lunes

Clarín del 17 de octubre

          Hoy traigo algo muy cortito. Cuando hablo de Hitler, me dicen que estoy loco. Cuando digo que Alemania es un peligro (también digo que Brasil lo es), me dicen que qué ando pensando en esas boludeces. Bueno, les traigo un párrafo del Clarín de hoy, que refleja el sentimiento real del pueblo alemán. Se los dejo:

          HITLER Y LOS ALEMANES: NACIÓN Y CRIMEN: La muestra que ofrece el Museo Histórico Alemán de Berlín, ha sido elogiada por echar abajo tabúes y reabrir el debate sobre cómo fue que Hitler pudo seducir a una nación con tanto éxito. “Nos guste o no, él sigue siendo nuestro sello distintivo más fuerte”, dijo Karl Schnorr, un ingeniero jubilado de 68 años, en la preapertura de la exposición. “Quizá sea hora de que lo dejemos atrás, pero primero tenemos que entender por qué nos sedujo tan completamente.” La muestra coincide con un sondeo publicado esta semana en el que uno de cada diez alemanes reconoció que le gustaría tener una figura estilo Führer que “gobernara Alemania con mano dura”, mientras que el 35 por ciento dijo que el país estaba “peligrosamente invadido” de extranjeros .

          Qué tul.

Qué pienso cuando veo a una embarazada

-No sé, Florencia, ya pasaste por todas las experiencias habidas y por haber; te la dieron por el orto, saliste a garcharte a CUALQUIERA, te hiciste todas las del Kamasutra... ¿qué te puedo dar yo de novedoso?

-Cómo qué. Un hijo.


          Ya sé todas las cosas que me vas a decir, porque probablemente vos también estés imbuido de esa mística fácil de la procreación que fogonea a tu entorno, al que, a la vez, todos los medios de comunicación sodomizan el criterio. Pero ya me harté de mediocres a quienes tiempo a tiempo les estoy dando la derecha en cuanto a que se expresen como se les cante y responderles respetuosamente, aunque cuando soy YO el que se quiere expresar, su medianía irrecuperable los lleva a decirme cualquier sandez que se les cruza (incluidos insultos), injurias que les vienen de la programación unidimensional con la que recorren la vida, guturaciones que corresponden a exhibiciones intimidatorias de dientes del mismo modo que un papión chillaría si uno se acercara dentro del territorio conformado por sus meadas, plagadas de feromonas y solventes naturales.

          El caso es que a mí, por más que el comentario resulte antipático, las embarazadas me dan asco; y mucho más las embarazadas que van blandiendo su estado como bandera de legitimidad. La mujer, en líneas generales, hoy ya es igual de hija de mil puta que el hombre. La poesía amorosa no tiene más sentido en estos días ni lo viene teniendo desde mucho, mucho antes: cualquier lírica muere sola si se enfrenta a la durísima realidad de que, cuando una mujer tiene ganas de coger, abiertamente va y se busca un tipo, sin más cuestionamiento que el propio picor vaginal o anal. No espera más, no acude a su pudor: se abre de gambas con cualquiera, y después pretende elevar esa actividad desdorosa a la categoría de derecho, frente al interlocutor más o menos decente que se lo hace notar. “Perdón, ¿ustedes no hacen lo mismo? ¿Entonces qué me venís a decir a mí?”, contestan; entonces yo pienso “en vez de criticar desde lo ético el hecho de que desde siempre el macho salía a copular por ahí, en vez de generar un discurso de repulsión hacia lo que claramente conforma un abuso de la genitalidad y un símbolo de dominio animal e incorrecto, un acto respecto del cual precisamente somos los únicos seres de la Creación que venimos mentalmente preparados para entender y valorar; en vez de todo eso, digo, eligen la fácil: nosotras también nos cogemos a quien se nos cante el culo, y ésta es una buena manera de vivir. Chau recato, chau lirismo, chau todo lo que se te ocurra. Chau tu amor, también, porque el día que te enamores vas a ver lo que es que te defiendan que se metieron un socotroco en el orto y que les gustó, y que eso es SU intimidad, sobre la cual vos no podés avanzar. Igualmente, nada me aparta de la sospecha ciertísima de que seguramente VOS, que estás leyendo, serás uno de esos que andan por la vida asegurando la vigencia de estos antiprincipios que aquí critico, visitador de tractos rectales y asegurador del estado de cosas, según el cual el sexo tiene el mismo significado que lavarse las manos. O una mina de éstas que se dejan por el orto y entienden que ese acto constituye una “exploración” similar a la que asalta a una persona con real sentido de la curiosidad científica, un creador de valor para la Humanidad. En tu cabeza, sospecho, todo es lo mismo, así que, si querés, abandoná la lectura en este punto, porque también aprendí en todos estos años que esgrimir un discurso como éste que estoy desenvolviendo es peor que tirar margaritas a los chanchos: es predicar en el desierto.

