domingo

Dar vuelta la cara

          Ya sé que no estoy descubriendo nada, porque todo ya está descubierto; y esto, a la vez, tampoco es ningún descubrimiento. O sea, podemos llegar a combinar lo que ya hay y sacaremos algo como resultado que provendrá de esa combinación, como ser si agarro y cambio los muebles de lugar y después arranco una flor de algún lado, la pongo en un florero y meto el florero en el espacio libre que me quedó después de cambiar todo de lugar. O si le pongo más sal a algo que no me gusta y queda “rico” así como por arte de magia, porque tampoco la mayoría de la porquería se pregunta cómo puede ser que cambie el gusto, químicamente hablando, se contentan con que así está mejor y punto. Pero cosas nuevas nuevas, la verdad que no. Quiero decir algo así como que el agua está implícita en el hidrógeno y también en el oxígeno; que de “Todos los hombres son mortales” y “Sócrates es hombre” ni siquiera es necesario decir que Sócrates es mortal porque con las dos anteriores ya bastaba (y de esto también se dieron cuenta hace unos setecientos años, más o menos).

          O sea que, aplicando al caso concreto, que yo venga acá a decir que la porquería va a inventar cualquier cosa cuando no te quiere dar más bola, incluso los silencios más pérfidos y las mentiras que se le ocurran, tampoco es ninguna novedad. Pero bueno, pasa. Y tampoco es importante que pase, pero es así. Las cosas pasan, todo fluye y al final todo pasa y desemboca.

          La verdad es que el tema da para muchísimo, pero está tan trillado que en cuanto al tema específico, no van a ser muchos más párrafos. Lo cierto es que a veces uno mismo es un fenómeno demasiado complejo para la porquería, entonces la porquería –que solamente tiene escrúpulos para simular lo que no es- la porquería te aparta, aunque sea echando mano de animaladas sin razón. ¡Me ha pasado tantas veces! Desde tipos que pensaban que solamente “siendo” yo los iba a sacar de no sé qué lugar que ellos pensaban que tenían o que podían llegar a conseguir (porque ellos creen que, igual que en el ecosistema del pastizal, los lugares “se consiguen” o "se ganan"); desde pelotudos enamorados que en su enfermo paradigma les venía que yo les iba a sacar las minitas; desde minas uterinísimas que en un punto no me vieron nunca más como mancebo de sus gónadas y entonces chau; hasta ínfimos tipos y enormes boludos que pretendían no sé qué pequeña cosa y me la escondían cuando de alguna maneran lograban tenerla (ojo, un auto, una casa o un empleo, pero podía llegar a ser un pedazo de tarta, un cuaderno, un pisapapeles; me pasó con un pad para apoyar el mouse). Así entonces, sea por haber conseguido lo que querían (no lo que “deseaban”, sino lo que querían en ese momento), o por alguna otra razón por la que entendían que yo no les convenía más, de buenas a primeras me daban vuelta la cara, sin que yo les hubiera hecho nada, y yo ni siquiera encontraba argumentos para hacerle entender a nadie que eso estaba mal, porque por otra parte me convencía de que el sorete de persona estaba actuando en plenísimo uso y consciencia de su libertad, lo cual me parece que hay que respetar en todos los casos. Y de ese modo perdí muchísima compañía y con ella fui perdiendo al prójimo, aunque después trataba de consolarme diciéndome que en realidad no los había tenido nunca (ni a la compañía ni al prójimo); esas cosas que los psicólogos te enseñan y que es un mecanismo que se llama “racionalización” y que consiste en hacerse una versión peliculada, inofensiva y consoladora de lo que en verdad es una gran cagada que te pasó, porque si no tu psiquismo no lo toleraría y empezarían las fantasías suicidas.

