martes

Breves palabras sobre el espíritu revolucionario

          ¡Ja! Espíritu revolucionario... Madre mía, con tantos pelotudos...

          No quiero agobiar, simplemente quisiera dejar asentado que sin gente de verdad, sin material humano, no hay nada. Nuestro planeta está poblado por dos clases de porquería: los jefes y los que se dejan domar, que son los más ruines y son todos (excepto los jefes). El jefe es una mierda cercana al mono aullador o al jabalí que lidera la manada hociqueando las entrepiernas de los demás, y el que se subordina es una recontra mierda traidora a la raza humana. ¿Por qué no se rebelan los subordinados? Porque están bien como están. Entonces, eso ya los califica; de ahí hacia el más infinito todo es de segunda para abajo. ¿Qué, van a subir a tomar el cerro, a invadir el cubículo infame donde el mandamás se caga en ellos? ¿Van a elevar voces de protesta? No, se van a dejar llevar por las ofertas de préstamos para electrodomésticos. A ver, si hay alguno que luche por la Equidad y lo insubordine la injusticia: ¿qué decir útilmente a la mayoría silenciosa, a la porquería que prefiere el tímido resguardo de su café con leche antes que la pelea por un mundo mejor?

          Porque sí, sacan préstamos para por ejemplo comprarse un plasma de 45.000 pulgadas. ¡Sacan préstamos! O sea: ¡no tienen la guita para la mierda que le dicen que tienen que tener y van y la PIDEN! ¿Qué los mueve? ¿Cómo pueden adherirse tan salvajemente al método que se los empoma, cómo pueden dejar que libremente y con pleno consentimiento de la víctima les rompan el ano? Porque les rompen el culo. Yo por ejemplo, mil veces le dije a mi hermana, que sacó un crédito para comprarse una casa A PAGAR EN 15 (quince) AÑOS: “Escuchame, ¿no te das cuenta de que vas a pagar dos casas con lo que le estás devolviendo al banco? ¿No es diáfanamente evidente que luego de la mitad de ese tiempo, es decir, siete años y medio de sacrificio, comprarías en las mismas condiciones la misma casa, y que el resto en vez de regalarlo lo gastarías para vos, es decir, siete años y medio de tu esfuerzo que se lo regalás al hijo de mil puta que te lo presta a interés usurario?” Pero la retardada, junto con el pelotudo del marido que también es oficinista, me contestaba: “Se trata de calidad de vida... yo no puedo vivir con los chicos en una casa como la que tengo, que no tiene (ponele) bolud-room, que no tiene dependencias de no sé qué mierda, que no tiene un lugar donde mis hijos puedan correr”. Ahí paré, porque vi que ya me salía con la invocación inmunda de los hijos (como si fuera un argumento) y que no tenía sentido decirle otra cosa, porque en su mente rectangular de empleada, junto con la del marido, no les cabe otra cosa que dejarse someter a la lógica de microcentro, soportando los perjuicios en la ciega certeza de que son beneficios. Además, ¡siete años de esfuerzo! ¡Eso es mucho para un boludo alegre que quiere ver Tinelli, rascarse los huevos después del trabajo en relación de dependencia y cagarse en los demás, como invariablemente quiere esta porquería!

          Entonces pienso en los espíritus revolucionarios. Yo no soy zurdo ni derecho ni ambidiestro; es más, un día les voy a contar qué pienso de la izquierda en Argentina (la izquierda de los ochenta para adelante, no la izquierda ácrata o de sociedad de fomento de principios del siglo pasado, que era la esencia de la izquierda). Pero te juro que admiro esos temperamentos que dan todo por un ideal de verdad, desde la cosa nostra hasta los chinos de Mao, desde el tipo que dijo que era Jesucristo hasta los empleados de la CIA que guardan el secreto pase lo que pase. Me refiero a un ideal que trascienda el simple individualismo, y no te estoy hablando de esa filosofía de mierda que cultiva la porquería asalariada y que se resume en que “mientras mis viejos y mi familia estén bien, yo estoy bien”, y entonces enmascaran toda su falta de colectivismo en la individualidad más egoísta, en la satisfacción más cerda de sus apetencias físicas, químicas, naturales y tambíen las pretendidamente sobrenaturales, ésas que vez a vez cultivan en la lectura de libros fáciles de autoayuda o en programas de televisión rayanos en la oligofrenia. El que asume un ideal se despega del mundo de las cosas, pero éstos la única vez que despegaron fue cuando la guita les dio para irse de vacaciones a Brasil en avión, a gastar menos y a fabular que vivían como ricos por diez o quince días, como corresponde a su demacrada vocación de modelo a escala.

          Con lo que hay no hacemos nada. Hacemos más de lo mismo, lo cual es peor que nada, porque reducir todas las dimensiones en una nos garantiza la nada, incluso a mí, que me recontra cago en todos ellos, en toda la porquería en su conjunto y en cada uno de ellos separadamente (es decir, en general y en particular), porquería de estándar, porquería que es cédula de identidad tres cuartos perfil derecho porque entra en tantos moldes (en el mismo molde, pero multiplicado por miles de millones) que da náusea tanta repetición, tanto más de lo mismo. Acuérdense de que la única multiplicación que hizo Cristo fue la de los panes y los peces, y que a todos se los comieron enseguida, pasando a la historia no por su naturaleza intrínseca sino como masa, y todo eso solamente por quién fue el que hizo el abracadabra. Lo meramente multiplicado muere, se acaba, sirve solamente como contingencia. La vulgaridad, que únicamente puede ser humana, es la prueba más evidente de la pobreza de la porquería, que no evoluciona aunque sabe que su misión primera es evolucionar, que aplasta los huevos contra el sueldo, que martiriza y ensombrece a los dotados y talentosos con la insistencia de su mediocridad, que impide las hermosísimas variantes de que es capaz la humanidad en sentido amplio.

          Así que qué revolución, qué revolución, Dios mío, pero qué revolución. Revolución sería que se dieran cuenta y uno a uno, como esas pasadoras de cocaína que se les revienta todo en la panza, uno a uno les agarre alguna embolia o algo así de tanta sobreinformación de lucidez. Además a ninguna porquería de ésta le suena viable ninguna revolución, ni siquiera arriesgar un puto nanomilímetro más allá de la invisible línea de medianía que los limita. Ese cerco de ahorcamiento les funciona como una célula digital que resguarda, como un guardián al pedo, el anillo imitación de sus ínfimas posibilidades, y alrededor de eso creen que construyen misticismo, al punto que todos los días, quizás ya como lobotomizados, le consagran los más grotescos rituales de veneración.

miércoles

Alcemos las copas

          Pero, ¿por qué? No se me ocurre. Ver tanta porquería apurada, tanto hijo en carrito, tanto sedan 4 P mod 2005 ant. $ 4.500 y 684 ctas $ 544 fin. en el acto me da la náusea sartreana. Eso es lo que construyeron. Deben estar contentos.

          Cada vez son menos las casas con luces titilantes en las ventanas, con bolas luminosas o brillantes en árboles de verdad. Nadie tiene nada para decir más que lo que les dicta la mierda de Clarín, nadie quiere decir nada porque en la cabeza lo único que tienen es satisfacer sus intereses personales, que ni por las tapas tienen que ver con escribir un libro o aportar algo a la Humanidad, sino que se reduce a morfar, juntar la poca guita que pueden juntar -aunque para ello tengan que cagar a alguien-, comprarse un auto más o menos barato o más o menos caro y andar paveando por ahí, copular, tener hijos para ponerles nombres estrambóticos (Thiago, Johnatan, Tiziano, Dios mío, qué pelotudez) y romper las pelotas y armarse de una filosofía de que no quieren que les rompan las pelotas a ellos. Son racistas, son discriminatorios, son hipócritas, son mediocres, son egoístas, son separatistas, son totalitarios, son mierda y, como ya dije, son casi todos los que hay.

