viernes

Sin embargo, el latín los dignifica

          Pocas veces vi tanta desvirtud como cuando fui empleado público. Funcionarios, empleados y magistrados construían y compartían en antros regenteados por el Erario Público modos de vida aberrantes que elevaban entrecerrando los ojos al rango de filosofía, en tanto degustaban en carácter de asignados por la Providencia los placeres y posibilidades más refinados y aun inmundos de la lógica burguesa. Platos gourmet a la hora del almuerzo obrero para otros, vacaciones caribeñas, sexo a polla en alza y ojo avizor del culo, jardines de infantes/palacios, licencias por resfríos, camionetas 4x4 para recorrer sólo el uptown bailoteaban al borde de lo temible en aquel salón del horror presidencial, y una notoria predisposición de ninguneo del presente doliente de los demás era entremés corriente entre aquellos dueños de la casta vaga que la distribución del ingreso nacional había perpetrado. Una mujer de las que allí trabajaba me espetó el desiderata de su concepción de vida un día, sin el menor empacho: "Ok, te acepto que soy permeable a la perversión, pero eso no te habilita a juzgarme".

          Entre las actitudes menos dignas de las que fui testigo, figuran sin duda las actuaciones impúdicas de los empleados de menor rango, quienes, al ritmo del ejercicio de la obsecuencia más vergonzosa, ganaban sus bizcochos inmerecidos echando mano sólo de lisonjas, lamidas de ojete y adulaciones escasamente justificadas en el horror al vacío de regresar a sus vidas ajenas a la teta de la Administración o procurarse culpablemente la indiferencia de sus jefes, posibilidad ésta que los llenaba de horror, porque les daba escozor en el criterio la sola posibilidad de que aquéllos a quienes dirigían su falsa idolatría no los consideraran especialmente.

          Sus actitudes ruines llegaban, incluso, a la delación.

          Preocupado por la legitimación que los demás le asignaban a las conductas infames de los chupaortos (llevar infusiones al despacho de los jerarcas, reírse de sus bromas, manifestar a los gritos el más pleno acuerdo con las arbitrariedades o las mancillas al respeto que sin filtro desgranaban los de más alto rango en perjuicio aun de los propios compañeros de tareas); consternado digo por la vigencia de tales actitudes antihumanas y ajenas a la solidaridad más elemental, me aficioné a la investigación de la conducta cotidiana de los que menos pueden; y así descubrí un latinismo que resume la sabiduría esencial del espíritu romano, que todo lo advirtió y glosó. Dice la frase:

si bene te tua laus taxat sua laute tenebis,

          que quiere decir "quien se humilla, será ensalzado", locución que es también un palíndromo y anuncia por ello un ciclo irreversible; y entonces entendí que esta parte horrible de la Historia de la Humanidad es también constitutiva de cierto grito genético ancestral que, aunque nauseabundo y generador masivo de adhesiones, es al mismo tiempo una inmundicia que también conforma la esencia aun de la porquería evolucionada; y por todo ello me dieron ganas de morirme por mis propios medios.