jueves

Psicología y psicólogos

          Si hay algo que decididamente no es una ciencia, es la psicología. Ni siquiera puede definir su propio objeto de estudio. Vos le preguntás a un psicólogo qué cosa es la psiquis y el tipo, como corrigiéndote, te dice “mirá, no se puede definir la psique”. A partir de ahí todo es mentira.

          Ya empezando por el método, todo lo demás falla. El psicólogo lo único que hace es falsear todo lo que le decís, o bien más o menos guiarte como para que te des cuenta de que todos tus principios son relativos, a veces con propuestas absolutamente dislocadas. Yo una vez le dije a la psicóloga: “Mirá, ¿sabés qué me pasa? Que pienso que ninguna mina me da pelota, y eso viene desde la adolescencia, más o menos” y ella me contestó: “¿Así que desde la adolescencia? O sea que el colegio secundario” “Y, sí”, le dije. Y entonces mandó: “¿Y qué sabés si cuando vos estabas en 5° año no había una, dos o qué sé yo cuántas chicas de 1° o 2° o mismo de tu curso que estaban recontra enamoradas de vos y no te lo decían?” ¡La puta madre! ¿Cómo me podía decir esa taradez? Es OBVIO que las posibilidades son infinitas. También podía ser que alguna de primero tuviera guardado un Tramontina serrucho y que me quisiera matar así, sin ninguna causa, o que alguien tuviera listo un millón de dólares para ver cuándo se daba la oportunidad de regalármelos, o alguna otra taradez de ese tipo. Ahí comprendí que, por encima de toda la pretendida ciencia, por encima de todos los libros de psicología –que son un kilombo, te lo aseguro- si le hubiera dicho que mi problema era que todas me daban bola me habría contestado “¿y cuál es el problema? Andá una por una”; y que si no me hacía muchas cuestiones para levantarme una mina pero era amigo de mis amigos me habría dicho: “¿pero cómo puede ser que le des más importancia a un hombre que a una mujer? ¿Sentís placer con tus amigos? ¿Te pica? ¿Querés que lo trabajemos?”. En definitiva, si vos le decís al psicoanalista que sos un boludo, el tipo te va a contestar: “¿Y no probó con no ser tan boludo?”, y como todos tus amigos te dijeron que eso los hace sentir bien -porque si no leen alguna mierda por ahí se aferran a la lógica de la oficina que les dicta ir al psicólogo-, ahí vas vos haciendo fuerza para sentirte bien y todo bien.

          Los psicoanalistas no dan ninguna respuesta. Son todas preguntas, pero no las que hacía Sócrates a sus discípulos, aquellas que extraían el conocimiento del tabula rasa para convertirlo en un hombre cabal. En este ida y vuelta demencial de vivencias solamente narradas, el que pone las definiciones sos vos y el que te charla otra cosa es el supuesto profesional. Claro, la inteligencia de todo esto debe estar en que el tipo es tan audaz que “te mueve la estantería”, como dice la totalidad de la boludez alegre que ama a su verdugo oral. Pero te digo que eso es nada más que por la posición que vos le asignás: si viene cualquiera de la calle y te dice “che, ¿no probaste con no ser tan pelotudo?” lo vas a querer cagar a trompadas, porque no lo habilitaste para que te forree como el psicólogo, y no me digas que no. Ya sé, me vas a decir que tampoco te vas a poner en pelotas delante de cualquiera solamente porque te lo diga, pero delante del médico sí; y yo te voy a contestar que entre la mirada sabia del médico y la charla falsacionista del psicólogo hay una distancia de acá a la quinta luna de Júpiter.

          Porque son palabras, nada más que palabras. Me vas a decir que soy reiterativo con Hitler, pero el tipo lo único que hizo fue hablar, igual que el psicólogo. ¿Qué, me vas a decir que todo el pueblo alemán estaba enfermo? ¿Que les pegó el discurso inmundo del nazismo porque eran treinta millones de descerebrados, treinta millones de asesinos? ¿Treinta millones de tipos afectados de la mente, de psicópatas? El enfermo era Hitler, que en su puta vida fue a un psicólogo y que encima decía que lo de Freud era “ciencia judía”, nada más que porque el chabón era judío, sin haber leído un puto renglón de las fantasías que escribía. Freud se salvó del campo de concentración porque se murió justo el mismo año en que empezaron a matar judíos: si no, era carne de holocausto como todos los demás. A la porquería alemana la convencieron a los gritos; es decir: la llenaron de palabras, la enamoraron, igual que hace un psicólogo, y le metieron en la cabeza que ellos eran una raza superior, lo mismo que hace el psicólogo que te dice que en el mundo venís primero vos y después todos los demás. Lo mismo.

