se justifica en que los ideales no existen. Quién fuera el feliz hombre que cotidianamente pudiera regodearse con la confirmación virtuosa del pensamiento virtuoso, y no el hombre actual, que también se regodea con la confirmación de aquello que ni siquiera pretende como elaboración de nada, sino como algo que se da. Cuánto hubiese entregado, en definitiva, porque la porquería se desprendiera de su vocación de medianía y su instinto de segunda categoría, y se propusiera cambiar la deplorable condición animalizada de su devenir vital, entre otras cosas proyectando construir a consciencia un sentido valioso de la maternidad que implique, como escuché decir a mi maestra de 7º grado hace muy poco, “hacer de un hijo una obra de arte”. Pero qué obra de arte puede nacer de esta porquería, qué Gioconda, qué Arco del Triunfo, qué Miguel Ángel va a salir de toda esta mierda, que encima se explicita todos los días sin la vergüenza que debería tener elevando sus argumentos y justificaciones de cuarta al rango de verdad absoluta; y es tanto el número, tanta la afluencia de especulaciones fecales dichas a voz de sonrisa que cada jornada ves y escuchás, que hasta el olor que yo les siento en todos lados -y que me lleva a depreciarlos- se instala entre ellos como el perfume de la verdad; y mientras, lo que debiera florecer se desvanece sin que nadie añore el jardín que había antes de que llegaran ellos.

miércoles

Resulta que ahora se me ofenden las personas decentes

          Después de mi última relación sentimental, pensé que no quedaría más gente decente en ningún lado, porque -luego de muchísimas frustraciones y de creer sin fundamento que esa última relación me salvaría emocionalmente para siempre- no me bancaba que la chica haya decidido en el pasado que le hicieran el orto y que, además, cuando el novio que tenía la dejó porque ella se negó a formar una familia con él, a los pocos meses de falta de sexo salió por ahí a cogerse a cualquiera, literalmente. Antes, la psicóloga le había enseñado: "Mire, Ud. necesita que la penetren"; y así me lo dijo un día que nos vimos: "Mirá, Pietro, yo necesito que me cojan. Tengamos dos días para nosotros". Yo, que venía necesitando amar, queriendo la caricia que me redimiera de tanta desazón, deseando el encuentro pleno, le contesté: "cuando me pidas que tengamos cincuenta años nos sentamos a hablar; dos días no te doy". Era para que cualquier persona con una mínima carga espiritual se enamorara en seguida, pero en ese momento ella me dijo: "No sé, Pietro, no sé entonces..." Pero finalmente terminamos saliendo, y al poco tiempo, cuando me había enamorado irreversiblemente (porque era hermosa, culta, inteligente, limpia y muy fálica) me enteré de su vida pasada.

          La chica no era inmoral, sino "a - moral"; es decir: sus comportamientos no procuraban producir una herida, aunque tampoco pasaban ni previa ni posteriormente por el filtro de la moral. Su máxima era "hacé lo que quieras, mientras no perjudiques a nadie"; entonces, como que le hagan el orto la involucraba solamente a ella (lo mismo que cogerse a cualquiera, porque los que conseguía eran tipos de la misma vocación solamente copulativa); entonces estaba todo bien. Además, pensaba que había que "dar vuelta la página" con los "errores", olvidarse de todo y mirar para adelante. Consideraba como "error" haberse cogido a uno que la felicitó por cómo cogía, pero que después se vanaglorió en una ronda de amigos de estar cogiéndosela a ella, que era una perra en la cama, así como la veías. Yo no soporté ese guiso que día a día se me iba develando y me fui como diez veces de la relación; pero la vez número 11 la tipa dijo "bueno, si no te bancás mi intimidad, entonces todo se terminó acá". "Te doy una oportunidad para que esto se salve: generá un discurso crítico de toda esa mierda", le rogué desde el llanto. Pero no: "Es mi intimidad; yo no le hice daño a nadie. Es algo mío. Y sí, tuve hombres, sí. Pero ahí quedaron, y ahora te amo a vos". Cuando me fui para siempre, cargando los bolsos como un paria, me dijo: "Perdoname por lo que hice, y perdoname por lo que no hice". O sea: "perdoname porque me empomé a cualquiera; y perdoname porque no hice 'inside' de nada de lo que me dijiste; es decir, perdoname porque, a pesar de saber que te perdía, no me convencí de que estuviese mal regalarse con cualquiera, dar el culo por placer, hacer prevalecer mi orgullo de puta a la vida junto a vos".

          La llamé enamoradísimo un mes después, para proponerle borrón y cuenta nueva; pero me rechazó desde el "estar bien", desde el "se me fue la contractura de la espalda que tenía cuando vivíamos juntos" y desde el "no, mirá, vos sos un celoso patológico... vos estás MUY MAL, Pietro"; y así salió a que le quiebren el orto otra vez, o a aceptar seducciones así nomás para coger. Le dije "¿pero para vos no había que dar vuelta atrás con los errores del pasado? Bueno, demos vuelta atrás con nuestros errores y empecemos de nuevo". Y me contestó: "No, cuando yo dije dar vuelta la página me refería a los hombres". "Ah, ¿a los hombres?" contesté, titubeando y muy amargado. "Sí, Pietro, dar vuelta la página con los hombres..."

          Pero sucedió que muy poco tiempo después conocí personas decentes de verdad. Personas que, dada una situación de "buena cama", se casaron en vez de putonear; gente y no porquería, que en algún caso resistió la desilusión porque había sido educada en el comulgar de valores y principios que tienden a "des-animalizar" los comportamientos y construir una sociedad basada en el control de los impulsos. Le daban oportunidades durante lustros (y no semanas) al Otro para que remedie sus porquerías. Dejaban de lado el principio del placer en pos de esos valores: experimentaban placer, pero el placer no era la vara con la que medían la validez de una conducta. Es decir, ensayaban un juicio de valor previo a la acción, y el parámetro de medición de la pertinencia de una conducta no era el "si te gusta, hacelo", sino el "si corresponde desde un punto de vista moral, hacelo". Mi antigua novia me decía "ese tipo que 'tanto te molesta' que me haya cogido a las pocas horas de haberlo visto por primera vez en mi vida, me lo cogí porque me gustaba y porque tenía ganas de ser acariciada, ganas de ser tocada"; esta nueva gente entendía (y entiende) que el sexo es la unión de dos esencias, que con la penetración el que penetra persigue la virtud de llegar al alma, y la penetrada/amada da su consentimiento no para que le froten el clítoris o para que le chupen o rocen con el pene el esfínter anal y el canal rectal, sino para abrir su esencia al encuentro con el Otro.