          Ojalá que a todas las abuelas que llevan por compromiso a la fiesta de navidad se les parta la dentadura postiza con turrón o alguna otra gadorcha esa de las que comen. Ojalá se les agrie el vittel thoné del orto que invariablemente comen, con o sin alcaparras de televisión (Maru Botana, madre mía). Ojalá que les agarre un ataque de lucidez, que de un minuto al otro algún demonio les haga ver todo. Y que ahí nomás pase algo que los borre de pronto.

          Lo único que me alienta es que, una vez descompuesto mi cuerpo luego de la muerte en algo provocada por la necesidad de tolerar toda esta inmundicia, mis partículas elementales serán tomadas por organismos con mínimos estadios de evolución. Seré caracol, seré gusano, seré alguno de esos vermes que solamente conocen los biólogos, pero no seré nunca más humano; nunca más tendré conciencia y jamás volveré a ver el resultado de los hechos antropozoides que me han rodeado desde que nací, la Danza de la Decadencia, el Show del Renunciamiento de las Esencias para Abrazarse a Cualquier Cosa que según la Televisión sea lo que Tenga que Importar.

          Yo quiero renacer en planta, en un vegetal, esos seres sin los cuales no habría ningún tipo de vida sobre la Tierra. Los vegetales honran la Creación, invariablemente, desde hace miles de millones de años, sosteniendo el ritmo de la existencia sin chistar, verdaderos mártires que no abandonan su pasividad, quizás para que el resto de la cadena alimentaria se dé cuenta.

          Por eso no quiero que me entierren en un cajón, sino así nomás, en pelo, en campo abierto, para que me tome virtuosamente una raíz y me sorba y me transforme en tallo, hojas, flor, fruto y fotosíntesis sabia y silenciosa.

jueves

Psicología y psicólogos

          Si hay algo que decididamente no es una ciencia, es la psicología. Ni siquiera puede definir su propio objeto de estudio. Vos le preguntás a un psicólogo qué cosa es la psiquis y el tipo, como corrigiéndote, te dice “mirá, no se puede definir la psique”. A partir de ahí todo es mentira.

          Ya empezando por el método, todo lo demás falla. El psicólogo lo único que hace es falsear todo lo que le decís, o bien más o menos guiarte como para que te des cuenta de que todos tus principios son relativos, a veces con propuestas absolutamente dislocadas. Yo una vez le dije a la psicóloga: “Mirá, ¿sabés qué me pasa? Que pienso que ninguna mina me da pelota, y eso viene desde la adolescencia, más o menos” y ella me contestó: “¿Así que desde la adolescencia? O sea que el colegio secundario” “Y, sí”, le dije. Y entonces mandó: “¿Y qué sabés si cuando vos estabas en 5° año no había una, dos o qué sé yo cuántas chicas de 1° o 2° o mismo de tu curso que estaban recontra enamoradas de vos y no te lo decían?” ¡La puta madre! ¿Cómo me podía decir esa taradez? Es OBVIO que las posibilidades son infinitas. También podía ser que alguna de primero tuviera guardado un Tramontina serrucho y que me quisiera matar así, sin ninguna causa, o que alguien tuviera listo un millón de dólares para ver cuándo se daba la oportunidad de regalármelos, o alguna otra taradez de ese tipo. Ahí comprendí que, por encima de toda la pretendida ciencia, por encima de todos los libros de psicología –que son un kilombo, te lo aseguro- si le hubiera dicho que mi problema era que todas me daban bola me habría contestado “¿y cuál es el problema? Andá una por una”; y que si no me hacía muchas cuestiones para levantarme una mina pero era amigo de mis amigos me habría dicho: “¿pero cómo puede ser que le des más importancia a un hombre que a una mujer? ¿Sentís placer con tus amigos? ¿Te pica? ¿Querés que lo trabajemos?”. En definitiva, si vos le decís al psicoanalista que sos un boludo, el tipo te va a contestar: “¿Y no probó con no ser tan boludo?”, y como todos tus amigos te dijeron que eso los hace sentir bien -porque si no leen alguna mierda por ahí se aferran a la lógica de la oficina que les dicta ir al psicólogo-, ahí vas vos haciendo fuerza para sentirte bien y todo bien.

          Los psicoanalistas no dan ninguna respuesta. Son todas preguntas, pero no las que hacía Sócrates a sus discípulos, aquellas que extraían el conocimiento del tabula rasa para convertirlo en un hombre cabal. En este ida y vuelta demencial de vivencias solamente narradas, el que pone las definiciones sos vos y el que te charla otra cosa es el supuesto profesional. Claro, la inteligencia de todo esto debe estar en que el tipo es tan audaz que “te mueve la estantería”, como dice la totalidad de la boludez alegre que ama a su verdugo oral. Pero te digo que eso es nada más que por la posición que vos le asignás: si viene cualquiera de la calle y te dice “che, ¿no probaste con no ser tan pelotudo?” lo vas a querer cagar a trompadas, porque no lo habilitaste para que te forree como el psicólogo, y no me digas que no. Ya sé, me vas a decir que tampoco te vas a poner en pelotas delante de cualquiera solamente porque te lo diga, pero delante del médico sí; y yo te voy a contestar que entre la mirada sabia del médico y la charla falsacionista del psicólogo hay una distancia de acá a la quinta luna de Júpiter.

          Porque son palabras, nada más que palabras. Me vas a decir que soy reiterativo con Hitler, pero el tipo lo único que hizo fue hablar, igual que el psicólogo. ¿Qué, me vas a decir que todo el pueblo alemán estaba enfermo? ¿Que les pegó el discurso inmundo del nazismo porque eran treinta millones de descerebrados, treinta millones de asesinos? ¿Treinta millones de tipos afectados de la mente, de psicópatas? El enfermo era Hitler, que en su puta vida fue a un psicólogo y que encima decía que lo de Freud era “ciencia judía”, nada más que porque el chabón era judío, sin haber leído un puto renglón de las fantasías que escribía. Freud se salvó del campo de concentración porque se murió justo el mismo año en que empezaron a matar judíos: si no, era carne de holocausto como todos los demás. A la porquería alemana la convencieron a los gritos; es decir: la llenaron de palabras, la enamoraron, igual que hace un psicólogo, y le metieron en la cabeza que ellos eran una raza superior, lo mismo que hace el psicólogo que te dice que en el mundo venís primero vos y después todos los demás. Lo mismo.

          Además, esa reincidencia con lo sexual... ¿Qué es eso de que te querés acostar con tu vieja? ¿Estamos todos locos? O sea, YO no me quiero acostar con mi vieja. Resulta que me gustan las minas porque me gusta mi vieja. Resulta que no me dan bola las minas porque no me da bola mi vieja. Resulta que me dan demasiada bola las minas porque me daba demasiada bola mi vieja, o capaz que porque me daba poquísima bola, entonces, según esta visión anormalmente científica, yo ando buscando por todos lados a ver adónde hay alguna madre con quién acostarme. Resulta que mi padre se violaba a mi madre. Resulta que yo estaba celoso de mi padre, mirá vos, con el asco que me dan los dos. Madre mía. Acá lo que resulta es que todos ven como lo más normal del universo pagarle una millonada al tipo que te habla cuando se le canta el orto, te llena la cabeza de interrogantes imposibles de desentrañar, tira la pelota para adelante si puede veinticinco años o más, te hace ver que todo, absolutamente todo lo que le contás viene de tus debilidades o de tu forrez que tenés que cambiar con el transcurso de los siglos y vos, encima, por alguna vuelta de la vida cotidiana y por lo que dicen tus amigos te hacés la imagen de que el tipo es un genio, te enamorás, lo seguís a muerte, lo idolatrás, querés hacerle regalos, querés cogértelo, ¿pero somos todos boludos?

          Lo que sí he visto es que aquellos que se jactan de haberse psicoanalizado en realidad no hicieron otra cosa que aprender a cagarse en todo. Eso para ellos es “sentirse mejor”: que ya nada les importe más que sus propios intereses, que van inventando a medida que van pasando los días según lo que el orto les va cantando. Porque fíjense: el más hijo de puta, el que ya de antemano nació con que todo le nefrega, el que sodomiza a los demás garcándolos de todas las maneras que se le ocurre, ése en su puta vida fue al psicólogo. El tipo no anda por ahí diciendo “estoy mal porque no puede ser, cada vez que veo a alguien, no sé, me agarran ganas de hacerle la vida imposible o de cagarlo de alguna manera”. El que no es vulnerable a nada –o sea, el que no es persona- no va al psicólogo, y es así.

