miércoles

Creo que me equivoqué (III - FINAL)

          El asunto es que por falta de entereza psíquica para sobreponerme a todas esas circunstancias adversas, yo nunca pude triunfar. Hay muchas cosas más: yo trabajaba dando clases particulares, lo cual para mi viejo no era ningún trabajo, y encima las daba en el living que era de ÉL, imaginate. Pero llegué a trabajar 12, 14 horas por día en épocas de exámenes. Ya la casa no era más conocida por la casa de él, sino por “la casa del profesor” (que no era él, sino yo). El cerdo me decía que yo aplastaba el culo todo el día, que eso no era trabajar. Cuando venían las madres a felicitarme porque los hijos habían rendido bien, él decía que eran insoportables, que no lo dejaban dormir la siesta con esos gritos. Muchísimas veces mientras yo estaba dando clases se le ocurría ponerse a lavar los dos autos MINUCIOSAMENTE con un compresor de agua que hacía un ruido infernal (porque lo había arreglado él y hacía más ruido del normal), de modo que yo debía gritar unas seis horas por lo menos; o prendía la radio cerca del living mientras martillaba los autos para arreglarlos durante ponele 10 horas. Tardé 14 años en recibirme de abogado, porque no podía estudiar sino en los ratos libres de una tarea mentalmente agobiante. Imaginate lo que es ponerse a estudiar Derechos Reales después de 12 horas de clase... ¡imposible! Bueno pero nada, él decía que yo no hacía una mierda.

          Hay más, más. Durante las comidas ya no me hablaban. Se fijaba si mis amigos pisaban mierda. Criticaba las novias que tenía: una era “insistente” (porque venía a verme), la otra una “pebeta de barrio” (¡se lo decía delante de mí!), si organizaba un cumpleaños delante de todos decía que no era un cumpleaños porque no estaba mi hermano (del que él me había separado), pero que los sánguches estaban ricos (y se clavaba un sánguche con violencia); delante de mis amigos decía que todos mis amigos eran unos tarados, medio en broma y medio en serio, que le daba asco usar la tabla del inodoro después de que fueran ellos (y mi vieja hacía gesto de repulsión), que lo que yo escribía y publicaba en unas revistitas de por ahí era muy complicado; y a la par, que la novia de mi hermano (una mina que una vez me discutió que la Gimnasia que enseñan en el colegio era una CIENCIA, y que se enojaba si no decían “Educación Física”, como si tuviera que decirse “Educación Física y Esgrima de La Plata"), bueno, que esa mina era hermosísima e inteligentísima, y no sabés cómo se ponía ella cuando mi viejo el rey de la Creación le decía eso. En las reuniones familiares me miraba de reojo, a ver si yo decía algo. Todo una mierda. Te juro que hay más, pero no me acuerdo no sé por qué hay un mecanismo que me impide matar a mi padre, la vida allá era insoportable, fui denigrado y humillado tantas veces. Me acuerdo cuando a un tío se le dio por decir que se me notaban las bolas con una malla que llevaba puesta y mi vieja en vez de salir en mi defensa le preguntó a mi papá qué había que hacer, y mi papá delante de todos me dijo “andá a cambiarte la malla que se te notan las bolitas, querido, andá. Aaahí está, ahí va”, y todos hicieron ese silencio espantoso... te juro que todo tan mierda. Ya sé, ya sé, hay otros que el viejo se los viola, ya sé.

          Acuciado por sus propios fantasmas ancestrales, mi padre el psicópata me dio el mandato de fracasar, y yo como un boludo lo seguí fielmente, frente a la mirada impávida de la tarada de mi vieja, que jamás supo valorar el vínculo que la unía conmigo desde que el mono es mono, y también escuchando teorías de todos lados: mis amigos decían que yo no tenía las bolas de seguir revelándome, otros decían que no sé cómo me aguantaba vivir en una casa que a las nueve de la noche, hora en que podía empezar a estudiar después de laburar, apagaban todas las luces y que cuando me tomaba un espacio para mí (no sé, mirar un poco de televisión, un partido, algo) venían a hacerme callar o a sacarme de donde estaba; las minas me decían algunas que yo todavía seguía atado a mi padre y se iban, y otras que yo estaba enamorado de mi vieja y me daba bronca que mi papá se la haya llevado, etc. Cuando contaba esto delante de mis amigos no me daban bola. Me han llegado a decir: “Mirá, no creo que éste sea el ámbito en donde tengas que contar eso. Tenés que ir a un psicólogo, Pietro. (¡Bueeno, llegaron los chorizos...!)”.