          La gente de la que hablo cree que la unión amorosa es una herramienta para la felicidad y para dar solidez al espíritu. Entonces quieren presentarme a alguien, y yo les digo que no porque voy a terminar desilusionándome otra vez en la vida. Y me dicen:"¿Pero qué sabés, Pietro? No todos son iguales. Vos hablás así porque venís de malas experiencias", que es lo mismo que me decía toda la porquería anterior que al final terminaba mostrando la hilacha de porquería que llevaba oculta, pensando que conmigo iba a coger como nunca en la vida, o iba a andar por ahí con alguien que prácticamente no tenía maldad; y después resultaba que no se bancaban mi discurso pretendidamente moral. Yo terminaba siendo un "celoso patológico" o un tipo que "me cortaba la libertad, él vivía angustiado y angustiaba a todos los demás; ahora quiero vivir mi vida". Me llegaron a decir que tenía "la mirada muy pura", y después, cuando comprobaban que resultaría imposible por incompatibilidad ética estar conmigo, que estaba "muy loco".

          Así que ahora estos amigos que cultivan la honestidad, viéndome solo y sin ilusión ni siquiera en el tanque de reserva, me quieren presentar minas de acá, minas de allá. Me dicen "nada que ver con tu ex, ésta, como todos nosotros, sólo se acostó por amor; de hecho todas las que trabajan con ella le dicen que es una boluda"; me aseguran que "ella lo que necesita es un tipo como vos, que sos una de las personas más buenas y responsables que conozco, porque siempre hizo prevalecer la familia y la pareja por sobre otras cosas". Yo entonces, familiarizado con la mierda y totalmente desengañado, pregunto: "Decime... ¿qué piensa esta chica del sexo anal...? Me imagino que a los treinta y pico alguna vez habrá tenido"; y... ¿podés creer que se ofenden? "Pietro, sos un desubicado... ¿con quién pensás que estás hablando? Es un orificio de SALIDA, si te sirve la respuesta". Entonces pregunto "pero alguna vez se habrá reventado a alguien... mi ex, por ejemplo, se cogió un tipo en una cita a ciegas, apenas lo vio" Y me contestan: "Estás ofendiendo a una amiga, y me estás ofendiendo a mí". "Pero, ¿por qué te ofendo? ¿porque me meto indebidamente en tu intimidad?" "No, me dicen, qué intimidad, ¿no te das cuenta de que nos estás tratando de putas?" "Para nada, en uso de la libertad creo que cualquiera puede hacer lo que quiera, siempre que no le haga mal a nadie", digo, solamente para poner a prueba el discurso de mierda que yo creía prevaleciente. Y entonces se ofenden. "Te repito, yo no sé a qué estarás acostumbrado vos, pero ni mi amiga ni yo ni siquiera podemos llegar a pensar en eso, aunque sea ya no por una cuestión de decencia, sino por una cuestión de... asco, si querés. ¿Cómo te vas a acostar con cualquiera? Dejá Pietro, no te presento a nadie. La verdad, no tengo ganas de seguir hablando".

          Ya no sé, entonces, después de este fifty - fifty nauseabundo, en qué lugar está lo cierto. ¿En el recto de mis ex novias? Una, cierta vez me comentó, riendo: "Yo tengo el culo casi virgen"; te imaginás cuánto tiempo más duró todo. ¿En dónde está lo verdaderamente bueno? ¿En la persecución de valores universales? ¿En medir las cosas con la vara del placer? ¿Es bueno lo que te gusta y malo lo que no te gusta, o hay "algo más", algo que nos defina como personas en sentido pleno y no como gran daneses, iguanas, gallinas pisadas o mandriles? ¿Vos en la intimidad podés hacer lo que se te canta el orto, siempre que no le saques guita a nadie? La pregunta, finalmente, es: ¿es lo mismo llevar una vida decente que una de otro tipo?

          Y no es una cuestión que no tenga importancia, eh. Quiero ver qué te pasa si te enterás que a tu novia le rompieron el culo con consentimiento, y que no lo volvió a hacer solamente porque "no le gustó", no porque haya algún valor involucrado; o peor, que lo volvió a hacer. Quiero ver qué te pasa si te dicen que salieron por ahí con forros en la cartera (por si él no llevaba) a cogerse a uno del montón sin filtro; que te diga "no, yo con Gonzalo tuve una relación que solamente era sexo, sexo intenso, pero solamente sexo". Y que si no te gusta, que te vayas. A ver si te volvés a enamorar.

jueves

Una respuestita de mamá

          Mi mamá, que tiene un vínculo sado-masoquista con el psicópata de mi padre, es una de las pocas mujeres que conozco que desdeñan el instinto maternal a favor de la satisfacción de los deseos de su marido. En este caso particular, como los deseos de mi padre se relacionaban con mi desaparición, se dio el siguiente diálogo.

          Suena el teléfono. Atiendo con voz débil y cansada.

          -Hola

          -Hola, Pietro. Habla mamá.

          -Ah, qué tal.

          -¿Cómo estás?

          -Muy mal.

          -Y bueno... yo no puedo hacer nada.

          -Está bien, ya sabía.

          -Bueno, Pietro, chau.

          -Chau.

          No me lo vas a creer, pero pasó así. Yo a veces me debato entre que mi madre es una tarada o si en realidad no será que es una hija de mil puta.

viernes

¡BIENVENIDO TODA TU MIERDA A TODA TU MIERDA!

          Estoy contento porque había pasado el blog a una dirección de mierda, que era "todatuculpa.blogspot.com" para que alguna porquería no lo leyera más; después, como muchas veces en la vida -quizás llevado por mi debilidad o por el mandato paterno de fracasar-, me arrepentí y quise volver a la dirección anterior, pero el mismo camino oculto que me impidió millones de cosas en la vida también me impidió el regreso a la vieja dirección.

          Ahora, a no me acuerdo si tres o cuatro meses de la debacle luego de la cual experimenté la real sensación de que la porquería va a seguir siendo porquería irreversible y que su única vocación es construir mierda mientras tiene orgasmos viendo su obra (u olvidándola), ahora el sitio me permite reponer la dirección que pertenece desde hace casi dos años a este espacio, "todatumierda.blogspot.com".