          Es decir, el psicoanálisis fomenta largamente el individualismo, la satisfacción del interés personal sin que te quepa ningún sayo, el vuelo de los calzones desprendido de toda consideración lírica –igual que los monos, las hormigas o las ballenas de Puerto Madryn-, la supuesta valoración de tu tiempo personal en desmedro de lo que te cabe como ser social, la reducción de todas las experiencias del mundo a la única que supuestamente importa que es la tuya, como si Einstein fuera un boludo que “le gustaba” ser el mejor físico de toda la historia o al Mahatma Gandhi le hubiera surgido ese espíritu patriótico de sacrificio que salvó a India de ser una mierda eterna de su propio tiempo al pedo, pero a vos te tiene que interesar más lo que tu cerebro egoísta te impone, como por ejemplo olvidarte para siempre de la solidaridad –salvo que a vos te haga sentir bien ser solidario, lo cual ya no tiene nada que ver con la solidaridad y además, según ellos, es un problema- o clavarte un postre Balcarce entero a escondidas o en público y después psicopatear a tu mujer para que te pague la consulta del médico porque te hiciste mierda el estómago y romperle las pelotas para que ella llame a tu jefe y le diga que hoy tenés que faltar, y de paso ir cagándote en que eso a ella la enamora mucho más y que le genera el obvio problema de que no le vas a dar tanta bola, porque la cosa es que te satisfagan y nada más.

          En fin, cada cual elige el caballo de la calesita que más le gusta, y eso si justo tenés la suerte de que ese caballo esté desocupado, porque si hay alguien arriba vas a tener que empezar a comportarte como en la Guerra del Fuego, con psicólogo o sin psicólogo. Yo, como me presento ingenuamente frente a todos los fenómenos de la vida, alguna vez también incursioné en el diván creyendo que iba a ser una experiencia edificante. Le conté tantos secretos a la mina –porque era una psicóloga que, para mi mal, estaba buenísima-, tantos secretos, tantas cosas íntimas, que hoy por hoy me daría vergüenza cruzármela. Aunque no creo siquiera que me salude, porque, como también les impone el decálogo cruel que ellos desenvuelven sin ningún reparo, cuando le dije que no tenía más plata para pagarle me propuso pagarle menos, y como yo andaba sin trabajo le dije que no podía pagarle nada, entonces, y después de un año de te cuento y me escuchás, me echó la culpa de todo lo que me pasaba, incluso de no tener un peso (porque, claro era YO el que no tenía un mango), me cargó con la responsabilidad de a ver si ahora te las arreglás para ser feliz y para conseguir laburo y me despidió medio seria, y no me contestó ninguno de los mails que le mandé. Igual que cualquier mina de la calle, igual que la porquería que solamente está con vos si le generás algún rédito –llámese placer, lo que sea-. Y si eso es ciencia, entonces de verdad estamos todos locos.

martes

Qué cosa soy yo

          Yo era un hombre bueno. Sinceramente, me convencí desde niño de que la verdad estaba en la palabra de los maestros, y en esa inteligencia vi el mundo bajo la óptica de los paradigmas perfectos. De tal modo, consideraba que era a los sabios a quien había que emular, a aquellos que habían aportado conocimiento y echado luz sobre la oscuridad –como enseñaban las metáforas escolares- y, a la inversa, que los colectiveros que puteaban y te mandaban “para atrás que hay lugar” cuando evidentemente no lo había, eran pobres tipos y no había que ser como ellos; que los que mentían a propósito eran viles y repugnantes; que las viejas que barrían las veredas y chusmeaban y querían saber más que cualquiera estaban hechas mierda por lo que ellas habían decidido ser esencialmente (es decir, por salirse de la buena esencia); que los delincuentes estaban enfermos; que el que escribía con faltas de ortografía era un descuidado que le importaba un carajo y que probablemente le importe un pito de muchas cosas, ya que desdeñaba la ciencia que es la verdad; que aquel que no pagaba las cuentas antes de su vencimiento era un especulador motivado por su propia mierda interna y que a alguien querría cagar; que el que no leía un libro en su vida era un ignorante genético merecedor de culpa.

          Resulta que, con el correr de los años, me fui desayunando lentamente con que todos esos botones de muestra son la cosa más corriente y abundante en la vida, y que la porquería que protagoniza esas mismas y otras costumbres horribles es la mayor parte de la porquería que existe; pero no el 51%, sino el muy trillado 99,9%. O sea, no es que yo sea un privilegiado o alguien que se cree a salvo; todo lo contrario; sin temor a quedar como un paranoico soy víctima de todos, porque son tantos, tantos, que es imposible revertir el asunto, es imposible que si las cosas son en la práctica de otra manera vos las logres ver en algún lado de la forma en que viven en el Mundo de las Ideas. Es imposible, te guste o no te guste, aunque seguro que vos, lector cualquiera, no vas a llegar al estadio en que te tenga que gustar o no gustar, porque todo esto para vos con toda seguridad debe pasar desapercibido.

          Durante mucho tiempo, incluso, pensé que el equivocado era yo, que tenía que vivir de otra manera. Por ejemplo, cuando alguien me hacía ver que la ley de la calle era mejor que cualquier otra cosa, yo me decía: “y, sí, me falta viveza, tengo que ser más zorro”, y entonces trataba de ser el Rey de las Pistas; pero como no me daba ni la sonrisa pretendidamente seductora ni el porte ni ninguna otra cosa, quedaba como el más imbécil, siempre, aunque pusiera empeño en ser de otra manera, todo lo cual significaba que mi naturaleza era otra, y así también lo veían los que despreciaban mi vocación (pero solamente como contraste, nada de sentir que ellos cultivaban el error), y acto seguido se regodeaban en su mierda de supervivencia a través del músculo, el aparato genital y la astucia animal.

          ¡Cuántas veces me sometí forzadamente a la escucha de “lecciones de vida” impartidas por tipos sin afeitarse porque no les interesaba honrar al Otro con un buen aspecto, o pensando en que lo que hacían lo hacían bien, por comerciantes inmundos que se desvivían por mil millones y también por cero coma cinco centavos, por autoritarios de Piso Doce para los cuales las cosas son como se las dicta su criterio desprovisto de higiene y no de otra manera, por tipos que siguen creyéndose que su experiencia es la única que hay que escuchar, o sea, que le dan universalidad a sus vidas individuales que encima no persiguen ninguna virtud, sino la satisfacción de sus intereses personales, como si fueran monos! ¡Cuántas veces me tomaron de palenque de legitimación de su mierda! ¡Y yo solamente, débil como soy, me quedaba deseando su muerte en silencio, porque no podía anular su influencia, su aliento, su "estar ahí" con nada!

          Para mí esa realidad de millones de individuos que encima hacen didáctica de sus elecciones decadentes es irreversible. La porquería, que no tiene piedad y todo lo juzga con el cristal de sus limitaciones, tampoco tiene salvación. Por eso, cada vez que voy por la calle estoy deseando llegar a mi casa, al refugio en donde viven como si nada las hubiera dañado aquellas ideas que diez empleados públicos raramente iluminados –es decir, mis diez maestros- me incorporaron, quizás domados por alguien que les imponía enseñar bien, o sea, que aunque lo hubieran hecho por obligación lo hicieron realmente bien. A veces hasta me dan ganas de llorar, solamente yendo por la calle.