          Paralelamente a todo eso, veía todo el tiempo florecer a tipos infinitamente más pelotudos que yo. Yo para ganarme un pantalón o un derecho tenía que subir el Himalaya y después juntar las piedritas que se habían caído mientras subía; a mi lado brotaba gente feliz, tipos que vivían plenamente, que gritaban los goles de River sin que nadie les dijera que se callaran, que exteriorizaban su alegría sin que nadie les espetara en la cara que eran unos boludos, que tenían novia y los felicitaban en vez de decirles que era una pebeta de barrio, que se sacaban un ocho y estaban orgullosos de ellos, que escribían poesías boludísimas y las madres iban y las encuadernaban, que les daban a elegir entre la fiesta o el viaje a Disney, que les compraban un auto (a mí mi viejo nunca me prestó el de él, y yo choqué el que me compré a los 24 años, a los seis días de habérmelo comprado), que los llevaban de vacaciones y sonreían al verlos cómo se les iban notando las bolas, que no tocaban ningún instrumento y los querían igual, que ensamblaban un par de oraciones y ya ponderaban su inteligencia, que iban al médico cuando tenían gripe y no porque el padre les dijera que eran esquizos.

          Así que empecé a vivir fracasando, que fue el modo que me enseñaron, incluso ancestralmente. Mi bisabuelo fracasó con mi abuela, que se le fue con uno de por ahí, el cual a su vez todas las veces que pudo también se fue. Mi abuela fracasó con mi viejo, que la combatió toda la vida y ninguno de los dos se pudo querer nunca. Y yo fracasé porque así me lo dictaminaron. Pero ojo, todos los boludos que vivieron como debe ser me dicen que yo tengo la culpa, así nomás, sin tener la más puta idea de lo que significa ser criado en un ámbito donde TE ENSEÑAN desde el período de tabula rasa que no valés un carajo, y donde las imaginaciones patológicas y mentirosas más absurdas se hacen verdad porque el mono que manda está enfermo en un sentido y los que las acatan están enfermos en otro, y todo se ensambla y complementa tan perfectamente que la vida se te hace una reverenda mierda, como me la hizo el hijo de mil puta de mi viejo, la estúpida de mi madre –que entregó su cerebro, su personalidad, su trascendencia a mi padre- y los títeres digitados de mis hermanos, que a nivel hermanos no han “servido para nada”, como dice mi viejo, pero respecto de mí solamente.

          El punto máximo ocurrió hace poco, ya con varios añitos encima, cuando conseguí un trabajo asalariado de rango menor con un jefe que era un calco de mi padre. Yo estaba muy ilusionado con ese laburo, a pesar de que el cargo era una mierda, porque era en un lugar en el que siempre había soñado estar, que es el Poder Judicial. Yo no sirvo para defender cualquier causa como hacen los abogados por guita, a mí me gusta encontrar el punto medio, como hacen los jueces, porque ese equilibrio me salva, me quita de los extremos dolorosos que me hicieron vivir los que no tenían que hacerme vivir eso. Mi padre fue la persona que más daño me hizo en la vida, y todos los que lo rodearon durante ese larguísimo período –bueno, te lo voy a decir, me lo banqué hasta los 40 años- coadyuvaron construyendo una verdad que “no era” durante TODO ese tiempo. Por eso no escucho a los que me dicen que ellos “se equivocaron”. Los errores de tracto sucesivo tienen que apreciarse con criterio restrictivo. Te acepto que los egipcios se equivocaran 4.000 años con que el mundo era plano, pero no te acepto que se equivocara Einstein con eso ni diez microsegundos. Las cosas como son. Mi viejo al darme a elegir a los ocho o nueve años cuál de los dos testículos tenía él podrido, porque esa elección le resolvía la cuestión irónica de dónde salió el “polvo al pedo” que se echó con mi vieja y del que salí yo, se comportaba lisa y llanamente como un hijo de mil puta cagado en vez de parido, y merece por eso un castigo que no se me ocurre cuál es, porque es evidente que no se estaba “equivocando”, sino que estaba ejerciendo frente al débil (claro, un nene de nueve años) su tremenda hijadeputez. Estaba siendo cruel al pedo, generando daño con voluntad de querer generarlo, no se estaba “equivocando” un carajo, y todavía está impune, sí se “equivocan” los que dicen que él obraba equivocadamente y nada más, listo, luz verde para el psicópata.