          Y aunque el común del vulgo que ha elegido la degradación como motivo y razón de vida vaya prefiriendo la mierda de Facebook a los blogs, seguiré aquí dando patadas insuficientes, pero patadas al fin, contra los tremendos castillos de cemento durísimo que la porquería va edificando para perpetuar su orden horrible, y también contra las costumbres privadas de los que por elección deciden clara y voluntariamente hacer el mal o la perversión sabiendo que lo hacen, sólo porque les causa algún tipo de placer.

          Agárrense porque ahora sí que me va a chupar un huevo todo. Yo era un hombre bueno, y por culpa de la mayoría me salieron unas ojeras que me gustaría algún día hacérselas pagar. Hijos de puta, putas, decadentes de mierda, ojalá llegue el día en que los vea sufriendo por culpa de su propia soberbia, empantanados hasta las pelotas en el destino inmundo que eligieron mientras se cagaban de risa de los que seguían una vida digna; que la chapa de andar por ahí con el orto quebrado a sabiendas se les transforme en dolor; que la quilla peneana con la que van haciéndose camino espúreo se les transforme también, pero en lucidez de su propio valor.

          Sí, estoy resentido; pero la mayoría de ustedes está peor, está satisfecha, cuando no orgullosa.

jueves

Todavía no puedo

          Eso, todavía no puedo. Algún día volveré a este espacio, tengo mucho para decir, pero creo que NADA NADA tiene sentido, ni siquiera escribir, ni siquiera percibir, no entiendo al artista, no tengo ánimo para el arte tampoco. Sonrío al pedo todos los días. Vamos a ver.

lunes

Perdón

Perdón, chicos, no puedo escribir porque estoy sufriendo un estado de profunda tristeza. Sepan disculpar, ya llegarán los posteos. Gracias.

viernes

Elogio del tomate

          El bar ahora tenía nada más que un cualquiera leyendo y cuatro parranderos de jueves y sesenta años tomando café y cognac en la barra. Eran más de las doce de la noche y le pregunté al de la misma sonrisa que antes, cuando no entraba solo y esperaba a que eligiera la mesa o me preguntara adónde te parece; no será tarde para pedir algo de comer, no sé si cerraron la cocina, un sandwich cualquier cosa.

          Una chica no tan hermosa en lencería, un boxeador enamorado de la misma mujer tres décadas, uno que murió, oliva sobre el tomate que enrojeció más de lo que esperaba, la lechuga está tan verde pero el tomate es rojo rojo como un labio la televisión, los viejos se ríen sobre el cognac –las mujeres en la casa-, uno insiste en pagar, llegué tarde, tarde, se desarma el universo que me figuré vos te hacés una coraza mentira, una coraza de mentira y de faltas y entonces el tomate rojo rojo me ocupa y me celebra, invasión celebrada y asombrosa, la lengua reparte tomates deseados y fenecidos, tomate rojísimo sin planes de cemento alisado igual que el del bar pero en el living qué te parece, sin plantas en el jardín, la casa brotada de señales, tomate dichoso que se regodea en la boca mía y suya, la lengua reblandecida por el aceite, suavidades de viejo sin nadie, cognac de los locos, la dureza del cemento rugoso mirando hacia arriba con los ojos cerrados bebiendo el tomate un instante de ficción en el que el mozo ha venido hasta la mesa y pregunta con la misma sonrisa de entonces si está todo bien, y a pesar del llanto y del tomate con una mueca le doy a entender que siempre fui medio loco, y entiende y me sonríe como cuando pedíamos la copa helada y nos mirábamos y me deja otra vez solo, ahora que los viejos también se fueron dejando efluvios de cognac y de parranda poco tiempo después de haberme sentado y antes de que pasara lo que pasó y no va a volver a pasar, nunca.

lunes

Vuelta al nido

          Bienvenidos nuevamente. Como nuevo punto de partida, transcribo la carta que envié a mis lectores más dilectos, y me despido hasta el próximo posteo:


          Amigos, en un acto de clara cobardía suprimí hace unas semanas el blog "Toda tu Mierda". Pensé que la búsqueda del prójimo, que me proponía entonces, no podía sostenerse precisamente en la negación del prójimo. Pero la vida multiplicó los ejemplos de desaparición del semejante, y de multiplicación de "otra cosa", más allá de algunas claras muestras de amistad o intención de lo bueno universal.

          Me parece ahora que no puede ser lo mismo el hombre en sentido virtuoso (o la mujer, claro) que cualquier otro vertebrado, y mucho menos que aquél que edifica y difunde su modelo de execración a partir de máximas de supuesta filosofía consagrada, que tendrían valor solamente porque todo el mundo las sigue. Le estaría faltando el respeto a mis amigos si, con mi silencio, los embolsara en el mismo saco que a la porquería, o no diferenciara los sacos.

          Además, está mi compromiso con la verdad y con los valores, que me ha llevado a la soledad, pero que algún día me deparará algún regocijo. Y, finalmente, veo y sospecho tanta porquería que siempre será irreversible porquería, y que sin al menos UNA voz de protesta o denuncia pasará impune por la existencia, nada más que revolviendo la materia, sin ninguna pretensión de trascendencia, esclava de sus jugos, sometiendo a los demás al acatamiento de los principios horribles de su ideario de segunda. Este compromiso ha hecho, entre otras cosas, que la porquería me catalogue de "loco" adonde voy. Pero ya no importa. El loco va a seguir gritando.

          No puedo permanecer callado, amigos, por más que mi aporte no signifique nada. El efecto será como insultar al dictador antes del fusilamiento: no sirve para nada, pero no tendrá el mismo valor que morir llorando. Lamentablemente, hablar mal del cáncer no cura el cáncer... sólo constituye un aporte para que mejores mentes reflexionen acerca de la necesidad de su erradicación, y de los caminos para lograrla.

          Necesito unos días y lo vuelvo a subir. No puedo dejar de ser yo, lo siento por mí y por todos... Por eso, desde ya, pido disculpas.

          Probablemente transcriba este mail en el primer posteo.