          Entonces para mí una embarazada es una mina que se cansó de coger porque sí y que se le cantó el ojete de tener un hijo. Pero claro, como no es lo mismo una MADRE que lo puta que fueron, ahora buscan (y reciben) la absorción automática de una sociedad a la que le chupa un huevo el pasado y que estructura toda una serie de mecanismos tendientes a acoger favorablemente (y a incluir en el mercado) una versión ahora maternal de la cópula avalorada que hasta el momento venían cultivando. Entonces empiezan las pelotudeces crónicas que hacen a la vida prenatal de la pareja: los turnos con el obstetra (al que tratan de vos, como si fuera un par, y que también tiene hijos chiquitos como ellas; está en la misma), el conteo mórbido de semanas y días -que incluye la hipocresía de decir cosas tipo "el sábado entra en la novena semana"-, la justificación de las inconductas o de los absurdos por la sobrecarga hormonal, y otros fantasmas urbanos como el de la sobrevaloración del hombre que las acompaña (es llamativo, pero asqueroso, advertir cómo la embarazada se prende con temor desesperante a la monogamia durante el período de gestación: a pesar de sus devaluados principios de cópula social, se ubica como nunca durante la gravidez en un estadio de desprotección y desconfianza patológicas al que también otorgan rango de derecho; piensan en verdad que a “él” le compete legítimamente el salir a cogerse a cualquiera porque es más difícil garchar con ellas, que se pueden mover menos y están “horribles”, según sus relatos; es asqueante también escuchar confesiones de padres cubiertos de pelos en las que sin ningún tapujo reconocen que se excitaban más cuando sus compañeras de colchón estaban embarazadas, Dios mío. ¡Dios mío!).

          Entonces estas minas, que otrora mayormente revolearan la bombacha cagándose en la significación civilizadamente construida de todas las cosas, ahora reciben sin ningún esfuerzo las bondades que, como signo de desproporción decadente, también elabora el conglomerado, concediendo una especie de premio inmerecido a quien todo el tiempo se encargó de ningunear los principios que lo sostuvieron y perseguir como único imperativo y motor de vida la satisfacción de su propio interés, comúnmente representado por el placer.

          Ahí comienza un andar al principio desorientado y todas las veces novedoso por el camino de la aparente virtud; un agitar torpe e ignorante del precepto de la multiplicación transformado en moneda de cambio de los beneficios más injustos y a la vez más cotidianos y pequeños, a los que se les otorga estatus de obligación por así corresponder; un sendero conductual impune que sólo se justifica ideológicamente por la circunstancia de que ésa es la postura asumida por el sentido filodecadente del resto. Y así se adelantan en todas las colas, empujando y blandiendo quizás algún otro hijo pequeño y normalmente sucio de baba o moco; no les importa si el colectivo está lleno y suben igual, en la seguridad de que algún pelotudo que cree que el honor pasa por ahí va a desgañitarse para tocar la supuesta inmoralidad del que va sentado, exigiendo retóricamente si “no hay un caballero que le dé el asiento a la señora que está embarazada”; van a recibir preguntas de “cuánto falta”, sonriendo, cuando antes le miraban el culo, las tetas, o la ignoraban; se salvan de multas, se les aceptan las más disparatadas visiones del mundo y opiniones que muchas veces rozan lo nazi; les disponen cajas especiales en los supermercados a los que empiezan a aficionarse y se les permite interrumpir cualquier cosa (una conversación, una película, un llamado telefónico, una consulta médica –he visto pacientes que dejaron paso a embarazadas que tuvieron el tupé de golpear la puerta del consultorio para pasar por encima del derecho de quien se estaba atendiendo-, un viaje en colectivo, una clase, un cumpleaños).