          Y ahora que me acordé de ese ejemplo, te voy a contar el asunto del pad del mouse porque fue especialmente execrable. Resulta (esto fue hace mucho) que yo trabajaba en una oficina donde había mucha gente, y ahí había una especie de rata (porque hasta cara de rata grande tenía), una mujer espantosa que tenía el color pardo de las ratas y ¿viste cuando ves correr a una rata, pero la ves de atrás, o sea las ancas de la rata? Bueno, tenía esas ancas gordas asquerosas también. Bueno, la cosa es que era de éstas que venían haciendo silla desde hacía décadas. Yo recién entraba (aunque ya no era joven), y desde el primer día me di cuenta de que la mina era una ventajista de supermercado, de esas a las que alguien a cambio de un favor futuro o para cagar a algún otro les pasa el dato de que cuando se acabe el último de los dos jabones en polvo que quedan en la batea van a poner mil paquetes de oferta de mejor marca, pero ella una vez que se enteraba no te lo decía, se lo decía solamente a otros que no hacían tampoco un carajo y que eran tan mierda como ella, pero con menos capacidad de hacer daño. En definitiva venían a formar parte del ejército de pobre gente de que se rodeaba, porque la banda, la pandilla, es una condición constitutiva de ellos, que solos y por sus propios talentos son abiertamente ineficaces. Para los jefes ella también era una mierda inculta e incapaz, pero como conocía tanta gente la dejaban. ¿Viste que a veces se rompe la impresora y si hacés las cosas reglamentariamente tardás veinte días en que quede reparada? Bueno, esta porquería era de las que conocen a uno que a la vez es amigo del jefe de mantenimiento –y que a la vez es tipo el sobrino, pero lo saben ella y algún inservible más, porque no se lo cuentan a nadie-; y venía también dotada con tal desfachatez que lo que le pedía a ese amigo del amigo no era que viniese él a arreglar, sino que le diera el teléfono del propio jefe de mantenimiento por un “problema que tenemos acá en el quincuagésimo piso” (que es donde todo el mundo sabe que se toman las decisiones). Entonces se ponía a hablar con el tipo -yo la escuché- como si estuviera en la cola del supermercado; cada un minuto y medio se iba cagando de risa de algo que le contaba, le hablaba de cualquier cosa y después lo entubaba en el medio de la dicharacha con que por qué no mandaba a alguien diez minutos a arreglar la impresora y después la seguimos que nos estamos muriendo de risa, o yo voy para allá, se lo pedía como un favor especial no para ella sino para [Bufarrette] que estaba desesperado, por hoy y nunca más, se lo juraba y se lo volvía a pedir por Bufarrette. ¡Y el tipo en persona venía, capaz que aunque sea para hablar tres o cuatro minutos con Bufarrette y ver qué ventaja podía sacar!

          La cosa es que viene un día y me dice, así, aparentemente gratis: “Che, cómo podés escribir en la compu con eso”. Claro, yo donde apoyaba el mouse tenía solamente una tira de goma eva cinco por dos que era donde tenía que girar la bolita: los demás tenían unos pads medio gastados pero que servían más que el mío. “Sabés que en No Sé Dónde tienen guardados como cinco mil desde hace tres años que mandaron a comprar”. “No, bueno, pero yo igual le puedo poner una hoja blanca al mío, que anda lo mismo”, le dije. “Ja, ja”, dijo ella, como diciendo “ya sé que sos un pelotudo”; pero lo que en realidad quería era extender su estatus de mina que no es cualquiera ahí adentro, que algún día iba a llegar a no sé qué lugar que todos querían llegar, y que mientras tanto me andara cuidando porque conocía a todo el mundo y tenía más influencia que muchos de los que se dicen “grandes”. Así que sin que yo le pidiera nada, y como si fuera la amante de Papá Noel, me dijo “quedate tranquilo que para la tarde te traigo uno nuevo, así no tenés que escribir más así”. “Bueno, muchas gracias (le dije ingenuamente), pero si no, no te molestes, está todo bien”. Se fue sonriendo como una hija de puta que algo tenía escondido.

          A la media hora apareció con un pad medio viejo pero que estaba embolsado como de fábrica. “Tomá, me dijo, acá tenés”, y mientras yo le volvía a decir gracias y los demás miraban cómo yo desembolsaba el supuesto tesoro, rápidamente se puso a hablar boludeces con alguien que la venía acompañando, alguien que le venía pidiendo desde hacía más o menos cuatro años a ver si no había un lugarcito en la oficina de al lado, que se ganaba más o menos igual pero que no era tanto lo que se ganaba sino el clima de trabajo que supuestamente en donde yo estaba era insoportable. Y la rata en vez de contestarle siempre le decía “Vení”, y se la llevaba con ella ponele al cuarto piso, de donde la habían llamado de favor porque había un zócalo medio salido que el otro día pasó Monedetti y se raspó y eso no podía ser.