          Creo que la única suerte que tuve en la vida fue haber tenido los maestros que tuve. Podrían haberme adoctrinado, en aquella época horrible, que no había que hablar con los negros ni con los gitanos, que no había que ser de izquierda, que no había que leer. Pero no, la Srta. P. nos llevaba al patio para que al redactar las composiciones nos inspiráramos con el rumor del viento entre las hojas de los árboles del cantero (metáfora escolar), nos inducía el empeño por el respeto de la coordinación de género y número entre el sujeto y el predicado (que pocos siguen, y así dicen, por ejemplo, “el resto de los pasajeros sólo sufrieron heridas leves” o “la mayoría de los desocupados son de clase media”); a la vez, el Profesor M. formaba equipos de resolución veloz de cálculos y nos hacía ver que el placer del descubrimiento de las soluciones aritméticas era en verdad más intenso que cualquier otro, porque nacía de la actividad mental puramente y se basaba en abstracciones, placer puro sin nada que tocar, comer, chupar, etc. Cuando las chicas comenzaron a tener sus primeras menstruaciones, nos explicaron que estábamos frente a un hecho trascendente, que nuestras infancias no morían, sino que se habían encumbrado y llegaban virtuosamente a un final pero del mismo modo que termina el monte Everest, con su impronta de contundencia y su vocación de centinela perpetuo de las acciones del adulto. Que sí, sí, te podés empezar a tocar, pero que el toqueteo más libidinoso no significaba nada al lado de las esencias que podía desgranar Platero y Yo o a las naderías de los Ejercicios Combinados, y que si en la vida empezabas a darle más bola a esas taradeces del cuerpo olvidándote del cerebro y de la búsqueda de lo trascendente, ibas a ser un pobre tipo, como terminaron siendo ellos, pero por razones inversas, en la consideración de la horda.

          Yo, de todos modos, los defraudé, como dice Borges (ya al poner “naderías” se habrán dado cuenta de que me venía el Viejo). No hay un puto tipo al que yo le pueda hacer entender estas cosas, nadie. Claudiqué como no claudicaron mis maestros, los que me dijeron que no había que claudicar. A cada uno de los que componen la porquería ya ni les hablo: los miro, y también me voy a cansar de mirarlos, porque tampoco sirve para un carajo, no intimida, no atemoriza, no indica, no sirve. Por ejemplo, pasa un auto por una esquina que estoy queriendo cruzar y ya sé positivamente que el imbécil que maneja va a querer doblar antes de que yo me proponga iniciar el cruce de una vereda a la otra; entonces avanzo un poco para escuchar que el primate, al que todos respetan como un tipo “normal”, acelera mientras dobla, para pasar primero que yo; y ahí nomás lo miro, y ya veo que tiene anteojos de sol y que maneja fumando, y que además tiene puesta una remera de levantar minas vulgares y un jean desde el que se le notan las bolas, y me da tanto asco; y a la vez pienso que no tengo un mango porque no quiero ser así, y que tampoco me sirve nada de lo que sé, porque no lo puedo compartir con nadie porque a nadie le importa un carajo, todos quieren ir en auto y pasar antes que yo y vestirse como para que una imbécil se los quiera levantar. De última, el clímax debe ser lo mismo para todos, brutos, imbéciles, doñas rosas y consagrados, con lo cual a los jugos corporales tampoco le importan el intelecto o el Hombre en sentido ideal.

          Entonces, ya ubicado en el campo infértil de la derrota, pienso que el hecho de considerar que esos idiotas son pobres tipos tiene que ver con mi debilidad más que con lo que me hayan dicho los maestros, una debilidad impotente al estilo de la zorra cuando no podía alcanzar las uvas (“no las puedo comer, no están maduras”), un mecanismo de racionalización de cuarta para hacer más tolerable toda la mierda que me rodea.

          Y a veces me parece que soy yo solo el que sigue haciendo la guardia de la infancia, mientras todos los demás se ahogaron en semen, flujo vaginal y cuentas corrientes, sin un puto libro que los aleccione acerca de esa otra cosa que olvidaron y que era tan importante, el placer de la aprehensión de las esencias. No puedo creer que hayan sido compañeros míos, compañeros de esa chica que se había enamorado de mí y que, cuando se me ocurrió decir que yo era novio de otra, me llamó aparte y me dijo: “Quiero ser amiga tuya toda la vida”, y me regaló una plancha de “stickers” de autos antiguos como recuerdo de nuestro paso por la primaria, solamente a mí, que me quería con ganas de querer esencial. Obviamente no la vi nunca más, creo que se fue a Santiago del Estero, porque también me pasa que toda la gente que sirve se va, llevada por alguna debilidad.

          Por todo eso digo que era un hombre bueno. Porque abandoné la prédica en el desierto; y además no creo que sea de hombre bueno estar convencido de que todos los demás son una mierda, una reverenda mierda, que la madera con la que están hechos no da más que para hacer escarbadientes, que solamente son útiles para agarrarse a algo que les dé placer de alguna manera, y cuando lo que están haciendo no les da placer (por más que sea la obligación más jodida e importante de la Galaxia) largan todo y putean al que les hace saber que ese comportamiento es de dejado hijo de mil puta, y que con esa actitud lo que se va construyendo día a día es algo tan basura que hace –con razón- que la erosión de los acantilados o la temperatura de Plutón sean más importantes que toda la historia de la Humanidad, es decir, la suma de las historias individuales de cada uno de estos inservibles, hombres con ansias de ameba o de nutria, que son casi todos.

          Y toda esa realidad inmunda desemboca en que hoy, dada mi circunstancia de adulto que persigue la verdad en todas las cosas, dada mi vocación de sentarme frente al prójimo sin ninguna intención de obtener ninguna ventaja más que una linda conversación, dada mi postura inofensiva respecto de toda la parafernalia de mierda interesada que construyen los demás, a la vista de ese llano e inservible 99,9%, yo resulto un tipo que no hizo nada ni va a llegar a nada, un tipo que habla pero que no hace un carajo, un tipo que habla porque tiene la panza llena; es decir, claramente un pelotudo, y como tampoco cultivan ningún tipo de escrúpulos, me lo hacen sentir invariablemente todos los días, a veces incluso diciéndomelo directamente, porque son así de mierda.

domingo

Vomitando toda la santa fiesta (II) - Epílogo

          Uno de los personajes más logrados de Carlitos Balá es sin dudas “El Indeciso”, un tipo que no se decidía nunca y decía todo el tiempo cosas como “A ver, voy a hacer algo". “No, mejor no lo hago”. “No, sí, mejor lo hago”. “No, no, no cómo lo voy a hacer”. “No, pero sí, lo hago”. “No, pero mejor no, no lo hago”. Entonces iban y lo invitaban a una fiesta, y el tipo previsiblemente contestaba: “Bueno, voy”. “No, no, pero mejor no voy”. “No, sí, sí, voy”. “No, no, mejor no voy”. “No, pero sí, voy” Hasta que los interlocutores se cansaban de tanto dime y direte y le decían “Está bien, no se lo tome así” y él entonces decía: “y, no, la verdad es que no me lo tengo que tomar así”. “Pero pensándolo bien, sí, me lo tendría que tomar así”. “No, pero mejor no me lo tomo así”. “No, pero no, no, yo me lo tomo así y listo”. “O no, mejor no me lo tomo así”; hasta que cansaba al tipo con el que estaba hablando, que lo terminaba mandando a freír churros (porque en la televisión de los setentas, domada por los militares, no se podía mandar a la mierda como hacen ahora); y Carlitos Balá terminaba el sketch diciendo “No, cómo me voy a ir a freír churros”. “Pero la verdad, me conviene ir a freír churros”. “No, pero no, no me voy nada a freír churros”. “Pero mejor sí me voy a...”

          Bueno, la pavada esta viene a cuento porque pensé en no dar a luz la segunda parte de esta crónica aberrante, a pesar de estarla escribiendo en este momento, y así (o sea, escribirla) habrá de ser, aunque estuvo tan redonda la anterior que nada, como dicen los boludos.

          Porque no puedo pasar por alto el romance del Aniceto y la Francisca que se formó en el desposamiento histérico aquel, algo tan líquido, viscoso, algo tan supurado de hormonas que voy a tener que parar un rato porque no puedo seguir.

