domingo

Amago de regreso

          Hace unos tres años que no escribo regularmente en el blog, ni en ningún lado; y por esa razón -y por muchas otras- voy a decir muchas malas palabras. El impasse no guarda relación con que me haya olvidado de toda la mierda: es que la alegría, aunque mínima, embota, sin contar que el rencor detiene. He vivido algunos episodios que la porquería meritaría buenos, y muchos otros que la horda evitaría comentar en reuniones que no fueran lo que bautizaron "íntimas" o, aun en este caso, si concurrieran más de dos o tres personas, en atención a su falta de compromiso perpetua, cobarde, vaga y enmarcada siempre en esa parcela de legitimación que la hace -a la porquería- vulnerable al porvenir, pero triunfante en el falo, en el dinero medio y en la inmundicia del ser que ha renunciado -a veces estridentemente- a la trascendencia a cambio del placer que le dicta su pobreza. Esto tampoco quiere decir que yo sea rico.

          Me he propuesto desgranar durante toda la vida las miserias de los hijos de puta, de los imbéciles voluntarios; de aquéllos que, dominados por la tracción de su mediocridad, no sienten mella en el espíritu cuando persiguen con torpeza objetiva su interés personal, que todas las veces se centra en el logro de mierda valorada con artificio y en la defensa de su patrimonio y de su culo gravoso, de su aparente bienestar y de su orden producto de la vergüenza que han hecho de su libertad, y que no sienten, porque sus pares tampoco. No pasa un puto minuto, y no ha pasado en este tiempo de mediano silencio, sin que no me aborden los recuerdos de toda esa basura.

          En estos años he ganado y perdido algunas cosas. Hijos de puta latentes y luego declarados, mentirosos, culosueltos, soretes de un peso y medio, pelotudos con o sin ínfulas, portadores de criterio sólo lastimosos para mí, porquería que interpretaba forzadamente que de alguna manera en este blog se hacía referencia a su perineo, despechadas y su grupo de influencia que generaron estrategias de venganza aleccionadora y que en verdad reconocía origen esencial en mi incapacidad de amar la mediocridad, la locura o la putedad; estafadores condenados que soñaron ser elefantes en el bazar de mis cristales, mierda que encontraba trascendencia en el culeo, porquería grotesca que creía trascender a través de la normalidad apabullante de su cría espantosa, boludos convencidos de su genialidad, astutos de cotillón, fauna pélvica: resaca dolosa que, queriéndose olvidar de sus límites, delineaba y ejecutaba con soberbia libre de castigo un mapa del mundo que ni de casualidad advertirían espurio y en el que sus deseos, desprecios, perversiones, herencias sin mejorar y vicios consentidos alimentaban lo mejor que creían tener: su personalidad, su ilusión de ser especial a partir de la cual se dispararon a ofender la virtud y la vida.

          He ganado experiencia y he perdido temor.

          Lejos de mal armar un balance que no le importa a nadie, lo que estoy estructurando es la reseña penosa de quien se da cuenta de que recién salimos de España, y de que, probablemente, el barco vaya para otro lado. El psicópata de mi padre continúa ejecutando -como perverso que es- una red entre los que eligieron imbecilizarse, jugando a que no existo. La complementaria repite el discurso. Hasta tienen suerte de que vengan otros y voluntariamente quieran hablarles de mí, llevando quejas alcahuetas e inclusive pidiendo disculpas: todas las veces, salen convencidos de que soy una mierda, de que estoy enfermo o algo similar, porque mi madre tampoco ahora me defiende, igual que cuando era niño. Ahora soy adulto y advierto su desviación.

          He recordado tanta mierda... Y he recordado a la mierda que dice que, recordando, me victimizo. A esa metamierda, a esa metaporquería, tampoco la castiga nadie. Coge tranquila, que es lo que le gusta hacer.

          En definitiva, sin pretensión de la mínima literatura (párrafo aparte, no puedo tampoco leer, porque mi enfermedad me hace ver entonces que estoy inmóvil), mi único remordimiento de conciencia viene dado por la lucidez inevitable de que la mayor parte del daño no ha venido de esa enfermedad, ni de la acción inesperada de animales salvajes, ni de fallas mecánicas en un aparato de transporte, ni de los efectos de la Física, los jugos o los vapores sobre mi historia o mi cuerpo. El peso, el infierno, me ha sido deparado por los demás, por la porquería, por aquéllos cuyo número es tan enorme que su fuerza, sumada, destruye lo visible, lo invisible y lo por venir. Todo lo corrompe, todo lo consume, todo lo contamina, todo lo desgarra y perversa; y a todas estas acciones claramente voluntarias y decadentes este descarte de Dios es inmune. Excepto, quizás, a la posteridad que, al decir de Larra, siempre revoca sus fallos interesados.

          Pero en la posteridad yo tampoco voy a estar.