jueves

Vomitando toda la santa fiesta (I)

          A esta altura nada de lo que uno pueda escuchar tiene la suficiente fuerza como para conmover a nadie, no sólo porque la cosa virtual nos desteta de todo, sino, además, porque la dejadez y la ignorancia están tan difundidas que lo más probable es que, así como no hay curiosidad por ninguna cosa que no sea comprable, tampoco la habrá siquiera por las truculencias más sangrientas, que mueren en el pantano de la novedad igual que un programa de televisión destrozado por el zapping.

          Así que esta anécdota posiblemente no les importe nada, nada, y mucho menos si mientras la están leyendo su pareja les pide que vayan a buscar una leche a algún lado o alguno de sus hijos está diciendo alguna pavada, circunstancias todas que les harán dejar estos párrafos para ir a seguir siendo por ahí.

          Pero bueno. Esta vez –sin duda igual a muchas otras- se trata de una mujercita de éstas de sueldo aceptable que tenía un novio encabalgado en una jerarquía que le importaba solamente a ella, a él y a los doscientos que los rodeaban. Fuera de esa ficción, eran dos boludos más. Si hubieran bajado dos extraterrestres a seleccionar los mejores de la especie, a ellos no los habrían elegido; pero en la novela de sus relaciones pacatas o con rotunda vocación de borderline los tipos eran lo más, y eso demuestra que a ninguno de esos adláteres descartables tampoco se los habrían llevado como botón de muestra ni como nada, aunque en su cultura superior supieran que en pocos años, con la hecatombe nuclear, se perderían para siempre. O sea, igual que un arroz más o menos en un plato de arroz.

          Hartos de copular y de que nadie les regale nada, y a la vista de que todos tenían más de treinta años y que había otros como ellos que se habían casado e iban a las reuniones de sábado a la noche en la casa de alguien con sus bebés y se iban temprano; y además porque ya les daba picazón en el criterio andar por la calle sin que se les reconociera alguna otra ficción que los encumbrara más no sé en qué imaginario pedestal símil oro, fueron y les dijeron a todos que dentro de quinientos mil años se iban a casar y que estaban todos invitados, que se fueran preparando, eh. Las minitas se abrazaban, se felicitaban, ella sonreía, Madre de Dios, se realizaba, empezaba a tener la vida hecha según su mediocre cosmovisión.

          Para resumir el asunto, yo presencié de cuerpo y alma cómo la narda defenestrada estuvo por lo menos diez meses organizando el ágape, y según lo que me contaron, venía desde hacía seis eligiendo pelotudeces por internet, hablando con no sé quién de que no sé qué carajo sí o sí tenía que estar en la fiesta, yéndose antes porque tampoco sé adónde tenía que ir a probarse el vestido o qué sé yo qué, distribuyendo como un mercader corrupto a ver quién pagaba las suntuosidades todas prescindibles que se habían propuesto que hubiera, además del viaje a la loma del orto que planeaban hacer, a costillas de algún boludo alegre.

          Yo pensaba: “qué me importa que esta salame haya decidido encamarse con un solo tipo desde acá hasta que se muera”; “¿qué me interesa?” “A ver, cuando yo me levanto una mina, ¿quién viene a darme el diezmo?, ¿por qué tengo romperle las pelotas a medio mundo para que me compren huevadas que después voy a cambiar, como hacen todos estos desagradecidos de mierda?” Durante los diez meses que fui testigo de esa montada de parafernalia al pedo la veía como una paranoica desesperarse por razones que ella creía de una superioridad increíble, pero que eran a la vista de cualquier observador imparcial el pico más alto de lo superfluo, del falso lujo, de la demostración inútil y alevosa de cuánto pueden cagar varios culos conectados en serie. A modo de ejemplo, el asunto del “disc-jockey” –porque un suertudo le cobró una millonada por poner la música de la romería-; resulta que el Pont Lezica cheto imbécil con tarjeta y horario de atención le había sugerido una serie de temas que según ella estaban “áut” y entonces se tomó el esfuerzo como una obsesiva compulsiva terminal de escoger una por una las canciones, una por una, y lo llamaba al novio y le decía: “te parece ésta...”; y no contenta con haber terminado la patológica tarea empezó después a determinar el orden, y a llamar al nabo encumbrado y preguntarle: “Amor, ¿qué te parece: primero ‘Bailando en el estiércol” y después ‘Bolud Boy’ o ponemos primero ‘Bolud Boy’, le intercalamos ‘Soy Tuya’ y después ‘Bailando en el estiércol’? ¡Ay, no sé!” Y el ganso le contestaba: “No sé, arreglalo vos, te llamo”.

