miércoles

Patologías del amor. Hoy presentamos: Análisis incompleto y terrible de un sueño.

          Soñé que mi madre me depositaba en una cárcel de paredes blancas y estilo de construcción de principios del siglo XX; y luego se iba, a su vez, acompañada por la suya. Me dejaba en el comedor de la institución, un lugar con muchas mesas que ya habían sido abandonadas por los presos que terminaron el almuerzo; excepto por dos, uno de los cuales se quedaba resolviendo un juego de palabras cruzadas. Luego conducirme hasta allí, se retiraba sin mirarme, saludada por el preso del crucigrama, que acto seguido me miraba con ojos atractivos pero crueles y me decía en tono amenazante: "Vos andá preparándote y tené cuidado", en referencia a que él sería el encargado de que algo malo me pase.

          Entonces pensaba: "Pietro, tenés que dar por sentado que YA te violaron. O sea: asumí que te van a romper el culo; a partir de esa idea organizá tu vida en la cárcel lo mejor que puedas". Sentía que el que me amenazaba llevaba muchos años preso. Entonces salí, temeroso, del comedor, y recorrí el edificio sin compañía de nadie, hasta que llegué al muro que contenía la puerta de salida, un cerco con rejas al aire libre (que sé que no puedo franquear), y entre el cerco y la entrada de la institución había vías viejas y aplastadas de un tren que va a seguir pasando.

          Tratamos de interpretar rápidamente el sueño con mi psicóloga, porque por culpa de la porquería que atestaba subtes y veredas llegué media hora tarde a la sesión. De allí surgió mi sensación de abandono por parte de mi madre, que me entrega a mi padre en un ámbito de privación de la libertad cuyas paredes están pintadas del mismo color que mi casa de la infancia, también construida más o menos a principios del siglo XX. Mi padre administra allí un castigo que es ley dentro de la cárcel, del mismo modo que sus máximas y órdenes eran dolorosas por ser norma no escrita, pero de cumplimiento obligatorio dentro de la casa.

          Mi madre va acompañada de la suya, aunque, por un mecanismo de desplazamiento, bien pude haber soñado con la madre de mi papá. Mi padre discutía bastante con ella: de ahí las "palabras cruzadas" que está "resolviendo" cuando ambas llegan al comedor de la prisión. Pero lo más relevante es que, a través de esa imagen, me hallaba elaborando el posible origen de la psicopatía de mi padre: la sensación de que a él también su madre lo había abandonado afectivamente. Por esa razón, en el sueño lo reconozco como una persona ya habituada al ritmo y a las "leyes" de la vida carcelaria, que es la vida desprovista de afecto.

          Mi padre entonces, lejos de anudar conmigo una relación de intereses afines -ya que ambos claramente habíamos sido "dejados" en la institución; es decir, abandonados afectivamente-, elige la rivalidad -como realmente sucedió-, a través de un mensaje ambiguo, del mismo modo en que desempeñó en mí toda su tarea "educativa". La frase que me dice con ojos atractivos (la mirada del padre) se puede interpretar positivamente ("Andá preparándote y tené cuidado"; "Deberás ser fuerte para vivir en una prisión, yo tuve que juntar vigor para tolerar este tipo de vida"), o bien en sentido de advertencia criminal ("Mi madre fue afectiva con vos y no conmigo: preparate para la venganza y tené cuidado de mí"); durante mi adolescencia, por ejemplo, mi padre me advertía severamente que no podía estar "todo el día aplastando el culo leyendo" y que debía "salir a buscar trabajo a la calle": esa idea bien podía ser interpretada como un consejo saludable o como un castigo inmerecido. En razón de estar él ya aggiornado en la vida sin afecto -un ámbito en el que no puedo vivir, por tener yo una esfera afectiva excesivamente desarrollada- comienzo a sentir pánico (no sé conducirme de modo no afectivo y de ahí mi anonadamiento), y a hacerme a la idea de que los más grandes males me van a ocurrir. Así interpreté la invasión de mi intimidad por parte de mi padre durante cuarenta años, su afán y ejercicio de "penetración" en mi subjetividad e intimidad a fin de destruirlas: como una violación.

          Probablemente el desplazamiento de una abuela por otra se deba a que, en mi percepción, mi abuela paterna haya sido más afectuosa que la madre de mi madre. Así, mi madre iba acompañada en su conducta abandónica por la suya, a quien, tan abúlica que era, nunca la vi expresar emociones; a diferencia de la de mi padre, que me declaraba su amor y su adoración todas las veces que la veía. El "cambio de abuelas" favorecía el personaje de aquélla que, debiendo haber brindado afecto, no lo hizo.

          Deambulo entonces por la cárcel con desorientación, acompañado por la amenaza del seguro acceso carnal cerniéndose sobre mis días y mi integridad moral deshecha -algo que sucedió casi todos los días de mi vida fuera del sueño-. Igual que durante mi edad adulta, signada por la soledad y la pobreza afectiva, estoy solo: nadie me amenaza, aunque tampoco me ofrece su amistad. Experimento la misma sensación que durante el servicio militar, que cumplí a 2.000 km de mi casa: querer irme con mi mamá. Pero mamá, igual que ahora, no estaba en ningún lado, y eso se halla también simbolizado en el tren que desemboca en la cárcel ("el tren que trae niños abandonados por sus madres", un tren que no es el único ni en el cual viajé solo, ya que las vías viejas hablan de una instalación de larga data y de muchas llegadas periódicas de niños).

          Todo ello alimentó mi sensación de terror irreversible.