          Un abrazo. Pietro Tul.

domingo

Certeza de domingo

          Ninguna de mis acciones es trascendente. "Nadie es imprescindible"; yo tampoco. Mis acciones, mi imagen, mi presencia y mis motivos son esencialmente reemplazables por las acciones, la imagen, la presencia y los motivos de cualquier otro. El valor de mis acciones es el valor que se me ocurre que tienen. El valor de las acciones de los demás es el valor que se me ocurre que tienen. La emoción no trasciende. Da lo mismo una cosa que otra.

jueves

Escena en un colectivo de provincia

          Está por llover. Suben unos quince niños de escuela primaria, tardan en pagar. Los que ya compraron el boleto se van ubicando en los casi todos asientos vacíos. Uno más gordito está muy contento; una chica Aylén será muy hermosa. Llevan mochilas ajadas de color rosado, negro o azul, con inscripciones de fantasía. Las chicas tienen todas zapatillas blancas y los varones, botines de fútbol negros con medias grises o también negras. Algunos, una campera de gimnasia. Ninguno tiene más de diez años. Van hacia las calles de tierra. El chofer mueve el colectivo aun cuando muchos todavía no se sentaron; el sacudón los hace gritar de risa. Las niñas comienzan a hablar en voz muy alta, traen cuestiones que no tienen que ver con el colegio; la mayoría escucha lo que tres o cuatro dicen.

          El que eligió el asiento individual mira a la niña más linda, que es, además, la única que lleva cinta en el pelo. Cada tanto observa cómo van pasando las calles. Se ha sentado apoyando una parte de la espalda en las ventanillas. La mira y ella no. Veinte cuadras después, dice:

          -Aylén.

          Pero la chiquita sigue hablando, de pie junto a sus dos o tres amigas que acotan y ríen.

          -Aylén.

          Esta vez escucha a una de sus compañeras, que vocifera algo que les parece gracioso.

          -Aylén.

          El colectivo toma una cuneta y todos gritan.

          Entonces el niño exagera su actitud de atención. Toma una pelota que no sé en qué lugar llevaba y amaga arrojársela a la cabeza.

          -¡Aylén!

          La pequeña lo mira. El niño ensaya un gesto de seriedad y cuenta:

          -¿Viste que están arreglando la casa de Bráian? No sabés, están poniento ¿viste? todo cerámica en el piso, re brillante queda.

          Y agrega: - A la entrada todo plantas pusieron. Hoy vamos a... -pero Aylén ya se ha ido; intenta retomar la conversación perdida con sus compañeras, también ajenas a la anécdota.

          El niño busca quien lo escuche y me encuentra, lejos, en el último asiento. Por sobre las risas desmedidas y los acelerones, continúa, con los ojos perdidos:

          -Hoy vamos a ir a jugar a la arena.

Cositas de papá (VIII) - Mira quién vino a cenar

          Otra de las formas que aplicaba mi padre para rebajar mi dignidad era insultar de algún modo a mis amigos. Hay casos terribles que alguna vez contaré, pero hay también otros más sutiles que los espíritus sanos no están llamados a recordar, y respecto de los cuales son, por lo demás, inmunes. Mi padre solía ponerme de ejemplo esa circunstancia: si nadie recordaba sus acciones y a nadie dañaban, era porque resultaban inocuas, y sólo a un enfermo como yo podían impresionarle de modo dañoso. Yo las recuerdo porque él me enfermó.

          Como la vez que me reuní en la casa chorizo con unos camaradas a jugar a las cartas. Más allá de la prohibición de “hacer ruido” a las nueve de la noche o de la sugerencia de que “no anden pasando todo el día para el baño porque acá mañana se trabaja” (“hoy” era viernes), sucedió una pequeña desgracia que, aunque episodio común para cualquiera e imposible por sí de generar culpas, disparó el mecanismo de insidias que mi padre llevaba como herramienta concedida por su dolencia psíquica al fin de remanir uno de sus objetos mórbidos –en el caso, yo-. Fue que alguien de mis invitados ensució el piso cerámico con alguna deposición de perro de las que hay por ahí.

          “Qué olor”, vociferó mi viejo apenas llegó el grupo y por respeto se corrió hasta el comedor a saludarlo. “Por qué no se fijan si alguien…” Yo –entonces no sabía por qué, y ahora lo sé- comencé a sentir culpa y a querer con mucha adrenalina que todos tuvieran sus suelas limpias.

          “Ay… me parece que fui yo”, dijo Bob, el mayor, que además de culto y amigo era homosexual. “Permiso, permítame por favor pasar al baño que lo soluciono”.

          “Sí, pase, por ahí” –dijo papá, mirándome con reproche, y al tratar de usted al invitado reflejaba su disconformidad con mi realidad de abrochar amistades de cualquier sexo, orientación y franja etaria.

          Inmediatamente, mi padre lanzó una onomatopeya propia de quien se ve compelido a tolerar un estímulo insoportable fuera de todo derecho, seguida de la del asco (“pfffffffff, ajjjjjjj”). “Vamo a tener que limpiar, a ver, correte”, me dijo, y salió pomposamente a buscar la escoba, el repasador, el trapo de piso, un balde, una pala de basura y un frasco de desodorizador de ambientes.

          Comenzó a fregar con ímpetu, en pijama, a pedir que también se corrieran los seis o siete que venían a la partida porque en el lugar que estaban molestaban o podrían continuar tocando la caca y la esparcirían por toda la casa. Mientras mi padre baldeaba ellos hablaban de otra cosa, esplendores que jamás me atañirían. Papá fingía desorientación histriónica, no saber con claridad adónde estaba el foco del olor, demostraba ostensiblemente los perjuicios de la invasión que impone recomponer las cosas a su estado anterior, modificado por mi desidia, por mi imprudencia, por mi gran negligencia de proyectarme a través de mis amigos. Tiró un baldazo de agua que salpicó a dos de los chicos. Yo tenía la certeza de que Bob desde el baño escuchaba realmente lo que estaba pasando.

          -Esperá, papá, no es para tanto… Nos pasa a cualquiera. Además, escuchame, se va a ofender… Bob es un buen tipo, tiene cuarenta y pico de años, es arquitecto, respetá aunque sea la investidura, es medalla de oro…

          -¡Sí, pero pisa mierda! –contestó mi viejo casi gritando y con cara de repulsión, una mueca de indignación que patentizaba el canon general de la indignación del hombre de criterio, como si siguiera oliendo, como si estuviese teniendo que sufrir indebidamente la profesión habitual de alguien que se sólo dedica a pisar mierda y que en ese momento viene a romperle las pelotas, a SU casa.