          Las conversaciones con las negadas que la rodeaban iban desde el nada hasta el totalmente, y desde el es lo más hasta el no podés. En un momento la esquizo trajo para mostrar ¡el corpiño y la bombacha que iba a usar la noche de bodas! ¡Dios mío, también la vas a perdonar, Cristo tiene que estar equivocado! ¡Y lo desenvolvió ahí delante de todos, y yo como un boludo mirando como un pelotudo! Me fui, dije “voy al baño” y encima se me cagaron de risa. Yo me decía “mierda, cómo los caminos de la vida me trajeron hasta acá, cerca de tantos subdotados para quienes era absolutamente razonable y encuadrado en la lógica más estricta organizar durante un año y medio la fiesta de casamiento, que al final fue comida, video, torta y ¡siete horas de oscuridad y baile desenfrenado de patitos con corbata y polleras de sastre penetradas!” Está claro que no me decía todo eso, porque lo de las siete horas de himeneo y danza celebratoria del coito las sufrí luego, durante el descalabro transpirado, atacado de hipo porque todo aquello me superó como un helado de cincuenta kilos.

          En el laburo los jefes sabían que la titiritesca desposada andaba en las Nubes de Núbilis, pero no le decían nada e incluso la dejaban irse a cualquier hora para que siguiera gestionando en los locales más caros del país el cotilloneo de su bailable, porque ellos, infectados de abundancia, también copulaban día a día como primates y tenían un hijo tras otro, por lo que mal podían dejar de sentirse en cierto modo identificados, aunque sus casamientos sin duda resultarían, en su enferma percepción, más importantes que el de la empleada.

          Invitó a toda la porquería, se gastó la guita que tenía y la que tenían sus parientes, se vistió igual que las pelotudas de la revista Gente, el pibe tenía un jacket ridiculísimo negro, gris y blanco y parecía un magnate del año 1890 que bien cuadraría en el Tren de la Alegría repartiendo boletos con descuento; pero igual todas las imbéciles o se le enamoraron o empezaron a querer levantarse a alguien, porque no solamente con ese despelote de whisky caro, canapés, mozos de gremio y máquina de humo demostraba que andaba sexualmente activo –ya que se casaba- sino que, además, había invitado a su vez a toda la plana mayor de no sé dónde carajo trabajaba, tipos de guita que miraban pendejas 25 años más chicas que les daban bola, porque es cierto eso de que billetera mata a galán, es cierto porque es así, porque son todos una mierda, los erectos pudientes que muestran su poderío como un ñu embarrado y las putas que se dejan y luchan en el barro nada más que para que les aseguren el porvenir y la supervivencia de la especie, para las que vienen mental e irreversiblemente preparadas, aunque sean sanas.

          Además de todo eso nos condenó –o por lo menos yo me sentí condenado- con un video enfermísimo que contaba tantas pero tantas forradas que no sé cómo se animó a exhibir eso delante de como doscientas personas; pero después pensé que eran doscientos como ella, así que entonces me di cuenta de cómo se animó.

          La exaltada venía bajando de diez a doce kilos con una dieta doblemente caníbal –porque no sólo ella se tuvo que comer a sí misma dada la escasísima lechuga que se permitía: también el novio se la comía mientras tanto, cuando volvía todos los días de su sillón pseudo presidencial, porque vivían juntos desde hace años, no fuera a creerse que se casaba virgen: en Argentina se sienten mal si se casan vírgenes, y las mujeres también ven mal que el novio no se haya desvirgado con alguna otra antes, que sin embargo no quieren que les nombren, es todo una gran mierda-.

          Y por si fuera poco, lloró Niágara en la Iglesia y ni siquiera pudo decir de corrido la estupidez de “como prueba de mi amor y de yo qué sé”. Para rematar, no comió nada, nada, nada, se la pasó fotografiándose al pedo, esmirriada como estaba, hecha mierda, pero eso sí: a cada rato iba al baño a vomitar. Por ejemplo el video no lo vio porque estaba vomitando, después de un año y medio de preparar esa farsa de como ocho horas. Venía y decía a punto de vomitar: “chicos, qué tal” “¡Y yo qué sé!” pensaba yo, pero las imbéciles de la mesa decían “divino”, como si fuera algo sagrado de verdad, un hombre había aceptado a la copulada y eso era tan simbólico, fálico, vaginal, inmundo, que yo que algo leí en la vida y me creo que cazo un fulbo de cualquier cosa también pensé que Freud algo lo relacionaría con la mierda, porque para mí era realmente una mierda, y eso que yo le había dicho: “mirá, nos conocemos poco, todo bien, que vayan tus amigos”, pero la mogólica quería que toda la porquería fuera al salón alquilado hacía un año y medio y armara kilombo, se mostrara contenta porque se unía para siempre o hasta que se separara por despelotes de guita y mal culeo al macho de la especie, no sé para qué quería que todos saltaran con cara de alegría, para quedar bien en la foto.

          Dios mío, te juro que yo nunca me voy a casar. Ya tengo igualmente unos cuantos añitos, y eso, unido a la particular filosofía que se me da practicar, me hace especialmente rechazable por las mujeres, a pesar de que tengo ojos claros. Además, me cuesta tener novia, porque pienso que la cópula es el acto más ruin de toda la humanidad, incluso más ruin que el nazismo, ya que nos une babosamente con todos los mamíferos que hay, con los penes asquerosos de los caballos, con los de los elefantes, con las vulvas de las búfalas, de las monas, qué asco ver dos monos copulando, qué asco. ¿Por qué no haber sido como los lirios del campo, que no hacen nada y sin embargo Dios los alimenta?