          Pero todo esto es una muy enorme mierda mentirosa, que no refleja ni el diez por ciento del sentir verdadero y real de los actores sociales. La prueba de que estas débiles permisiones conforman tan sólo un mero entretejido de roles de interacción de preguntas, respuestas y actitudes estandarizadas que tienden nada más que a salvar el culo particular de cada uno de los que las practican, es el hecho de que, en otros contextos, las reacciones frente al hecho del embarazo resultan contradictorias y claramente opuestas, y también todo ello es aceptado, aunque impliquen claros actos discriminatorios. En efecto: si una mujer queda embarazada y decide en ese estado bucar trabajo, nadie la toma (cuando mi hermana gestaba a mis sobrinos mellizos, una amiga que trabajaba en Telefónica me dijo así “te diría que ni lo intente, que ni intente presentarse”); si entró hace menos de un año y se embaraza, la echan; si lleva cierto tiempo en el empleo, en cambio, la ascienden y le conceden todas las licencias del reglamento, porque nadie quiere hacerse cargo de la hijadeputez y las reprimendas y denuncias que significaría demorarla en la carrera laboral por el sólo hecho de tener un hijo, aunque de ese modo se perjudique también discriminatoriamente al que trabaja cabalmente y que ha elegido un camino moral bastante más determinado que la uterina de marras. Si a un taxista lo para una embarazada que está sola o con un niño, detiene el auto; si está acompañada por un adulto, se reducen las posibilidades de que el taxista se detenga, porque aumentan al mismo tiempo las de que la “parejita” lo afane, en la creencia popular. Un tipo no sale con una mujer embarazada de otro, y, comúnmente, no se hace cargo de haber participado en el embarazo de su partenaire sexual que hace pocos días conoció (pues, “¿quién me asegura que el pibe sea mío…?”; los únicos casos de perdurabilidad de parejas recién conformadas y ya embarazadas que conozco, son aquéllos en los que ambos participantes sexuales realizaron con posterioridad a la noticia de preñe una evaluación de costo-beneficio y, aunque no había amor propiamente dicho, decidieron “formar una pareja” porque la otra solución habría sido mucho más costosa en términos de esfuerzo de cualquier tipo (ejemplos: compañeros de trabajo que se garcharon descuidadamente, vecinos, novios de padres decentes, minas que salieron a coger por despecho; mujeres de edad a las que, con la interrupción de la gestación, se les iría también la vida). En el resto de los casos, generalmente abortaron o tuvieron la suerte de que se detuviera el crecimiento del feto antes de tener que tomar una decisión. Sí, sí, ya me vas a decir que una que vos conocés se hizo cargo del bebé; pero es el 1%.

          Por lo demás, ¿no gana resistencia la mujer embarazada? ¿No es más fuerte que cualquiera de sus congéneres que no concibieron? ¿Entonces a santo de qué vienen los nuevos beneficios? La preñada come más y más sano, pues se olvida del asunto de las dietas de sólo yogur y ensalada; se le ensanchan los tobillos, los pies, y por eso tiene más estabilidad que cualquier otra persona, hombres incluidos; retiene líquidos que la hacen más resistente a los cambios de temperatura, manteniendo la homeotermia sin esfuerzo; gana masa muscular y lipídica, lo que le permite tener más fuentes de fuerza y reservorios de energía; se torna más agresiva en virtud de la mayor regulación hormonal, y más emocional en la intimidad, lo que le asegura la contención de su pareja; duerme más llevada por el sedentarismo, o menos, en virtud de su impredecible vertido de jugos orgánicos, lo que también la hace más agresiva y consecuentemente, aumenta sus capacidades de defensa. ¿No copula, igualmente, la preñada? ¿No sufre en algunos casos un aumento en pocas semanas del 25% de su peso normal, y continúa la vida alegremente y sin más obstáculos que la insatisfacción de sus nuevos y locos deseos descontextuados? Y en función de lo que se dijo antes, ¿no se las ve queriendo a los gritos que se respeten sus originales derechos en los supermercados, las colas de ascensor, en los bancos, en los colectivos y trenes, en los edificios públicos, en los sanatorios, en los cines y aun en las universidades?

          Cómo hubiera querido yo que la experiencia concreta, el “día a día”, me encontrase espectador de mujeres virtuosas, cuya maternidad no implicara la legitimación de conductas claramente decadentes y el “dar vuelta la página” de una vida alejadísima de la virtud y el sentido humano de la existencia. De mujeres que ya después de los 19, 20 años, quisieran casarse y tener hijos en lugar de “vivir primero y formar una familia después”. Qué satisfacción habría sido para el que persigue un mundo humano el ver en el otro una confirmación del ideal, y no una desviación espuria que se justifica en que los ideales no existen. Quién fuera el feliz hombre que cotidianamente pudiera regodearse con la confirmación virtuosa del pensamiento virtuoso, y no el hombre actual, que también se regodea con la confirmación de aquello que ni siquiera pretende como elaboración de nada, sino como algo que se da. Cuánto hubiese entregado, en definitiva, porque la porquería se desprendiera de su vocación de medianía y su instinto de segunda categoría, y se propusiera cambiar la deplorable condición animalizada de su devenir vital, entre otras cosas proyectando construir a consciencia un sentido valioso de la maternidad que implique, como escuché decir a mi maestra de 7º grado hace muy poco, “hacer de un hijo una obra de arte”. Pero qué obra de arte puede nacer de esta porquería, qué Gioconda, qué Arco del Triunfo, qué Miguel Ángel va a salir de toda esta mierda, que encima se explicita todos los días sin la vergüenza que debería tener elevando sus argumentos y justificaciones de cuarta al rango de verdad absoluta; y es tanto el número, tanta la afluencia de especulaciones fecales dichas a voz de sonrisa que cada jornada ves y escuchás, que hasta el olor que yo les siento en todos lados -y que me lleva a depreciarlos- se instala entre ellos como el perfume de la verdad; y mientras, lo que debiera florecer se desvanece sin que nadie añore el jardín que había antes de que llegaran ellos.