          Bueno, el caso es que entré a trabajar al Poder Judicial por un deseo desesperado de encontrar la Justicia en su estado puro, pero dio la maldita casualidad de que uno de los JUECES (no un pinche, no un vago de los que está lleno, un JUEZ) era un calco de lo que era mi viejo. Igual de hijo de puta, igual de psicópata grave, igual de pergeñador de daño, igual de autoritario, igual de anécdota-epopeya, igual de mentiroso, igual de zancadillero, igual de rodeado de gente que aceptaba y se callaba, de chupaortos que hasta adquirían su propio lenguaje, igual de hijo de mil puta. Y obviamente, fui carne de toda su mierda, pero no por rebelde, sino porque mi mansedumbre producto de mi agotamiento, mi desprotección esencial y mis fracasos le sugirió mi carácter de pez chico que podía llegar a algo. No voy a contar lo que me pasó ahí adentro porque me hace mal; baste decir que el amigo que me llevó allá dejó que las humillaciones, ninguneadas, camas, chismorreos y cagadas de parido por un vagón de putas que me hizo por temor a que mi capacidad lo excediera pasaran en silencio, sin la oposición que yo esperaba desde mi cargo de mierda pero desde la lealtad a quien creía mi amigo, igual que mi vieja cuando se callaba mientras mi viejo abusaba moralmente de mí. Así que luego de unos pocos años de vejaciones a mi dignidad de adulto y abogado, y después de una neumonía provocada por la baja de mis defensas psíquicamente condicionada que me tuvo 12 días en terapia intensiva, renuncié. Durante la internación, descubrí que toda la vida había padecido una anemia llamada “del Mediterráneo”, que consiste en tener los glóbulos rojos más pequeños que el resto de la gente, y que no era ningún “vago de mierda” como me decía mi viejo cada vez que paleaba escombros y me cansaba, cada vez que hachábamos árboles en esa quinta en la que había que laburar como esclavos, cada vez que llevaba porquerías con la carretilla para hacer no sé qué; no me cansaba a los nueve diez quince dieciocho años por una cuestión moral, como quería el cerdo, sino porque tenía los glóbulos más chicos y físicamente transportaba la mitad de oxígeno que cualquiera de mi edad, en cualquier época de la vida; hoy por hoy estoy algo mejor pero sigo transportando por la sangre tan sólo el 63% del oxígeno que cualquier tipo de mi edad, porque mis glóbulos rojos tienen un tamaño igual al 63% del tamaño normal. Por eso también llegaba último en las carreras de saltos rana de la colimba, porque te cuento que también tuve la mala suerte de que me tocara la colimba en Chubut en un regimiento lleno de veteranos de guerra de Malvinas resentidísimos y a cuatro años de la guerra, período que fue uno de los peores de mi vida pero que mi viejo venía celebrando desde antes de empezar, porque según él “me iba a venir muy bien”. O sea, la facultad no me iba a venir “muy bien”, la colimba sí, mirá vos.

          Para reponerme de todo aquello, luego de renunciar quise tomarme tres meses de vacaciones, irme al campo. Me alquilé la parte de atrás de una casita de familia en un pueblo con la intención de regresar con “pilas” y poner un estudio jurídico. Mi viejo me invitó a comer una semana antes y me dio amablemente algunos consejos: que llevara un colchón inflable, que fuera a caminar por el campo, que leyera, que estuviera tranquilo. Sin embargo, días después, cinco horas antes de que saliera el micro, fui a dejarle unas plantas para que me las cuidara y me armó un escándalo delante de mi vieja, mi hermana, el marido y mis dos sobrinos mellizos, un brote sintomático. Me dijo que yo no tenía capacidad para ganarme la vida, que él tenía “virtudes” que yo no tenía, que consistían en saber arreglar una cocina, una heladera, hacer una casa, tirar una pared abajo; que a mí –igual que cuando era chico- me seguía la espada de Damocles de que me iban a comer los piojos en cualquier momento, que para qué había renunciado, que yo era un inútil. ¿Pero cómo, no me dijiste la semana pasada que era una buena idea, que estaba todo bien, que paseara por el campo hasta que me repusiera de un año en el que casi me muero de neumonía? No, yo jamás te pude haber dicho eso, y todos callados. Después fue y se lo contó a la madre de él. Nadie dijo nada a favor de nadie; todos compraron la reacción maníaca del cerdo, que a partir de ahí siguió hablando al pedo de mí, como lo venía haciendo desde hace años con mis sobrinitos, a quienes, por ejemplo, para escarnecerme, les enseña que yo estoy todavía en la edad del pavo y que soy un tarado, cuando vuelven del colegio.