          En fin, ya desde antes se veía venir que la Francisca era una de éstas que demuestran tener cierto carácter para manejarse con diez o doce tópicos toda la vida, fuera de los cuales determinan directamente que no hay nada, y dentro de los cuales menean el orto como si fueran reyes absolutos. Como si tuvieras la suerte de tener un jardín y no te importan los demás jardines y además pensás que el tuyo es los Jardines Colgantes de Babilonia y cincuenta mogólicos te dicen que sí, y son los únicos cincuenta que te interesa ver en la vida. Cuántas veces me pasó de decir: “no, mirá, es un jardincito como cualquier otro” y que ni siquiera me contesten, y que encima haya un par que te miren como diciendo: “qué hablás, pelotudo”; y a la salida de esa escena enferma jurarme que iba a cambiar por el resto de mi vida, ser consciente de que para tener relaciones humanas en el estado en que se encuentra la cosa individual y social es necesario ser extremadamente pelotudo y no decirlo, cosa que los demás tampoco se esfuercen mucho y todos alegres como si la vida pasara por ahí.

          La Francisca entonces, que venía sometiendo a un estúpido peludo desde hacía muchos años, se había cansado aparentemente de no sé qué monotonía, no sé; vivían como marido y mujer y se cansó. Todo esto lo sé porque lo escuché dentro de un chisme que le contaba a cuatro o cinco con cara de ensoñada, como si fuera parte de una historia de amor ideal, una mediocre intensa que trabajaba con nosotros y que era muy hija de puta con la gente, pero a estos dos parece que por algo los quería, quizás porque la Francisca pintaba para ascender y la gremialista se querría prender en algo, porque viste que además siempre en los laburos hay un gremialista que no hace un carajo y habla, habla. Bueno, ésta era gremialista también.

          El Aniceto, por su lado, era un ejemplar desorientado pero lindo que cada vez que se equivocaba daba orgasmo en las minitas. Yo no sé si era por una torpeza congénita –ya que los bisontes de esta especie que el Señor pone en nuestro camino sirven bien para asegurar la multiplicación-, pero el tipo yo qué sé, era en general técnica, escolar o psiquiátricamente inhábil todo el tiempo: desde la ortografía para arriba, fallaba en todo, salvo por supuesto el porte de macho arquetípico y esos códigos de calle o falsa amistad que hacían que la gente lo invitara a todos lados y que nadie le exigiera mejoramiento profesional ni le reprochara ninguna de sus cagadas objetivas, aunque de hecho hubo veces que tuvo que hacer cinco veces la misma cosa, y él encima se lo tomaba a bien porque decía que estaba aprendiendo. Pero bueno, la Francisca, que era más inteligente, le vio el lado fálico, lo escrutó con su mentalidad analítica y superior, planeó como un japonés universitario la maniobra y le pareció, con la venia del imaginario enfermo, que la fiesta de casamiento era el ámbito ideal para transárselo. Igual desde antes venían hablando idioteces: una vez me acuerdo que ella intentaba sonriendo explicarle algo que el cuadrado al final no entendió; yo me daba cuenta de que ahí había direccionamientos vaginales a los cuatro vientos y de que el tipo intelectualmente no pasaba de la tabla del cinco; entonces hice un chiste para disipar el aire académico-empresarial de la disertación de la Francisca y el Aniceto, que no era tan salame como para no darse cuenta del horizonte genético que se le abría delante de él, me contestó una agresividad enorme; yo me hice el boludo y me dije “estos dos se están cortejando, es la preservación de la especie, además el chico te caga a trompadas y además el chiste que hiciste era pelotudísimo, por qué mejor no te callás deseando internamente su muerte”, y me quedé escuchando esa sarta de tecnicismos que la Francisca le hacía ver que sabía nada más que para terminar la historia con el monótono y subirse al Aniceto, que a la sazón era medio orangután y por lo menos yo le imaginaba un pene doble carne doble queso.

          Empezamos con que justo después de la iglesia me tocó ir en una 4x4 con ellos, y yo, que ni me había enterado del plan de la tórtola, ¿no voy y me ubico en el asiento de atrás, entre ella y el Aniceto? Se imaginan la cara de orto que me puso. Le pregunté como para decir algo, en el silencio mediocre que reinaba en esa camioneta cara: “Francisquita, ¿vos sabés si desde acá es muy lejos la fiesta?”, pero en ese mismo instante Aniceto le hizo otra pregunta o dijo algo rayano en la oligofrenia, algo tipo “uy”, como que se había agarrado las bolas con algo del tapizado, y la Francisca se murió de risa en el acto, una risa que le faltaba poco para ser salvaje, pero que le sobraba una cuadra para ser la de una señorita, todavía tenía cierta ronquera de vicio. Le volví a preguntar: “¿No sabés, Francisca?” y la Francisca me respondió “No”, mal, poniéndose seria repentinamente y dándome a entender que yo no tenía que estar ahí, justamente en el medio. “¡Epa!”, dije, pero la Francisca miró para el lado del Aniceto y no le dijo nada y le sonrió como antes de entrar a una amueblada, y ahí me dio mucha náusea.

          Obviamente no sé qué tramoyaron para cambiarse de mesa, porque me olvidé de decir que en esa bacanal cada cual tenía un lugar, una jaula de cobayo, que la desposada había elegido haciéndose la estratégica, ante la indiferencia viril del novio, que lo único que le importaba al respecto era que las viejas no estuvieran muy cerca de los parlantes porque si no no se iban a oír entre ellas.

          ¿Y vos podés creer que cuando empezó el baile, cuando se apagaron todas las luces, cuando encaramos lo que serían siete horas de desenfreno asqueroso de rito copular, ella lo agarró como a un pomo sin que le interesara nada ni nadie, y empezó a bailar como en un cabarulo mirándolo a él, que se hacía el tarado? Yo veía desde afuera de la turba esa que se desesperaba cada vez que llegaba una de Calamaro y me decía: “¿pero qué diferencia hay entre esto y la danza instintiva de las nutrias, cuando se alzan y van de acá para allá marcando círculos para dar a entender que viene el coito?” O sea, la Francisca aprovechaba los cambios de acordes para mover los hombros y mirarlo de cerca, y el Aniceto se hacía el que ya había bailado así un montón de veces con un montón de minas y se había terminado acostando con todas, y a ella toda esa mierda le encantaba. Entonces cada una hora y media figuraba que estaba cansada, como indica el decálogo mierdoso del couplé, y él la acompañaba a buscar algo tipo vino o capaz que champán, porque había de todo, y se sentaban por ahí no muy lejos de la porquería para que más o menos alguien los viera y hablaban boludeces mirando de reojo a ver si había alguno.

          Así hasta que terminó todo, sin nada que indicara que la cosa iría a cambiar, ni tampoco ellos esperaban que fuera distinto, porque viene así mandado por el mal llamado cerebro reptil. Me volví con la misma porquería que me había traído; serían las seis y media de la mañana pero la supuesta joda seguía con las luces apagadas y la música toda de temas distintos y horribles, y desde la ventanilla del auto en el que me llevaban, porque nunca supe ganarme un mango por no alternar con la porquería, desde la ventanilla del auto al final los vi abrazándose y chapando con tal prepotencia que se me revolvió el pollo a la no sé qué que había comido hacía seis horas, que encima con el ataque de hipo que tenía estaba sin digerir.

          El lunes siguiente todos los felicitaban, como si se hubieran recibido de algo, ay, los felicito chicos, pero esto no es de ahora, no me van a decir que no estaban saliendo de antes y no nos habían contado nada, decían las boludas, te juro que no, decía la Francisca y se callaba; y el Aniceto se reía y se equivocaba en todo lo que hacía y ella lo miraba, se reía y le tocaba el pelo haciéndole rulos con los dedos, Dios, por qué, por qué; y encima el contubernio de negados decía “los próximos me parece que ya sé quiénes van a ser, chicos avisen así vamos”, como si no les fueran a avisar a todos, como si a ellos no les gustara espectacularizar esa repetición ancestral de la manera más absurda, como si ese más de lo mismo no fuese en realidad la legitimación de sus universos limitados, dentro de los cuales son tan tiranos que ni siquiera permiten a los demás pensar de otra manera, o sea, pensar que todo eso es una gran mierda, si se los dicen se ofenden y los demás también se ofenden con vos, por ese tipo de solidaridades que funcionan solamente en contra de uno.

