Uno de los insultos más comunes que me dirigía mi progenitor biológico -titiritero del grupo enfermo y títere de su psicopatía- era la enunciación de una paradoja que, sin embargo, cumplía con toda eficacia su intención de estigmatizar. Frente a cualquier intercambio de ideas en el que yo sostuviera una posición contraria a sus afirmaciones o negaciones -posición que aun provendría de mi percepción infantil-, papá sentenciaba:
Mirá, tu madre es una santa, pero vos sos un hijo de puta.
Verdad evidente que no hallaba punto de discusión ni controversia, y de la cual no se podía salir, como ciertamente y durante décadas no pude.
Mamá, claro, no decía nada.