          Algunos de los del grupo se rieron, porque, sanos ellos mentalmente, sólo podían apreciar las exageraciones de mi padre como una gracia que les dirigiera. No podrían jamás concebir el hecho de que, a través de ese episodio en apariencia inofensivo, mi padre remarcaba que también yo compartía la naturaleza de la gaffe de mi compañero, y que la prueba más evidente de ello era que el que mejor podía representar al conjunto de mis amigos, el medalla de oro, no alcanzaba en lo más mínimo a redimir mi condición, dado que los semejantes tienden a unirse y yo me había unido al pisamierda en razón de amistad. En esa influida visión, yo solamente servía para juntarme con la mierda, como palmariamente quedaba demostrado, y a la mierda hay que barrerla y tirarla de inmediato, como tendría que hacerlo con vos que ya sos lo suficientemente grande como para irte de esta casa y dejar de hinchar las pelotas.

martes

De repente, Dios

          Estoy solo, lejos. No tengo familia, ni amigos, ni trabajo, ni mujer. Cerca de mí, dos mil millones de árboles. El pozo detrás del esternón. Todas mis posibilidades fenecidas. Comida de ayer. Esplendores encerrados entre cartones muertos. Dos perros de los que me salvé. Gotea el baño sucio de una semana. Se pudre algo. La raíz del tilo se va levantando y arquea las baldosas de la vereda hasta que se quiebran. Se enciende el termotanque. (Si lloro nadie lo va a advertir). En el baño, también un compilado de artículos de Derechos Reales del año '88 y una antología de Bukowski; a ambos lados de la cama bullones de ropa de dos semanas y media. La vecina se fue a dormir a otra parte; la casa de la esquina está en venta. El bosque se dobla antes de la lluvia, el mar llega hasta la Avenida 10 (después no hay luz). Cerré las ventanas. Dos de los de por acá no saben quién soy; la almacenera y un tipo al que le quise regalar un colchón viejo sí. Cien mil muertos. Nadie mueve las cortinas. Un quintal y un poco más. Otro perro hacia lo negro; detrás de él, otro, más peludo, abriendo el frío.

          Entonces, inexplicablemente, una avenida de París, las dos de la mañana, una tarde gris enmarcada por edificios grises y árboles grises deshojados, un niño, cuatrocientos golpes y un útero enorme.

          Si apago el televisor, van a castigar al niño.

domingo

Cositas de papá (VII) - Si tu mano te traiciona, córtala

          Cada vez que, por imposición de mi padre, tomaba yo alguna herramienta o intentaba realizar alguna labor, papá proclamaba en voz muy alta que yo era un inútil con las manos. Mientras desarrollaba el trabajo (clavar, hacer un nudo, escarbar la tierra, desenroscar un tornillo), se ubicaba a mi lado y emitía locuciones del tipo “no, no, no, no, no, no…” o preguntas retóricas de notoria altisonancia y gesto de indignación: “¿así lo estás haciendo?”; y finalizaba invariablemente “dejá, dejá, dame, dame, dame”, y como yo no se la diera: “¡dame!”; y cuando le entregaba la herramienta: “andá, andate: si no vas a colaborar, no molestés, haceme ese favor”. Más tarde, generalizaba en sentido estigmatizante que "A éste no se le puede encomendar ninguna tarea".

          Esta forma de descrédito entró en crisis con mis primeras masturbaciones, que comenzaron en abril de 1980. Mi padre no las toleraba. Cuando entraba al baño y tardaba más de lo que él había dictado aleatoriamente como tiempo prudente, se dedicaba con empeño a repetir invocaciones intensas de aparente vindicta doméstica: “Qué falta de criterio” o “¿Qué carajo está haciendo en el baño? ¿Qué carajo está haciendo? Está la madre, están los hermanos… Andá a ver qué está haciendo”; yo entonces me apuraba para acabar, y salía del cuarto de baño con mucha vergüenza, dejando por ahí la revista que me había llevado.

          En aquella época de execración no lo sabía, pero era claro que mis manos, que en la visión del monstruo no servían para nada, se hallaban sin embargo creando un nuevo hombre en aquel espacio total, y patentizando con eficiencia incontestable una “aparición” indeseada, que echaba por tierra el universo de palabras reverenciado en aquel grupo enfermo. Entonces el psicópata, incomodado mórbidamente por los hechos imparables del mundo de las cosas, impotente frente a la evidencia de mi fructificación, reaccionaba del modo que se contó; es decir, impidiendo al hombre, y para ello contaba tanto con las aristas conductuales de su dolencia, como con la aquiescencia silenciosa de los demás, especialmente de mi madre.

miércoles

Una discusión sobre el amor

          Resulta que me hice una página en Facebook, porque mis ex compañeros de la escuela primaria se juntan ahí. Facebook es un gran rejunte de porquería. Hay que decir cosas para que la porquería se ría. Hay que tirar buena onda. Hay que exhibirse. Hay que ser un boludo contento. Hay que esperar que otros se interesen en uno. Hay que ser original, y la originalidad consiste en elegir algunas de las pelotudeces lúdicas que ofrece la misma página, tipo "pregúntale tu destino al hada" o "envía rosas a alguien que quieras". Facebook es una mierda, como el pop latino, con quien comparte el público y el estilo.

          Entonces decidí que no iba a jugar al juego del pusilánime que se encuentra. Iba a jugar otro, iba a quedar mal de alguna otra manera, pero de ésa, no. Un rato fui amable con el guiso, y poco tiempo después (antes de la semana) mi compromiso con la verdad superó toda otra forma de tolerancia.

          Quiero mostrarles hoy una serie de "comentarios" a una frase salame que una de las participantes de ese cyber-forreo colgó a manera de "lean mi alma a partir de esto que digo".

          La frase era, así escrita:


"En la guerra, como en el amor, para llegar al objetivo es preciso aproximarse".

NAPOLEÒN BONAPARTE ..


          Más allá de que la oracioncita me hizo recordar todas las frustraciones afectivas sufridas por haberme juntado siempre con gente a la que le basta "acercarse" para cogerse, decidí participar en el menudeo mogólico que propone el espacio de e-reunión de amigotes. Un antiguo amigo de la primaria, cuyo nombre es El Gordo Benito, se inspiró en la máxima que precede y anotó, textualmente: "LA GUERRA ES COMO EL AMOR,SIEMPRE SE TERMINA .CUERPO A CUERPO,BENITO". El Gordo es un jodón, no sabe ni escribir, se gastó la guita de las dos mujeres anteriores y ahora se chupa la paciencia de la tercera. Dice que su cuñada es una petera. Manda mensajes a las dos y media de la mañana. Tenía un cabaret en la ruta.

