jueves

Escena en un colectivo de provincia

          Está por llover. Suben unos quince niños de escuela primaria, tardan en pagar. Los que ya compraron el boleto se van ubicando en los casi todos asientos vacíos. Uno más gordito está muy contento; una chica Aylén será muy hermosa. Llevan mochilas ajadas de color rosado, negro o azul, con inscripciones de fantasía. Las chicas tienen todas zapatillas blancas y los varones, botines de fútbol negros con medias grises o también negras. Algunos, una campera de gimnasia. Ninguno tiene más de diez años. Van hacia las calles de tierra. El chofer mueve el colectivo aun cuando muchos todavía no se sentaron; el sacudón los hace gritar de risa. Las niñas comienzan a hablar en voz muy alta, traen cuestiones que no tienen que ver con el colegio; la mayoría escucha lo que tres o cuatro dicen.

          El que eligió el asiento individual mira a la niña más linda, que es, además, la única que lleva cinta en el pelo. Cada tanto observa cómo van pasando las calles. Se ha sentado apoyando una parte de la espalda en las ventanillas. La mira y ella no. Veinte cuadras después, dice:

          -Aylén.

          Pero la chiquita sigue hablando, de pie junto a sus dos o tres amigas que acotan y ríen.

          -Aylén.

          Esta vez escucha a una de sus compañeras, que vocifera algo que les parece gracioso.

          -Aylén.

          El colectivo toma una cuneta y todos gritan.

          Entonces el niño exagera su actitud de atención. Toma una pelota que no sé en qué lugar llevaba y amaga arrojársela a la cabeza.

          -¡Aylén!

          La pequeña lo mira. El niño ensaya un gesto de seriedad y cuenta:

          -¿Viste que están arreglando la casa de Bráian? No sabés, están poniento ¿viste? todo cerámica en el piso, re brillante queda.

          Y agrega: - A la entrada todo plantas pusieron. Hoy vamos a... -pero Aylén ya se ha ido; intenta retomar la conversación perdida con sus compañeras, también ajenas a la anécdota.

          El niño busca quien lo escuche y me encuentra, lejos, en el último asiento. Por sobre las risas desmedidas y los acelerones, continúa, con los ojos perdidos:

          -Hoy vamos a ir a jugar a la arena.