          Y cada tanto, en el transcurso de los días de sumisión, mientras se chupaban algún lápiz y con el aire filosófico de la solterona del tango soñando el paisaje de amor tras el ventanal, mientras pega la llovizna en el cristal, las estúpidas se preguntaban por la casada, por el novio al que siempre le decían ponele Ricardo y que ahora le decían “el marido”; “se fue con el marido a la loma del orto que se los pagó el padre”, pero “pobre”, decían, “yo cada vez que iba al baño estaba ella vomitando”. “Ay, sí –decía otra imbécil- se la pasó vomitando toda la fiesta”.

          “Y yo también”, pensaba. Yo también me la pasé vomitando toda la santa fiesta, quedate tranquila, claro que si te lo cuento no creo que te llegue a importar. Para que te importe tendría que venir otro Renacimiento y disiparse todo el oscurantismo y la medianía por obra de los efectos del auge, pero para que eso ocurra, todavía hay que seguir pagando un derecho de piso de mil años de mierda, mentira y sometimiento a lo vulgar, igual que en la Edad Media.

viernes

Me hace acordar a esos dos de Bartleby

          Ya sé que ninguno de ustedes tiene la más puta idea de qué cosa es Bartleby, y que si hago un sondeo entre los de la horda inculta que les gusta andar formando más de uno me va a decir que es un repuesto, o sea, una marca de repuestos para autos (un Bartleby), porque también se confunden la cosa con la marca de esa cosa, y así tanto dicen "me tomo una coca" como "dame una curita que me lastimé", sin dejar de señalar el asco que me da cuando escucho por ahí que alguien se puso un cárfri o la irritación de cuando alguien dice que se compró una meriva. Aparte se pronuncia "bárlbi" y eso supongo que es demasiado.

          Pero en Bartleby había dos personajes muy graciosos, que alternaban sus estados de ánimo: cuando uno estaba enojado, el otro estaba contento, y viceversa. Y no sólo eso: si uno estaba enojado a la mañana, a la tarde se ponía contento; y el otro al revés: estaba contento a la mañana y se enojaba a la tarde. Buenísimo, quizás los únicos personajes humorísticos del autor que no les voy a decir quién es, para que sientan que una vez, aunque sea una vez, esa ley de la calle que les gusta tanto les juega en contra, aunque dudo que si son tan pulenta de andar queriendo enseñar cómo se vive estén leyendo esto, primeramente porque hay que leer y la mierda como ustedes lee solamente los clasificados de autos del Clarín.

          Todo esto viene a cuento de que conocí una señora entrada en años que no sé por qué empieza hablando muy educadamente y termina puteando. Pero no lo hace siempre: lo hace cuando filosofa o algo así. Por ejemplo, resulta que el otro día estaban dando Tinelli, como dicen los tarados que miran a ese tipo que grita, yo no sé cómo hizo tanta plata, eso tiene que hablar sí o sí de lo que somos como país, madre mía, ese millonario se jacta de haber pasado de ser auxiliar de periodista deportivo a pope de la televisión a fuerza de haber explotado la pelotudez de la porquería. Pero para mí es menos genial que Sofovich, que le hace a la porquería partir una manzana en dos mitades exactas, ése sí me parece un genio, porque revuelve artísticamente en la mierda, y tiene tantos pero tantos chupaculos al lado que le dan su plusvalía agradecidos que se da el lujo de ir a los casinos y gastarse más de lo que tiene, total va a venir un tarado de Echenagucía a querer cortar la manzana en dos, Dios Santo, es como el que inventó la palanca, cómo optimizó recursos, yo quiero ser como él.

          Me estoy yendo por las ramas. El otro día entonces fui a comer a la casa de unos amigos en donde también vive esta señora, y como no apagan el televisor mientras comen estaban dando el programa de Tinelli donde hay putas elegidas que bailan para que se curen unos niños de no sé dónde. Resulta que uno de los obsecuentes más arrastrados de Tinelli es un gordo que es de Boca, pero es un arrastrado en serio, pone caritas de alegre cuando Tinelli lo forrea, es un gordo despreciable. Bueno, había jugado justo San Lorenzo y Boca y no me acuerdo cómo había salido; y como Tinelli es de San Lorenzo se puso a hablar con el gordo chupamedias y el baile no empezaba nunca.

          Así que la señora, que ya va por la octava década y estaba mordisqueando un pan me mira y me dice:

Este programa realmente me parece muy divertido,sinceramente, pero tiene un defecto terrible, ¿sabés?, que es que tardan en bailar porque siempre están estos dos pelotudos hablando boludeces.

          Se imaginan que me agarró un ataque de risa que la señora encima no entendía, porque para ella era de lo más normal hablar así. Me quedé a dormir en lo de mis amigos y al día siguiente le pregunté cómo había dormido. "Muy descansada, gracias", contestó, "pero como a las tres de la mañana escuché entre sueños el sonido del celular; yo pensé no sé por qué que nos habían cagado afanando. No sabés el sorete que me pegué". Yo volví a reírme y estoy seguro de que ella pensó que me estaba burlando, porque me lo contaba con cara de asustada y después me miró con esa cara que ponen las viejas de pendejo -tengas la edad que tengas-, pendejo yo no estuve yendo y viniendo para que vos vengas y me forrees como al gordo de Tinelli.

          Un rato después la vi agarrarse el estómago. Estaba sola, sentada en la cocina. Le pregunté si le pasaba algo y me respondió: "No, querido gracias. Sos una persona muy buena. Lo que pasa es que si no tomo la pastilla se me caga todo el hígado, yo no sé qué carajo tengo". Tocaron el timbre, me dijo "No te molestes, voy yo". Volvió a los treinta segundos; quise saber quién era y me explicó: "no sé, querido,no sé quién mierda era".

          Así que bueno, esa antinomia me hizo reír. No tiene ninguna importancia, habrá cosas mejores y peores, la historia de todo esto que ven y de lo que no ven seguirá por su lado, prescindiendo de todos nosotros, de los que se fueron y de los que vendrán. Todo lo que ustedes se imaginan ya se lo imaginaron millones de personas antes y durante, no hay mística ni nada; si no, vean cómo funciona un auto y ahí me van a decir quién se imagina más cosas. Me gustó lo del contraste, qué sé yo, debe tener que ver con la condición humana. Baste terminar contándoles que le comenté en confianza a uno de la casa la circunstancia de doble extremo de la señora, y riéndose me dijo: "Sí, sí, la abuela habla pa la mierda", lo que me dio a entender que lo que para mí era una curiosidad para ellos no era ni siquiera un cambio en el mundo exterior, y me puse realmente triste porque eso me pasa en todos los órdenes de la vida.

jueves

Vomitando toda la santa fiesta (I)

          A esta altura nada de lo que uno pueda escuchar tiene la suficiente fuerza como para conmover a nadie, no sólo porque la cosa virtual nos desteta de todo, sino, además, porque la dejadez y la ignorancia están tan difundidas que lo más probable es que, así como no hay curiosidad por ninguna cosa que no sea comprable, tampoco la habrá siquiera por las truculencias más sangrientas, que mueren en el pantano de la novedad igual que un programa de televisión destrozado por el zapping.

          Así que esta anécdota posiblemente no les importe nada, nada, y mucho menos si mientras la están leyendo su pareja les pide que vayan a buscar una leche a algún lado o alguno de sus hijos está diciendo alguna pavada, circunstancias todas que les harán dejar estos párrafos para ir a seguir siendo por ahí.

          Pero bueno. Esta vez –sin duda igual a muchas otras- se trata de una mujercita de éstas de sueldo aceptable que tenía un novio encabalgado en una jerarquía que le importaba solamente a ella, a él y a los doscientos que los rodeaban. Fuera de esa ficción, eran dos boludos más. Si hubieran bajado dos extraterrestres a seleccionar los mejores de la especie, a ellos no los habrían elegido; pero en la novela de sus relaciones pacatas o con rotunda vocación de borderline los tipos eran lo más, y eso demuestra que a ninguno de esos adláteres descartables tampoco se los habrían llevado como botón de muestra ni como nada, aunque en su cultura superior supieran que en pocos años, con la hecatombe nuclear, se perderían para siempre. O sea, igual que un arroz más o menos en un plato de arroz.