          Así que ésa fue la gota que rebalsó el vaso. A los 40 años, habiendo fracasado en todo lo que emprendí, e incapaz de encontrar una caricia, dejé todo y me fui a vivir al pueblo en el que esperaba pasar sólo 3 meses. Vendí mi casa. El que me la vendió en verdad fue mi hermano, a quien le dije como conversando normalmente que iba a abandonar todo y no los iba a ver nunca más. Mi hermano celebró la decisión y me cobró dos mil dólares de comisión por el trabajo realizado. El día que se cerró la venta de la casa, estando yo tomando el último café de mi vida con él, a los veinte minutos me dijo que se tenía que ir a llevar a la hija a su clase de violín, así que te deseo buen viaje para mañana. La boluda de la esposa me preguntó si además de estar "peleado con mi papá" me iba "por alguna otra razón", Dios mío. Mi hermana, que es psicóloga y sabe la patología de mi viejo y la de mi padre, cada vez que me manda un mail me cuenta boludeces de que los hijos tienen granitos y andan en bicicleta de aquí para allá: ya ni le contesto. Mi tía, la que decía hace años que me tenían que mandar al psicólogo, cuando le cuento toda esta historia me dice “yo de eso no voy a opinar”, como cuando a los viejos estalinistas le preguntaban si estaban bien los fusilamientos de Stalin. El otro día me mandó un mail donde me decía “pero, estar solo un poco está bien, pero ya hace más de un año, no exageres”, sin hacerse cargo para nada de la raíz del problema, o sea, "sin opinar de eso". El esposo me contestó lo mismo, que no iba a opinar. Mi abuela me dijo “sí, tu papá siempre fue un tipo difícil, pero bueno”, y bueno, dije yo, tiene casi 90 años, qué le voy a hacer. O sea, nadie nada.

          Y finalmente ahora, no sé qué carajo hacer. Para colmo me había hecho amigo de una familia que me empezó a querer, pero justo en la familia había un muerto cuyo duelo todavía no habían hecho, un chico joven que se suicidó. Entonces parece que todo ese amor que me daban era como suplantar al muerto, y una de las de la familia saltó mal y ahora, sin comerla ni beberla, no me dan más bola, porque Muerto hay uno solo y yo soy la Sota de Bastos en el mejor de los casos, pero no soy el Muerto, o sea que no me tienen que andar queriendo como al Muerto, así que me mejor que no venga más, dijeron. Una de las que iban y venían de la casa le dijo a una amiga; "Ya estaba cansada de que cada vez que entraba lo veía a ése sentado por ahí".

          Me compré una casa en la loma del orto y estoy sin laburo ni perspectivas de nada. Solo, como quería mi padre, andá, andá vos que no servís para nada, andá a que te coman los piojos. Algunos amigos de Buenos Aires me visitan como si no pasara nada. Me preguntan qué marca de café instantáneo compré, si compro Dolca porque ellos solamente toman Dolca, otro no. “No, boludo, no te das cuenta de que estoy sobreviviendo con los pocos ahorros que tengo, me estoy comiendo los ladrillos de la casa de Buenos Aires que me costó 10 años de sudor y sangre, de 12 horas de clases por día, los sábados y a veces los domingos incluidos, NO COMPRO CAFÉ INSTANTÁNEO”, pero eso solo ya parece mucho, no entienden, y rodearme de gente que no entiende es también parte del derrotero de fracaso que sigo abriendo porque mi viejo me lo ordenó, en su visión altamente patológica, en su hijadeputez absurda, en su mente enferma como la mía, pero la mía está así por culpa de él y de su mujer pasiva y de todos los que se callaron, y, por qué no, también de mí, que, como decían mis amigos, jamás tuve los huevos suficientes.