          Así que yo tuve que comentar. "La guerra es como el amor, el que está en el cuerpo a cuerpo ya ensartó a varios otros, o bien lo han ensartado varias veces, y todos toman esa circunstancia con orgullo". Nadie se iba a hacer cargo, estaba seguro.

          La siguiente aparición respondía a una clara facebook-girl, una narda sin cerebro que, al mejor estilo Maestra de Jardín de Infantes, propuso la siguiente forrada: "ese petiso de Bonaparte!". En cuanto leí este monumento a la mediocridad, me dije "Seguro que esta tarada tiene más suerte que yo". La idiota, como hace el 99 % de la porquería, se contentaba en este caso con pensar así, interactuando sin vergüenza de la manera que más patentizaba su medianía, sin aportar nada y sin esperar nada tampoco. "Debe estar casada", supuse, "debe tener el falo, en algo que la complete se debe refugiar", colegí, "si no, le tendría que haber dado medio gramo de pudor mandar esa pavada, exponerse gratis con esa cortedad que la ubica inmediatamente y sin posibilidad de discusión lúcida en el cono de deyección adonde va todo lo indeseable".

          Así que apareció otra, una a quien llamaremos Florencia, por decir un nombre masivamente elegido, que dijo así, sin espacios, sin ortografía, sin prudencia, sin mesura, sin ninguna de las virtudes cardinales: "uy chicos¡¡¡¡¡que derrotistas¡¡¡el amor no es como la guerra¡¡¡son opuestos¡¡¡¡,cuando alguien amo de verdad,jamas haria daño¡¡¡¡". Me la imaginaba torciéndose los dedos mientras se le salía el espíritu por reencauzar hacia Internet y hacia el Mundo sus cuatro o cinco únicas convicciones, cimientos conductuales de televisión, que se habían visto sobresaltados por la mención de la palabra "guerra" cuando ella claramente había pelotudizado la locución "amor".

          Quise que un "muro" en el que yo participaba no quedara concluido de la forma subnormal en que parecía haberse sepultado, y le encontré la vuelta. Dije: "Vos amás de verdad y es el otro el que te hace daño".

          Ahí Florencia enloqueció. Llevada por la suma de sus preconceptos (un Todo que era más que esa suma), desmadrada por la perturbación que imponía el hecho de que alguien dijera algo que en la "red" no estaba permitido (ya que, como dije, allí hay que escribir huevadas con las que todos estemos de acuerdo y después contentarse como El Hombre Feliz que No Tenía Camisa y que, como un gil de goma legitimado por todas las oficinas, Ama las Pequeñas Cosas de la Vida), no dudó en omitir toda convención de lenguaje escrito ni en desdentar el teclado para consignar: "BUENO,OK,TENES RAZON,COÑO¡¡¡PERO ESO NO ES AMOR.EL AMOR ES OTRA COSA,UNA PERSONA NOS PUEDE HACER DAÑO,PORQUE ALGO FUNCIONA MAL EN LA RELACION,Y NO QUEREMOS DARNOS CUENTA¡¡¡¡¡TE ENAMORAS NO DE ESA PERSONA QUE TERMINA HACIENDOTE DAÑO,SINO DE LO QUEN IDEALIZAS DE ESA PERSONA ,AMAS A ALGUIEN QUE NO ES¡¡¡¡REALMENTE LO QUE CREES DE ESA PERSONA POR HACE DAÑO¡¡¡¡¡"

          Y bueno, más allá de que no se entendía un carajo, me la dejó picando. Reaccioné como siempre, como todas las veces, eximido de toda excepción al respecto: le tiré diez mil palabras al que sólo quería escuchar cinco (no cinco mil, sino cinco), a aquél para el cual el mundo es lo que él piensa del mundo y pará de contar, a aquél que no quiere más que lo que ve, lo que morfa, lo que caga, lo que trabaja, lo que se compra y lo que coge, sacando el tema de los hijos, que es más patético. Me eché un discursete al pedo. Fíjense lo que le escribí:

          "Florencia, mirá. Primero te pido disculpas porque es largo lo que te voy a decir.

          Ya sé que Facebook es para cagarse de risa, pero bueno, capaz que también se puede decir lo que uno piensa...La frase que decís "algo funciona mal en la relación" sólo puede querer significar "la relación no satisface algún interés de alguien". En este punto, queda conectado el problema del amor con el del egoísmo.

          Y por lo demás, me parece que tu (profundo) comentario abre el problema del "significado y significante". Ya te decía Descartes que el mundo exterior podía ser un engaño de tus sentidos ("eso no es una manzana, sino la imagen que en mí se forma a partir de la supuesta manzana que habría ahí, y que en mí impregna como una manzana"). Hay incluso un cuadro que representa a una pipa, que se llama "Esto no es una pipa".

          Viste cómo fue el famoso debate acerca de si el hombre en verdad llegó a la luna: "Yo vi a Armstrong descender en la luna y bajar las escaleritas del Apolo XI, así que no hay duda acerca de que el hombre llegó a la luna". "No", contesta el otro, "vos lo que viste es un televisor que mostraba una imagen de un tipo vestido de astronauta, en una geografía que vos ya tenías adquirida como que era lunar, mientras un periodista te decía que esos eran Armstrong, la escalera del Apolo XI y el Apolo XI apoyado sobre la LUNA".

          En suma, un símbolo puede significar todo lo que vos quieras (en algún momento de la historia, la esvástica representaba un buen sentido místico y el amor a una deidad). Pero la NECESIDAD misma del Otro que te complete, que se manifiesta en el amor, es una sensación real que queda fuera de toda relatividad. Que tenga causas no te lo niego. Pero que esa necesidad choque todas las veces con la FALLA del otro también es indiscutible.

          Yo sostengo precisamente que esa FALLA del Otro es una falla VOLUNTARIAMENTE buscada, es producto de elecciones conscientes, libres y discernidas. Por eso, es el Otro mismo el que se impide a sí mismo ser amado, y daña a quien, ahí sí como vos decís, equivocadamente va y lo ama".