          Hartos de copular y de que nadie les regale nada, y a la vista de que todos tenían más de treinta años y que había otros como ellos que se habían casado e iban a las reuniones de sábado a la noche en la casa de alguien con sus bebés y se iban temprano; y además porque ya les daba picazón en el criterio andar por la calle sin que se les reconociera alguna otra ficción que los encumbrara más no sé en qué imaginario pedestal símil oro, fueron y les dijeron a todos que dentro de quinientos mil años se iban a casar y que estaban todos invitados, que se fueran preparando, eh. Las minitas se abrazaban, se felicitaban, ella sonreía, Madre de Dios, se realizaba, empezaba a tener la vida hecha según su mediocre cosmovisión.

          Para resumir el asunto, yo presencié de cuerpo y alma cómo la narda defenestrada estuvo por lo menos diez meses organizando el ágape, y según lo que me contaron, venía desde hacía seis eligiendo pelotudeces por internet, hablando con no sé quién de que no sé qué carajo sí o sí tenía que estar en la fiesta, yéndose antes porque tampoco sé adónde tenía que ir a probarse el vestido o qué sé yo qué, distribuyendo como un mercader corrupto a ver quién pagaba las suntuosidades todas prescindibles que se habían propuesto que hubiera, además del viaje a la loma del orto que planeaban hacer, a costillas de algún boludo alegre.

          Yo pensaba: “qué me importa que esta salame haya decidido encamarse con un solo tipo desde acá hasta que se muera”; “¿qué me interesa?” “A ver, cuando yo me levanto una mina, ¿quién viene a darme el diezmo?, ¿por qué tengo romperle las pelotas a medio mundo para que me compren huevadas que después voy a cambiar, como hacen todos estos desagradecidos de mierda?” Durante los diez meses que fui testigo de esa montada de parafernalia al pedo la veía como una paranoica desesperarse por razones que ella creía de una superioridad increíble, pero que eran a la vista de cualquier observador imparcial el pico más alto de lo superfluo, del falso lujo, de la demostración inútil y alevosa de cuánto pueden cagar varios culos conectados en serie. A modo de ejemplo, el asunto del “disc-jockey” –porque un suertudo le cobró una millonada por poner la música de la romería-; resulta que el Pont Lezica cheto imbécil con tarjeta y horario de atención le había sugerido una serie de temas que según ella estaban “áut” y entonces se tomó el esfuerzo como una obsesiva compulsiva terminal de escoger una por una las canciones, una por una, y lo llamaba al novio y le decía: “te parece ésta...”; y no contenta con haber terminado la patológica tarea empezó después a determinar el orden, y a llamar al nabo encumbrado y preguntarle: “Amor, ¿qué te parece: primero ‘Bailando en el estiércol” y después ‘Bolud Boy’ o ponemos primero ‘Bolud Boy’, le intercalamos ‘Soy Tuya’ y después ‘Bailando en el estiércol’? ¡Ay, no sé!” Y el ganso le contestaba: “No sé, arreglalo vos, te llamo”.

          Las conversaciones con las negadas que la rodeaban iban desde el nada hasta el totalmente, y desde el es lo más hasta el no podés. En un momento la esquizo trajo para mostrar ¡el corpiño y la bombacha que iba a usar la noche de bodas! ¡Dios mío, también la vas a perdonar, Cristo tiene que estar equivocado! ¡Y lo desenvolvió ahí delante de todos, y yo como un boludo mirando como un pelotudo! Me fui, dije “voy al baño” y encima se me cagaron de risa. Yo me decía “mierda, cómo los caminos de la vida me trajeron hasta acá, cerca de tantos subdotados para quienes era absolutamente razonable y encuadrado en la lógica más estricta organizar durante un año y medio la fiesta de casamiento, que al final fue comida, video, torta y ¡siete horas de oscuridad y baile desenfrenado de patitos con corbata y polleras de sastre penetradas!” Está claro que no me decía todo eso, porque lo de las siete horas de himeneo y danza celebratoria del coito las sufrí luego, durante el descalabro transpirado, atacado de hipo porque todo aquello me superó como un helado de cincuenta kilos.

          En el laburo los jefes sabían que la titiritesca desposada andaba en las Nubes de Núbilis, pero no le decían nada e incluso la dejaban irse a cualquier hora para que siguiera gestionando en los locales más caros del país el cotilloneo de su bailable, porque ellos, infectados de abundancia, también copulaban día a día como primates y tenían un hijo tras otro, por lo que mal podían dejar de sentirse en cierto modo identificados, aunque sus casamientos sin duda resultarían, en su enferma percepción, más importantes que el de la empleada.

          Invitó a toda la porquería, se gastó la guita que tenía y la que tenían sus parientes, se vistió igual que las pelotudas de la revista Gente, el pibe tenía un jacket ridiculísimo negro, gris y blanco y parecía un magnate del año 1890 que bien cuadraría en el Tren de la Alegría repartiendo boletos con descuento; pero igual todas las imbéciles o se le enamoraron o empezaron a querer levantarse a alguien, porque no solamente con ese despelote de whisky caro, canapés, mozos de gremio y máquina de humo demostraba que andaba sexualmente activo –ya que se casaba- sino que, además, había invitado a su vez a toda la plana mayor de no sé dónde carajo trabajaba, tipos de guita que miraban pendejas 25 años más chicas que les daban bola, porque es cierto eso de que billetera mata a galán, es cierto porque es así, porque son todos una mierda, los erectos pudientes que muestran su poderío como un ñu embarrado y las putas que se dejan y luchan en el barro nada más que para que les aseguren el porvenir y la supervivencia de la especie, para las que vienen mental e irreversiblemente preparadas, aunque sean sanas.

          Además de todo eso nos condenó –o por lo menos yo me sentí condenado- con un video enfermísimo que contaba tantas pero tantas forradas que no sé cómo se animó a exhibir eso delante de como doscientas personas; pero después pensé que eran doscientos como ella, así que entonces me di cuenta de cómo se animó.

          La exaltada venía bajando de diez a doce kilos con una dieta doblemente caníbal –porque no sólo ella se tuvo que comer a sí misma dada la escasísima lechuga que se permitía: también el novio se la comía mientras tanto, cuando volvía todos los días de su sillón pseudo presidencial, porque vivían juntos desde hace años, no fuera a creerse que se casaba virgen: en Argentina se sienten mal si se casan vírgenes, y las mujeres también ven mal que el novio no se haya desvirgado con alguna otra antes, que sin embargo no quieren que les nombren, es todo una gran mierda-.

          Y por si fuera poco, lloró Niágara en la Iglesia y ni siquiera pudo decir de corrido la estupidez de “como prueba de mi amor y de yo qué sé”. Para rematar, no comió nada, nada, nada, se la pasó fotografiándose al pedo, esmirriada como estaba, hecha mierda, pero eso sí: a cada rato iba al baño a vomitar. Por ejemplo el video no lo vio porque estaba vomitando, después de un año y medio de preparar esa farsa de como ocho horas. Venía y decía a punto de vomitar: “chicos, qué tal” “¡Y yo qué sé!” pensaba yo, pero las imbéciles de la mesa decían “divino”, como si fuera algo sagrado de verdad, un hombre había aceptado a la copulada y eso era tan simbólico, fálico, vaginal, inmundo, que yo que algo leí en la vida y me creo que cazo un fulbo de cualquier cosa también pensé que Freud algo lo relacionaría con la mierda, porque para mí era realmente una mierda, y eso que yo le había dicho: “mirá, nos conocemos poco, todo bien, que vayan tus amigos”, pero la mogólica quería que toda la porquería fuera al salón alquilado hacía un año y medio y armara kilombo, se mostrara contenta porque se unía para siempre o hasta que se separara por despelotes de guita y mal culeo al macho de la especie, no sé para qué quería que todos saltaran con cara de alegría, para quedar bien en la foto.

