jueves

Cositas de papá (III) - El hombre lobo

          Hoy vi una película recién estrenada, bastante mala, que se llama El hombre lobo. La historia del tipo que sufre licantropía. En esta ocasión, el padre del monstruo también se transformaba con la luna llena, y había matado al otro hijo porque no quería que se lo llevara la novia. También asesinó a la madre del muchacho. Para cerrar las referencias freudianas, la única persona que podía matar al hombre lobo debía ser una mujer que lo amara -es decir, la única mujer con la que el hombre no tenía permitido ser hombre-.

          Bueno, igual no era ésta la última alusión a la Psicología tradicional. En una escena que obviamente pasará desapercibida entre quienes agoten las plateas de este film espantoso, coinciden el padre, el hijo y la luna llena; es decir: ambos se transforman en hombre lobo al mismo tiempo y en el mismo lugar. El padre, como hacía mi padre, a medida que se iba transformando iba basureando al hijo: terminan peleando para ver cuál de los dos es más "hombre lobo" y, como la naturaleza es sabia, gana el hijo, la generación que se queda frente a la que se va. La madre no estaba, porque como ya conté, la había matado el que ahora moría.

          Algo parecido pasó en la casa en que perdí mi infancia, mi adolescencia y mi primera juventud. Mi padre blandía por lo menos una vez cada dos o tres meses el discurso de que yo era el más débil de todos mis hermanos, que no estaba preparado para ganarme la vida, que lo único que hacía era hablar y pedir. Así porque sí, sin nada que lo causara lógicamente, como cuando el personaje que hasta el momento amaba, reía, opinaba y se enojaba, de pronto empezaba a transformarse en un monstruo que desguazaba a todo el que se le acercara. Mi padre decía que yo era un inútil, y que ninguna de mis razones y ninguno de mis actos le "llegaban a los tobillos". Recibía de mala manera mis argumentos de defensa, y, en vez del gruñido temible, era bastante recurrente en la onomatopeya del asco (¡aajjjjj!) cuando alguna buena combinación de palabras me colocaba en la posición del cagatintas que habla y no hace un carajo.

          Igual que la madre de la película, mi madre tampoco hablaba durante estas basureadas; y del mismo modo que en la historia, al protagonista le hacía mal que ella estuviera tan muerta, en especial cuando el monstruo se volvía contra la vida con el argumento de que era suya.