          Después sucedió que Florencia era psicóloga y me abochornó con una perorata de tres mensajes que querían decir "mirá todos los libros que me clavé, no me vas a decir que no son un discurso coherente que habría por lo menos que escuchar", más la confirmación de la genial respuesta de Erich Fromm a Sigmund Freud, que cuando éste dijo con el dedo levantado "La religión es una forma de neurosis", le contestó: "Puede ser, pero la verdad es que el psicoanálisis es una forma de religión".

          Y qué más decir... ¿mandarlos a todos a la mierda? Quizás sea peor estar solo.

lunes

Una conversación telefónica

-Hola Pietro, me pediste que te llamara.

-Sí, viste que salió la sentencia de...

-Sï, un desastre. ¿Cuánto tiempo hay para apelar?

-No sé, esperá que me fijo por Internet. Creo que son seis días.

-................ -mientras busco en la página de información legal, no dice nada.

-Seis días.

-Ah, escuchame, tengo para hacerte dos preguntas. Una: ¿Si presento la demanda frente a un juez incompetente se interrumpe la prescripción?

-Sí, es el artículo 3.986 del Código Civil. -y explico mucho, mucho.

-Ahá. ¿Y qué tiene que ver esta otra ley que establece una jurisdicción distinta de la que venía siendo hasta ahora para presentar la demanda?

-Es una ley posterior. De acuerdo con un criterio de interpretación de la ley, las previsiones de una ley posterior prevalecen sobre las de la ley anterior.

-........

-¿Entendés?

-Sí -dice mi interlocutor -lo que pasa es que no me quiero ir hasta San Justo.

-Presentala donde quieras, interrumpe la prescripción igual.

-......................

-Bueno, me voy a caminar por ahí porque estoy muy deprimido, me siento muy mal. Espero que caminando se me pase.

-Bueno, chau.

domingo

Consecuencias de haber hecho solamente el bien

          Quiero decirles hoy, breve y en enumeración completa, cuáles fueron las consecuencias más importantes de haber hecho el bien durante todos los días de mi vida. Quizás todavía me halle en la mitad del camino, pero, si hoy me muriera, la descripción sinóptica de mi realidad sería la siguiente:

          .No tengo familia. Mis hermanos no han querido apoyar mis demandas relacionadas con la psicopatía de mi padre, la condescedencia de mi madre a su accionar mórbido y las innumerables conductas de agresión patológica que me ha dirigido. Mis tíos se han plegado a la doctrina de mi padre, por ley del menor esfuerzo. Me queda una sola abuela, por poco tiempo, que no tiene fuerza para asumir ninguna postura. Mis primos están fuera de la discusión. El único pariente con el que tengo alguna relación vive a más de 10.000 km, y está absolutamente de acuerdo conmigo. Quizás me convenga viajar hasta allá y convertirme en un marielito.

          .No tengo amigos. Con los años mi angustia ha crecido tanto que mis amigos, consciente o inconscientemente, claramente evitan el mayor contacto. Nos reunimos una o dos veces al año, en pequeñas comidas en las que no se habla de cosas importantes. Mis comentarios reivindicatorios o depresivos los incomodan. No obtienen ningún beneficio de mi presencia ni de mis ideas.

          .No tengo trabajo. Renuncié al Poder Judicial hace dos años y medio porque uno de los jefes era igual a mi padre y no lo pude tolerar. Debía convalidar con mi silencio situaciones injustas que me ocurrían a mí y a quienes trabajaban conmigo (¡situaciones injustas en el Poder Judicial!). Debía redactar sentencias injustas. Hablando con un juez, le dije una vez que debíamos ser la reserva moral de la comunidad, y se rió. En pocos lados me respetaron menos. Cuando me quedaba solo en casa, lloraba. Luego de un período de descanso, intenté montar un pequeño bufete, pero me quedé sin dinero antes del año. También me asocié con algunos conocidos para abrir un “café-bar” en Flores, pero esta gente se manifestó altamente trotskysta y consideró que, como yo sólo aportaba dinero y no trabajo, entonces no aportaba nada, y comenzó a explotar el negocio al estilo izquierdista, organizándolo como una “fábrica recuperada” anticapitalista, con el único afán de lucro necesario que les permitiera pagar el alquiler y comer. Les dije que trataran de devolverme el dinero de alguna manera y en el plazo más amplio posible, pero, preparados sólo para resistir, no me han dado ninguna seguridad. No voy a contratar a ningún abogado para que defienda mis intereses, ya que, debido a mi bondad, aporté dinero sin pedir la firma de ningún documento, sólo por la confianza que me merecía el grupo que no sabía que era trotskysta. Hoy en día sostienen con fervor que abandoné el barco.

          .No tengo dinero. El poco que me queda es el que me dio mi ex novia para que dejara de salir con ella. El resto lo gasté confiando en la gente. Ahora te cuento lo de mi ex novia.

          .No tengo novia. Me ilusioné y me desilusioné. Las consecuencias de esta desilusión se manifestaron en forma de explicaciones permanentes, producto de mi angustia. Las causas de mi desilusión fueron terribles, pero en todo tiempo consideré que no correspondía recriminar nada a la chica, sino hacerle saber que yo conocía esas causas. Así y todo, le molestó la cantidad de veces que le describí mi desilusión, y, como estrategia de defensa, asimiló mi discurso triste a insultos, como si yo, diciéndole que me lastimaba la verdad y expresando esa verdad, hubiese tenido intención de injuriarla. Como dije, para que dejara de soterrarla con las toneladas insoportables de mi discurso eterno y más pesado que el mercurio, finalmente la chica decidió entregarme una suma de dinero, acelerando así el trámite (no le afectaba mi desilusión). Algún día se lo devolveré. Quizás le deje mi casa en un testamento.

          .No tengo casa. En verdad, tengo una casa en un lugar muy alejado del que vivía. Pero es una casa muy pobre: su valuación fiscal es tan baja que el Gobierno me eximió de pagar el impuesto inmobiliario. Necesita muchos arreglos, pero no tengo dinero para hacerlos. Últimamente un vecino se quejó del peligro que significarían sobre su techo o no sé sobre dónde las ramas de un pequeño sauce que crece en el fondo de la casita: un jardinero me pidió 150 pesos para talarlo, pero ahora 150 pesos me parecen una fortuna. Hoy se rompió una perilla de la cocina y me dije “mirá qué pasaría si se te rompiera la cocina entera”; tuve que despejar con mucho esfuerzo esa idea.