          Y aquí viene cuando desentrañamos el sentido del título. Creo que me equivoqué. Estoy a cientos de kilómetros de donde tendría que haber muerto otra vez, pero morir por segunda vez peleando, destrozando a los hijos de puta y empezando por el psicópata de mi viejo. Porque te digo que yo ya estoy muerto: por más que piense que fui el producto de una maquinación psicopática grave, no puedo gozar, no puedo amar, todo me causa una tristeza tan enorme que no le encuentro el lado placentero al mundo. Como si yo fuera un guiso terminado al que le pusieron comida podrida: es irrecuperable, hay que hacer otro. Y eso es así porque el alterado hijo de mil puta de mi padre me punzó en los registros más profundos de mi psiquismo la prohibición del placer, SABIENDO LO QUE HACÍA, y todos lo siguieron, enamorados de su carisma, temerosos de sus respuestas, con el culo abiertísimo a su tremendo pene abusador, gozando el abuso. Incluso en la casa de mi infancia todo era difícil, para que costara más, para sufrir: las cosas estaban en el cajón más bajo, o en la repisa más alta, los vasos estaban atrás de todo, lo que necesitabas estaba entre un mueble y otro, o debajo de una cama enorme y en el medio, todo era difícil, la casa era enorme pero un auto ocupaba la mitad del patio y otro todo el garaje todo el tiempo, no había lugar para abrir la puerta y la casa tenía 50 metros de fondo y casi 10 de frente; hablabas en el living y se escuchaba en el comedor y en las piezas; además no había seguridad ni siquiera de cuáles eran las paredes que en definitiva iban a quedar, cuáles se iban a salvar de la maza y el cortafierros del psicópata. Teníamos (mi papá tenía, como ya te dije que le sigue gustando que le digan) una casa que no “casaba”, no “cerraba”, no te protegía. El único que decía a quién y cuánto proteger era mi viejo. Estar protegido era ser un vago de mierda.

          Estando muerto, estando jugado, ya no puedo iniciar una nueva vida, porque la que tenía la mataron y ahora soy sólo residuo. Así que, visto este panorama, tendría que haberme transformado en un salvavidas de plomo de los que tanto mal me hicieron, y como no lo hice y me fui, me equivoqué, no me tendría que haber ido, tendría que haberlos hundido como pueda, no sé, contagiándoles algo, destrozándoles toda la casa para que vean cómo quedó mi cabeza, romper cada uno de los vidrios, los juegos de copas, los platos, los cuadros, tajear todos los muebles, romper las puertas, reventar los cajones, aplastar las jaulas con los pájaros adentro, explotarles los autos, quemar la ropa, quebrar el inodoro donde no me dejaban pajearme, llenar todo con mi sangre. Hundirme yo, muerto y hecho mierda por ellos, pero agarrado a ellos para que se hundan también, y reírme con los últimos restos de oxígeno mientras la porquería enferma que me anuló se muere conmigo y por mi culpa. Pero mis amigos tenían razón, no tengo huevos, apenas escribo. Me equivoqué, me fui al campo, mientras ellos se iban a recorrer el mundo, lo más dichosos, con la guita que en los últimos años juntó mi viejo luego de convertirse en prestamista: hace unos meses, mi vieja me envió una carta (porque le dejé mi dirección cuando creía que sólo me iba por tres meses); la carta estaba escrita sobre un papel de mala muerte arrancado de un anotador, ni siquiera había emparejado la parte en la que se notaba que estaba arrancado: el papel tendría unos diez centímetros de ancho por doce de alto. Me decía con faltas de ortografía: "Me voy a hacer un viaje por China, Kuala-Lampud [sic] y no sé qué otro lado", ni siquiera sabía adónde iba. "Sabés que estamos para lo que necesites", decía, boba de mierda, mentirosa; tenía miedo de que se cayera el avión y era como que se despedía con esa piltrafa de anotador de teléfono. La carta le salió un peso, ni siquiera pidió aviso de retorno, nada, la tiró a la buena del correo a ver si la recibía, pero ella se quedaba tranquila que antes de la muerte le había hablado al hijo, animándose a hacer algo a espaldas del psicópata, pero animándose con ese estropajo todo borroneado y más pequeño que una cédula de identidad, cagona de mierda, mala persona.