          Además, esa reincidencia con lo sexual... ¿Qué es eso de que te querés acostar con tu vieja? ¿Estamos todos locos? O sea, YO no me quiero acostar con mi vieja. Resulta que me gustan las minas porque me gusta mi vieja. Resulta que no me dan bola las minas porque no me da bola mi vieja. Resulta que me dan demasiada bola las minas porque me daba demasiada bola mi vieja, o capaz que porque me daba poquísima bola, entonces, según esta visión anormalmente científica, yo ando buscando por todos lados a ver adónde hay alguna madre con quién acostarme. Resulta que mi padre se violaba a mi madre. Resulta que yo estaba celoso de mi padre, mirá vos, con el asco que me dan los dos. Madre mía. Acá lo que resulta es que todos ven como lo más normal del universo pagarle una millonada al tipo que te habla cuando se le canta el orto, te llena la cabeza de interrogantes imposibles de desentrañar, tira la pelota para adelante si puede veinticinco años o más, te hace ver que todo, absolutamente todo lo que le contás viene de tus debilidades o de tu forrez que tenés que cambiar con el transcurso de los siglos y vos, encima, por alguna vuelta de la vida cotidiana y por lo que dicen tus amigos te hacés la imagen de que el tipo es un genio, te enamorás, lo seguís a muerte, lo idolatrás, querés hacerle regalos, querés cogértelo, ¿pero somos todos boludos?

          Lo que sí he visto es que aquellos que se jactan de haberse psicoanalizado en realidad no hicieron otra cosa que aprender a cagarse en todo. Eso para ellos es “sentirse mejor”: que ya nada les importe más que sus propios intereses, que van inventando a medida que van pasando los días según lo que el orto les va cantando. Porque fíjense: el más hijo de puta, el que ya de antemano nació con que todo le nefrega, el que sodomiza a los demás garcándolos de todas las maneras que se le ocurre, ése en su puta vida fue al psicólogo. El tipo no anda por ahí diciendo “estoy mal porque no puede ser, cada vez que veo a alguien, no sé, me agarran ganas de hacerle la vida imposible o de cagarlo de alguna manera”. El que no es vulnerable a nada –o sea, el que no es persona- no va al psicólogo, y es así.

          Es decir, el psicoanálisis fomenta largamente el individualismo, la satisfacción del interés personal sin que te quepa ningún sayo, el vuelo de los calzones desprendido de toda consideración lírica –igual que los monos, las hormigas o las ballenas de Puerto Madryn-, la supuesta valoración de tu tiempo personal en desmedro de lo que te cabe como ser social, la reducción de todas las experiencias del mundo a la única que supuestamente importa que es la tuya, como si Einstein fuera un boludo que “le gustaba” ser el mejor físico de toda la historia o al Mahatma Gandhi le hubiera surgido ese espíritu patriótico de sacrificio que salvó a India de ser una mierda eterna de su propio tiempo al pedo, pero a vos te tiene que interesar más lo que tu cerebro egoísta te impone, como por ejemplo olvidarte para siempre de la solidaridad –salvo que a vos te haga sentir bien ser solidario, lo cual ya no tiene nada que ver con la solidaridad y además, según ellos, es un problema- o clavarte un postre Balcarce entero a escondidas o en público y después psicopatear a tu mujer para que te pague la consulta del médico porque te hiciste mierda el estómago y romperle las pelotas para que ella llame a tu jefe y le diga que hoy tenés que faltar, y de paso ir cagándote en que eso a ella la enamora mucho más y que le genera el obvio problema de que no le vas a dar tanta bola, porque la cosa es que te satisfagan y nada más.

          En fin, cada cual elige el caballo de la calesita que más le gusta, y eso si justo tenés la suerte de que ese caballo esté desocupado, porque si hay alguien arriba vas a tener que empezar a comportarte como en la Guerra del Fuego, con psicólogo o sin psicólogo. Yo, como me presento ingenuamente frente a todos los fenómenos de la vida, alguna vez también incursioné en el diván creyendo que iba a ser una experiencia edificante. Le conté tantos secretos a la mina –porque era una psicóloga que, para mi mal, estaba buenísima-, tantos secretos, tantas cosas íntimas, que hoy por hoy me daría vergüenza cruzármela. Aunque no creo siquiera que me salude, porque, como también les impone el decálogo cruel que ellos desenvuelven sin ningún reparo, cuando le dije que no tenía más plata para pagarle me propuso pagarle menos, y como yo andaba sin trabajo le dije que no podía pagarle nada, entonces, y después de un año de te cuento y me escuchás, me echó la culpa de todo lo que me pasaba, incluso de no tener un peso (porque, claro era YO el que no tenía un mango), me cargó con la responsabilidad de a ver si ahora te las arreglás para ser feliz y para conseguir laburo y me despidió medio seria, y no me contestó ninguno de los mails que le mandé. Igual que cualquier mina de la calle, igual que la porquería que solamente está con vos si le generás algún rédito –llámese placer, lo que sea-. Y si eso es ciencia, entonces de verdad estamos todos locos.