          .He descubierto todos mis límites. En especial, los descubrí durante la última relación afectiva, la de la chica que me pagó para que me fuera. NUNCA el destino me deparará los placeres y las posibilidades que a ella, y a todos los que la fecuentaron, les ha prodigado.

          .No tengo cobertura médica. Es una consecuencia, como muchas otras, de no tener dinero.

          .Se ha alimentado mi vulnerabilidad. Como mis pensamientos jamás toman en cuenta la solución “zorra” o de conveniencia, la porquería cree entonces que no sirvo para nada, porque soy tan inofensivo que ni procuro el mal ni obtengo beneficios ni se los hago obtener a los demás. Sí se aprovechan en forma gratuita o muy barata de mis capacidades, de mi inteligencia o de mis trabajos. Me sancionan con ímpetu cuando alguna de mis palabras o de mis acciones amenaza con mellar cualquiera de sus intereses, aun los más mínimos. Tengo una tía, por ejemplo, que no me habló nunca más porque leyó en estas páginas algo que no le gustó. Tengo otra a la que le dije tres cosas que eran verdad y tampoco me habló más. Tuve hace mucho una novia que siguió encontrándose conmigo mientras no tuvo otra pareja, porque argumentaba que me amaba y por ende me necesitaba, pero también dejó de hablarme el día siguiente del que se apareó con alguien y comenzó a considerar que entonces tenía novio, y que mi presencia no era ya necesaria. Algunas madres de mis ex alumnos particulares dejaron de enviarlos cuando me mudé a cinco cuadras, molestas porque sus hijos deberían caminar esa distancia, que antes se reducía a una o dos cuadras. Todo esto me daña, porque, además de bueno, soy extremadamente sensible, y por sobre todo porque pienso que el bien no debería recibir como recompensa el mal.

          .Mis ideas y mis conductas son permanentemente puestas en tela de juicio, y quienes esto hacen terminan extendiendo a toda mi personalidad el resultado negativo de ese juicio. Normalmente, veo que los interlocutores respetan a aquéllos respecto de los cuales sólo disienten. No sucede lo mismo conmigo. Yo predico “hacer el bien antes que el mal”. Predico “dignidad antes que decadencia”. Pero me dicen que no, no sé por qué, y se enojan y me sub-califican, producto de ese enojo. Esto no puede ser porque se sientan afectados por mis palabras, pues, como ya dije, soy débil y vulnerable, y no tendrían necesidad de sostener ninguna defensa en relación a ninguna de mis palabras: simplemente con no contestar el asunto ya estaría terminado. Pero me niegan verdades evidentes, con fervor de discusión sanguínea, y luego injurian sin ningún prurito (por ejemplo: "vos pensás así porque tenés la panza llena" o "vos perdoname pero si pensás así sos un tarado" y esas cosas). Creo que la razón por la que el prójimo siente que frente a mí puede reaccionar de la manera que lo hace es precisamente mi bondad, que me torna inofensivo e indeseable (no se olvide que todas estas características deben conjugarse con mi fealdad física; ya volveré sobre este punto). Además, como si tuviesen una capacidad de inteligir oculta que en el momento de hablar conmigo se ven obligados a esgrimir con eficiencia, le buscan la vuelta de falsedad a todo lo que digo, hilan fino, van pesquisando, en medio de mi discurso casi bíblico, en qué punto piso el palito. Por ejemplo, invocando el contenido de estas páginas, me argumentan frente a cualquier situación: “no, no te hagas el bueno, vos no sos bueno, vos tenés un blog donde puteás a todo el mundo”.
          Más allá de esto, la tendencia general es no prestar atención a ninguna de las cosas que digo. Esta particularidad se nota, en especial, en las mujeres que tienen marido e hijos, que vez a vez dan por finalizada la conversación iniciando con compulsión de un segundo al otro alguna tarea como levantar los platos o sostener algún bebé y emitiendo un "¡Bué!" corto que me deja sonriendo como un pelotudísimo gato de Cheshire, lo cual me produce una desazón imposible de describir.

          .Nadie me desea. Nadie desea a una persona que solamente es buena. Las chicas se quieren coger a cualquiera, a los mediocres, a los empresarios, a los hombres en general, pero no a mí, porque no tiene sentido dejarse aparear por aquél que no te reportará ningún beneficio más que algunos segundos de orgasmo, que pueden conseguirse con gente mucho mejor, gente que se sabe defender y que es capaz de conseguir lo que quiere, no quedarse sentado lamentándose por lo que pudo ser o por lo que es. Porque así hablan, abstracto, yo mucho no les entiendo. A mí me quieren coger después de haberse copulado a varios de los que acabo de describir, como para iniciar una relación seria que solamente tiende a redimirlas de alguna manera; porque es verdad que causo buena impresión entre las familias. Entonces dicen que antes se equivocaron, pero que de mí se enamoraron, y que se dieron cuenta de eso estando con una persona buena como yo. Igualmente, cuando se cansan, se van o dejan que me vaya, y después se vuelven a aparear con tipos que quizás no sean tan inteligentes y superlativos, pero sí más concretos y menos problemáticos, y que en definitiva las valoran por lo que son y no por lo que hicieron, cosa que tampoco nunca entendí. O sea, lo del apareo reincidente sí lo entiendo; lo que no entiendo es ese imperativo decadente de tener que percibir el valor de una persona sólo a partir del mero presente, obviando el bien y el mal que hasta ahora ha venido queriendo ejercer.

          En suma, estoy solo. Mi fracaso en Buenos Aires me ha hecho retornar a la casita del Interior, donde no conozco a nadie. No recibo llamados de teléfono, los mails que me llegan a la casilla son todos “spam”. No conozco a los vecinos. No sé qué voy a hacer en este pueblo, en el que me exilié para escapar del mal de los demás. Pero acá también están los demás.

          De todas formas, está claro que yo no inventé el asunto de "la bondad y no más bien la maldad". Cualquiera que haya leído a Sade sabe que la cuestión no pasa más que por un reordenamiento de moléculas (“a la Naturaleza lo único que le importa es la materia, no lo que haga la materia”). Comunidad de libertinos, entonces, antes que comunidad de virtuosos; o ninguna de las dos.

          No sé que voy a hacer, más que seguir siendo bueno, o seguir llorando. Así me va a ir.