          Dios mío, te juro que yo nunca me voy a casar. Ya tengo igualmente unos cuantos añitos, y eso, unido a la particular filosofía que se me da practicar, me hace especialmente rechazable por las mujeres, a pesar de que tengo ojos claros. Además, me cuesta tener novia, porque pienso que la cópula es el acto más ruin de toda la humanidad, incluso más ruin que el nazismo, ya que nos une babosamente con todos los mamíferos que hay, con los penes asquerosos de los caballos, con los de los elefantes, con las vulvas de las búfalas, de las monas, qué asco ver dos monos copulando, qué asco. ¿Por qué no haber sido como los lirios del campo, que no hacen nada y sin embargo Dios los alimenta?

lunes

Los chupaculos

          Basta que se reúna un puñado de personas para que surja un líder que les dome el culo a los demás. Es duro, pero es así.

          Ahí mismo comienzan las estrategias de supervivencia, que no son otra cosa que formas de administrar el miedo.

          También está la cuestión de los roles: en todos los grupos, hay uno que es funcional, otro que hace reír, un amargado, una puta, un despreocupado, un tipo al que el grupo le importa un carajo, una pendeja, una madre, un pelotudo, un inteligente, un forro con las minas, un mujeriego, uno que arregla boludeces, uno que rompe todo lo que tiene en la mano, uno que no se olvida la cabeza porque la lleva puesta y otro que lleva la contabilidad precisa de todo lo que mierda existe.

          Pero el más ruin de todos es el chupaculos. Ése, entre toda la porquería, es el más mierda que hay. Habrán visto en Expreso de Medianoche cómo un personaje le arranca la lengua con los dientes a uno que alcahueteaba y se acostaba con el gordo carcelero: así también habría que abrirles el culo a los obsecuentes.

          Yo he conocido tantos... ¿cómo puede ser que haya alguien que le lleve un mate al despacho al tipo que desprecia a tus compañeros, a aquel de cuyo arbitrio vos dejaste que dependa tu vida? ¿Cómo puede ser que, ante el menor atisbo de conversación comprometida, vos salgas con alguna boludez del tipo "perdón, yo ahora bajo a comprarme un yogurcito, ¿alguien quiere que le traiga algo?" o que te pongas a cantar una canción pelotuda, y que encima siempre haya una minita que se te ríe, la puta madre? ¿Cómo puede ser que no se rebelen, que no peguen un portazo, que no hagan valer en el único tiempo que les toca vivir la dignidad que el líder se come, la dignidad propia y la de los demás, que al líder le importa un carajo? ¿Cómo puede ser que alguien se ría de un chiste solamente por quien lo dice?

          En la Alemania nazi había judíos que ejercían poder de policía sobre sus semejantes a los que habían jurado defender en el Bar-Mitzvá, y que ahora eran horrorosamente victimizados: a estos perros jamás los quemaron. Judíos funcionales al poder tiránico, al igual que los "colaboracionistas" franceses, que apoyaban la invasión y ocupación de su propio país, hijos de puta.

          El chupaculos es una mierda porque torna verdadera la locura del desarreglado que manda. Además es un traidor, eso está claro, porque, debiendo comportarse como un hombre, se vuelve contra su propia raza y se comporta como un perro.

          Y pensándolo bien, todos ustedes son chupaculos de algo o de alguien. No largan todo a la mierda porque tienen miedo, tienen horror al vacío. Se quejan de los colectivos, de los robos, del precio de las boludeces que compran, del precio de la televisión por cable, del gobierno, de las novias de sus hijos, de sus hijos, de los impuestos, de todo; viven quejándose y no hacen un carajo. Son chupaculos del sistema y si el sistema se va a la mierda y del fondo del culo del mundo sale otra cosa que les paga las pelotudeces que quieren para vivir, se abrazan como abrojos roñosos a ese otro algo y se hacen serviles del mandamás que les toque, como esas judías que hacían de putas en los campos de concentración. Le lamen la mierda al que los domina, y después esperan el cachetazo sonriendo, con mierda en la boca. Nadie tiene los huevos de rebelarse, porque así están mejor, pagadores de expensas, a ver si son capaces de no contratar televisión por cable, a ver si son capaces de decirle al jefe que se vaya a la putísima madre que lo re mil parió. A ver si son capaces de cagar a trompadas al chupaculos del laburo, de arrinconarlo y comerle la lengua como en la película, ni siquiera eso, dejan junto a él todo lo que están haciendo, aunque se hayan comido medio lechón, y juegan al fútbol con el jefe después del asadito; incluso van al asado porque los invitó el jefe. No se comprometen más que con la pelotuda de su pareja, con el mediocre sin fin de sus hijos, con los fideos del domingo, con el veraneo en Mar del Plata, son mierda, mierda. Su máximo grito de disconformidad es la vocecita de disculpas antes de plantear una situación que todas las leyes enseñan que es justísima, pero que su jefe se las niega porque es un hijo de puta que solamente quiere la plusvalía que le puedan dejar, pero ustedes no dicen nada, se callan y a la mierda.

          Ahora viene cuando me dicen "si vos tuvieras dos hijos como yo tengo..." y todo ese excremento oral. Si yo tuviera dos hijos me daría vergüenza hacer lo que hacés vos, vergüenza de ser un obsecuente sin remedio ni final, vergüenza de mirar a esos dos hijos y que ellos se den cuenta de que con esta boquita digo "cómo amaneció hoy, ingeniero" o "¿se le ofrece un matecito? Yerba nueva, eh". Qué vergüenza, madre de Dios: eso no es ninguna supervivencia: supervivencia es matar al dinosaurio, no sobarle las bolas. El mundo para sobrevivir tuvo que pasarle por encima a Hitler, porque si hubiéramos hecho la mierda obsecuente que hacés vos hoy estaríamos hablando alemán y seríamos la décima parte de los que somos.

          Espero que esta mierda tenga al menos la dignidad que tuvieron los funcionarios de Hitler y se suiciden uno a uno cuando el jefe haya juntado tanta guita que vaya a buscarse otro mejor que se la chupe o se vaya a enloquecer la vida de su esposa a alguna mansión de por ahí, o cuando les llegue el primer recibo de la jubilación y se den mínimamente cuenta de que tanta obsecuencia no les alcanzó, ni siquiera, para pagar el ano contranatura que tuvieron que ir a hacerse a los 70 años, luego de toda una vida de sometimiento.

domingo

La porquería

          Todo lo perturban, todo lo joroban. Allí donde un evento se torna masivo, allí está la decadencia, el desprecio, el fenómeno humano pregonando vida sucia como un guiso que hierve.

          Hombres de pelos en las piernas, jóvenes asquerosos al que todos los caminos conducen al coito, mujeres que gotean todo el tiempo, deseosas de ser copuladas y mantenidas por el macho de la especie, aunque su discurso grite independencia, sin saber qué significa. Viejas disconformes, boludos conformes. Gente que entra a los restaurantes y espera que la comida tenga gusto a algo, exigentes con los mozos. Empleados que se pelan y, seguros de que sus mujeres sólo quieren su pene y sus bienes, maltratan a las esposas o parejas, porque no se casan, se enyuntan, se aparean, igual que los negros a los que desprecian.

          Les han enseñado otra cosa en las escuelas, pero ellos le dan sin piedad a su espantosa vocación de mediocridad. No leen ni los carteles, salvo que haya imágenes de minas en pelotas. Entre ellos y el mono sólo existen pocas diferencias. Son una mierda, y son casi todos los que hay.

          Por éstas y otras razones que iremos desgranando, en adelante no hablaremos de la gente, sino de la porquería.

sábado

Bienvenidos

Miren, me importa un carajo si leen o no mi blog. Ya tengo otro con otro nombre, que tampoco lo leen. Por mí se pueden ir todos a la mierda. La culpa es de ustedes, TODA la culpa es de ustedes, mediocres de mierda. Así que de acá en adelante, si no les gusta se pueden ir.