          Tendría que haberme quedado para envenenarlos moralmente durante cada segundo de los 20 años sanos que me quedan. Ahora vendrán épocas de hambre, de soledad y de miseria, y te aseguro que no me estoy haciendo el pobrecito. Hasta que tenga un mango voy a pagar Internet y seguiré publicando estos papeles fecales, pero cuando todo se me acabe será el triunfo de la porquería, la injusticia de mi muerte. Y ya sé que para la gran mayoría de la porquería me habré muerto “porque yo quise”, como si pudiera elegir. Pero créanme, no sé si es por la anemia, no sé si es porque no aguanto más psíquicamente, desde el fondo de mi corazón te digo que ya no puedo más pelear, como cuando siento que me viene el cansancio porque mis glóbulos son el 63% de lo que deberían ser. Por lo menos me vine a un lugar en el que no me pegan, o me pegan boludamente como esta tarada que porque se pensó que yo le iba a sacar el afecto de los parientes del muerto organizó un chismorreo de provincia para que no me hablaran más. Esos golpes son picaduras de mosquito, son pelotudeces de ignorante porque es cierto, te aseguro que en la provincia son muy retrasados, hacen bien todos en irse para Buenos Aires. Pueblo chico infierno grande, pero es porque acá o sos policía o sos bombero o sos concejal o sos mozo o sos almacenero, y habrá uno o dos estancieros; el resto es lo mismo que El Casamiento del Laucha de Payró, pero en vez de caballo, Fiat Uno o algún Volkswagen viejo. No sabés el asco que me da que acá las minas se mueren por los tipos con uniforme, sean “milicos” o sean choferes del Rápido Argentino, se embarazan antes de los veinte seguro y después de los 13 bastante probablemente, los padres son más que nada policías, es un asco. En ese ámbito estoy, para siempre, ahora que no me puedo volver porque no tengo guita. Y me equivoqué, tendría que haber muerto matando a los que me mataron, como hacen los hombres de verdad, como hacen esos que escupen antes de que el tirano los fusile.

          Ya sé, ya sé, hay cosas peores, ya sé. Y además cualquiera que leyó el libro de Sibila Lacan sabe de qué se trata, no es nada nuevo. Pero yo ésta no me la banqué, y te aseguro que vos tampoco te la hubieses bancado si te hubiera tocado, cuatro décadas seguidas, vos, que si no tenés café Dolca instantáneo (y no otro) no vivís. Si te hubieses quedado solo, porque nadie es mentalmente capaz de entender tu tragedia. Quiero ver qué te pasaría si no pudieras sentir placer porque tus propios padres te enseñaron que no tenés derecho, si nadie te quiere, si ninguna caricia te es suficiente porque te falta la caricia esencial o porque no podés confiar en que el que te quiere se quede, a ver cómo estarías llorando al oído de los que les interesa un pito escucharte pidiendo justicia, y no cualquier justicia, sino justicia retributiva, el Talión, el ojo por ojo, que se mueran sufriendo los que te dañaron en forma irreversible y hasta que te mueras vos. Estarías buscando un cómplice que no vas a encontrar, a ver cómo te sentirías con eso, vos que decís que lo mío son pavadas porque no me violaron, vos que te llega una boleta con diez pesos de más y saltás a llamar a los noticieros, vos que querés electrificar la cerca para que no se acerquen los negros si tuvieras que vivir con los negros.

          Así que me equivoqué, tendría que haber muerto con la causa, aunque me caiga antes de anemia o de otra cosa, por ejemplo de nuevas humillaciones. Pero bueno: así como era un niño ingenuo y me pisotearon, así como fui un joven brillante y me abusaron, así como fui un adulto triste y se nefregaron, así también seré un viejo hecho mierda y al final me voy a morir también, pero sin obra social, sin un carajo, hasta que venga el olvido y se vaya todo a la putísima madre que los parió, que es de donde lamentablemente viene toda la porquería que a lo largo de los años sólo me provocó daño y rencor.

          Por eso, por ese error inaceptable, por esa cobardía mayúscula producto de mi debilidad, no pasa un solo puto día sin que me mortifique por cada episodio en el que perdí la vida a manos del psicópata y de la complacencia de los demás; no amanece un conchudo lunes martes jueves domingo sin que me despierte proyectándome la película de mis abusos cuya única solución es la venganza material; y es por esa persistencia en la sequedad y el dolor que, si a alguien se le ocurre por ejemplo quererme como a un tipo normal, la mayoría de las veces, como un torturado que acepta el agua mugrienta del verdugo a cambio de doce mil golpes como si fuera un esplendor, me miento que ese amor puede ser la puerta para el cambio dichoso de mi vida terminada y el olvido de lo sufrido, y me da tanta, tanta alegría, que me estalla el corazón y empiezo a brindarme con intensidad inusual, como si fuera un bebé feliz, aunque para el otro todas las veces sea demasiado y se termine yendo para siempre.