          Los días pasaron y en un momento a alguien se le ocurrió que había que cambiar todo: computadoras, mouses, pads, cables, pantallas, discos rígidos, diskettes, enchufes, hardware, software, protectores, botones, teclados, programas, la puta, la hija y la manta que las cobija. O sea bien, pero cuando terminaron de repartir todo, nos dieron unos pads que eran una mierda y se quedaban pegados al mouse. “¡Eh! ¡Esto no sirve!” decían todos y yo también, porque cuando me adapto a las cosas soy buenísimo en esa adaptación, y ya me había transformado en uno de ellos, en uno de esos tipos que si no le das todo armado no saben o no pueden. Pero por una gracia de Dios, alguno de los que habían venido a instalar las computadoras -y que sabían que el material nuevo era una poronga- había dejado justamente en el cajón de mi escritorio el pad viejo para disimular y después llevárselo, pero había sido tan pelotudo que se lo olvidó. Así que lo empecé a usar sin decirle nada a nadie.

          Para qué. Viste que en las oficinas las boludeces más infantiles adoptan un estatus de verdad absoluta que, en la calle, te daría vergüenza. Me refiero a esas idioteces de que la impresora esté cerca de tu escritorio y no del otro, a que si vos llamás a un lugar que te traen una comida mucho mejor por mucho menos plata, a si te sentás cerca del despacho del jefe, a que si tu ventana da al río o al basural, etc. Bueno, acá, después del mega canje que se mandaron los jefes, tener un pad que te permitiera desplazar el mouse sin quedarse pegado era una de esas ventajas comparativas que te hacían yo qué sé. Pero a mí me importaba un carajo, en parte porque como ya dije poniéndole una simple hoja abajo el mouse funcionaba lo más bien, y en parte porque en cierto modo me había favorecido que el viejo me había quedado en el cajón por el otario que se lo olvidó, así que le regalé el pad nuevo pero inservible a alguien que quería tener dos en vez de uno, porque por lo mismo que ya conté se sentía mejor teniendo dos cosas que no sirven para una mierda, que teniendo una sola como todos los demás. Entonces vino la rata esta y le preguntó: “¿Por qué tenés dos vos?” Y el imbécil, en vez de contestarle “qué carajo te importa”, le dijo “porque él me regaló el de él”. “¿Y vos, me dijo, vos qué usás?” “¿Qué te importa?”, le contesté; pero ella me retrucó “¿A ver?”, y me agarró la mano que tenía en el mouse y la levantó. “Ah, vociferó la harpía como si fuera la jefa de personal, pero no tan alto como para que llegara al jefe, ah no, acá todos usan el mismo o si no nadie usa nada. Además, esto es mío, te lo di yo porque lo conseguí yo”. Se imaginan que yo estaba entre reputearla y llorar por haber caído en ese pozo miserable a cambio de un sueldo. “Bueno, llevátelo”, le dije, deseando interiormente su muerte y la de su prole, ya que le conocía los hijos que eran horribles y muy muy mediocres. Pero la hija de puta, a la pasada, ¿saben lo que hizo? Se lo regaló a otro que estaba sentado un poco más allá. “Tomá, le dijo, te lo regalo”. ¡Y el pelotudo aceptó! ¡Le dijo “gracias”! Claro, qué iba a esperar solidaridad en ese ambiente enfermo.

