martes

Recuerdos de mi primera pubertad: Consecuencias de mi primera pubertad

          Un día llegué a casa luego de compartir un rato entre amigos, y mi padre denostó el olor a bolas que aparentemente traía conmigo.

          -No veo por qué tu madre tiene que andar oliéndoté -me dijo, poniendo cara de asco. Y continuó, mirándome con rictus de decepcionado por el comportamiento natural de aquél de quien se esperaba otra cosa: "cuando uno ya va llegando a cierta edad las bolitas empiezan a jeder", practicando un gesto reiterativo con la palma de la mano, como si estuviera sopesando un paquete. "Así que si querés comer con nosotros lo primero que hacés es que vas, ¿eh?, vas, agarrás, querido, y te bañás ¿eh? te lavás bien ahí abajo, ¿eh?, y después venís otra vez a la mesa, vamos."

          -No sé si hay toalla -dijo mamá con gesto de película de Vittorio de Sica, non c' è niente da mangiare entre las calles de Roma en ruinas, levantándose masticando de la mesa para ir a hurgar entre la parva de ropa limpia sin planchar.

          -Ajjj -dijo mi padre, expresando un real sentir.

          Entonces me fui a bañar. Cuando regresé ya habían terminado de comer.

          -Hace una hora que entraste, ¿qué hacés ahí adentro?

          -Ahí arriba la mesada tenés un poco de canelones y no sé, hay ensalada si querés hacerte -señaló mamá casi llorando. Mientras yo estaba en la cocina, papá le murmuraba algo que yo adivinaba amonestador.

          -Te explico -señaló mi padre una vez que me sentara con un canelón y medio otorgado por Su gracia. - Al llegar como vos a la adolescencia, los testículos entran en actividad para producir eso que te sale cuando vas al baño como ahora, vos me entendés, no.

          -Sí -dije yo, que me había hecho una paja mientras me bañaba porque tenía 13 años, muy ruborizado, incorporando el discurso y la primera pitanza de canelón. A la mesa estaban sentados mi mamá y mis dos hermanos, todos en silencio.

          -Entonces esa actividad hace que te salga olor, las bolitas -y volvía al gesto de sopesar un paquete y a poner cara de asco- las bolitas empiezan a jeder, y si vos no te lavás, a los dos días sos igual que tu tío Raúl el hermano de tu madre. Tu tío Raúl vos lo viste, el otro día nos tuvimos que levantar todos y nos tuvimos que ir del olor a mierda que había en esa mesa. Yo la iba a visitar a tu madre y nadie se bañaba, no se podía estar en la casa de tu madre: en verano ¿te acordás, Susana? en verano se podía estar media hora a lo sumo, después había que irse porque ni el abuelo ni tu madre -mirando a mi mamá y en referencia a la madre de ella- ni Raulito pobrecito el tarado pelotudeando con marcadores en el piso... ¡un olllorr!.

          -Igual ni siquiera jugamos a la pelota, estábamos por ahí conversando -argüí más ruborizado y pensando que no me tendría que haber masturbado.

          -No importa, no importa, no me escuchaste, aunque no hagas nada igual los testículos van trabajando lo mismo y así como te dan ganas de ir al baño, también sin que te des cuenta el olor te sale solo. ¿La ropa adónde la dejaste?

          -En la pileta del lavadero.

          -A ver, Susana...

          -Dónde la pusiste, Pietro.

          -En la pileta del lavadero, ma -mientras terminaba un canelón. Mi padre miraba cómo comía, miraba el canelón y cómo me lo llevaba a la boca, con gesto de repulsión.

          -¿Qué? -pregunté, un conato de sedición adolescente.

          -¿Cuántas veces te pusiste esa ropa?

          -Dos, pa.

          -... -Mi padre ponía otra vez cara de asco.

          Mamá volvió del lavadero sin decir nada.

          -¿Qué hiciste, Susana?

          -La dejé en la palangana -contestó mamá, esgrimiendo el gesto de no haber alcanzado al ladrón de la bicicleta.

          -Bué, traé algo de queso que me quiero ir a dormir.

          Mis hermanos se levantaron de la mesa en silencio, mamá acercó un platito con menos de cien gramos de queso roquefort que papá tomaba de postre, me dijo que si quería había una manzana en la parte de abajo de la heladera y mi papá entonó una canción cualquiera, una tipo "hhmmmmm larái lará hm hmmmm", mientras se echaba pedazos de queso que masticaba como si fuera un cocodrilo o un presidente, mirando hacia el televisor. Se levantó, se lavó los dientes y me ordenó que apagara el televisor cuando me fuera a acostar, que no me quedara mucho tiempo porque se escuchaba todo desde la pieza. Apagó todas las luces a excepción de la del comedor, afirmó la existencia de su puerta de su habitación cerrándola con alguna violencia y desapareció hasta el día siguiente. Yo podía oír, sin embargo, el murmullo de alguna conclusión que mientras se desvestía le comentaba a mi madre, que a todo evento bufaba un "qué calor".

          Años después, cuando decidí abandonarlos a todos y contar este tipo de anécdotas a los parientes con los que hablé por un tiempito más, éstos resaltaban que mi padre por lo menos se preocupaba por mi higiene; que no sólo en aquella ocasión señalaba un aspecto desagradable que todos tenemos y que es importante evitar en la vida sino que, además, se tomaba el trabajo de explicarla para que yo aprendiera y no pasara vergüenza como pasaban quizás los parientes de mi madre -cosa que no todos los padres hacen y que yo debía agradecer-; que mamá, pobre Susana, se esforzaba por preparar comidas tan ricas un día de semana -¡canelones! ¿quién hace canelones hoy por hoy? ¿y cuántos canelones hay que hacer para cinco personas como eran ustedes, que son todas personas que comen bien?-; que si Susana separaba mi ropa sería lógicamente para lavarla mejor, y que por qué no agarraba y la lavaba yo, si tanto me molestaba que mi mamá la lavara "aparte", como yo decía; que no todas las familias se reunían en la mesa como lo hacíamos nosotros; que era bastante lógico que a una hora determinada se apagara el televisor, y que de lo que yo contaba me "olvidaba" decir que no sólo había canelones para comer, sino que, además, había manzanas de postre, lo cual indica que a mí no me faltó nunca nada, porque si no me falla la memoria cuando empezaste a contar esto que vos llamás "malos recuerdos" dijiste que venías de encontrarte con tus amigos, no venías de trabajar o de pedir limosna, así que tan mal no la pasabas, que yo sepa.

          Para la psicóloga, en cambio, lo que en verdad me había molestado del episodio era que mi padre -como muchas otras veces- hiciera referencia a mis genitales, y que luego se desvistiera delante de mi madre tan cerca de donde me había quedado solo.