          Entonces, ¿qué pasó? No me habló como por un mes. No me habló. No me hablaba, yo qué sé. Y los amigos de la chupasangre encubierta tampoco. Pero no me hablaba nada, eh. Y cuando le preguntaba algo a la porquería que yo sabía que algo le debía o algo le iba a deber, esa porquería me contestaba utilizando la menor cantidad posible de palabras. Qué tal. O sea, pensaba yo, primero que yo jamás le pedí nada a la rata, ella sola se ofreció a traerme esa cosa de no sé dónde. Segundo que yo tuve un acto de bondad y generosidad en ese marco patológico, que consistió en entregar un elemento mío para que el otro tuviera más, lo cual lo edificaba como persona, en esa paupérrima cosmovisión de la que él estaba convencido como un filósofo. Y tercero que no le hice ningún quilombo cuando se lo quiso llevar: cuando tiró el “es mío” como si fuera el último churrasco del mundo después de la bomba bacteriológica, yo le dije "bueno, lleváteló", sin embarrar más la cancha. Pero la tipa no me habló más, y sus amigos tampoco. Recién después cuando fue el cumpleaños de una calienta sillas vino a pedirme si no ponía yo también para el regalo, y cuando vio que puse me dijo un par de pelotudeces como si nada hubiese pasado. Así se comporta el 99% de la porquería, quieras o no. Y así se sigue comportando, aunque creas que estás a salvo porque encontraste igual que en la televisión “tu lugar en el mundo” al lado de tu mujer que tantos se ha culeado antes o durante vos y de tus hijos que tan iguales son a los demás, y todo eso te hace sentir tan realizado que comprendo plenamente por qué estoy solo.

          Igual me ha pasado peor, eh. Me ha pasado con mi padre, que es un psicópata grave y cuando se dio cuenta de que conmigo fue un hijo de puta peor que cualquier mercader resolvió no hablarme más (y la mayoría de mis parientes lo siguió); me ha pasado con alguna novia que no se le ocurrió decirme nada más nunca y no se me ocurre qué pito le pasó, salvo haberme cagado o haberme dejado de querer; me pasó con gente que me pidió con urgencia de desesperado que lo ayudara porque yo sé algo de las leyes y el tipo estaba empantanado hasta pasando las bolas y después cuando me vio por la calle, ya solucionado el problema, se hizo el boludo y no me saludó porque yo no era “de ese palo”, yo no era un hijo de puta cagador como los de su laya; me pasó incluso con gente que necesitaba mi sola compañía y cuando no la necesitó más, no me habló nunca más. Lo que sí, no sé qué haría si un día me estafan peor, como si me dieran un cheque sin fondos, o me cagaran en una escritura o algo así, como pasa todos los días. Yo te digo que prefiero que me maten, porque desgraciarme yo por reventarlos es lo peor que me podría pasar. Pero bueno, los caminos del Señor son misteriosos, y si existe toda esta mierda por algo debe ser.

          Y debe ser por algo que justo el otro día estaba pensando: si no existiera la mierda, los psicópatas, por ejemplo, estaríamos todavía en la Edad de Piedra. Porque alguien tiene que cagarse en todo, a alguien le tiene que importar un bledo matar el árbol para hacer un mueble, estrangular al pollito para comérselo, mover toneladas de cosas traídas de los confines de la tierra para hacer un edificio y que ahí viva la porquería; a alguien le tiene que importar un carajo el científico que se desloma estudiando para usarlo en el mejoramiento de las cosas que se venden, el chino preso que fabrica las camisas, el que pule metales dieciocho horas por día en un galpón clandestino para que otros tengan bien hechas las piezas de no sé qué aparatos; a alguien le tiene que importar un carajo cagar a golpes a la gente para que se descubran los delitos, matar a algún inocente para que los demás vomiten de miedo y haya orden social, violarse al violador para que aprenda; a alguien le tiene que importar un carajo chuparse la vida del prójimo para que haya fábricas y organismos del Estado, etcétera. El día que veas cómo se mata una vaca no comés más carne, dice la totalidad de la porquería y en eso lamentablemente tiene razón; el día que veas cómo torturan a los animales para hacer cosméticos no te volvés a delinear los ojos en tu puta vida como si fueras una núbil de Malawi; el día que veas lo que hace tu jefe con la parte del sueldo que no te paga, dejás de laburar; el día que tengas que vivir como un albañil, vas a empezar a pensar qué pelotudez era eso de que la cocina esté mejor allá y bajemos un poco el techo y en vez del lavadero acá hacelo más allá; el día que tengas que hacer vos un ascensor, vos y todas tus incompetencias y falta de entrenamiento en el sufrimiento, ahí vas a querer usar la escalera todos los días, pero tampoco vas a poder, porque hacer una escalera de ésas que no querés usar es una de las cosas más difíciles que hay.

          Pero bueno, todo eso tampoco es ningún descubrimiento.