domingo

Un sueño

          La familia festejaba el fin del año en un restaurante al que se accedía desde la ochava, en una larga mesa. Mi padre ocupaba la cabecera.
          Desde la vereda de enfrente, veo que los asistentes se juntan y arremolinan con el fin de posar para una foto. Estoy con mi hermano, que es un niño, y me dan deseos de salir en esa fotografía, y a mi hermano también. Pero no podemos cruzar la avenida. Mi hermano se lanza, ansioso, y un colectivo casi lo atropella.
          Cuando llegamos a la esquina del festejo, ya mi padre ha dado la orden de que saquen la foto. Mi hermano se suma a la mesa y se diluye en la algarabía del orden creado; a mí, en cambio, me toma un enojo intenso, una rabia animal fundada en que no me esperaron para salir en la fotografía. Entonces arrojo las llaves que tenía en la mano y grito "No voy a quedarme en un lugar en el que no me quieren, se van todos a la mierda". Pero nadie escucha con atención, a nadie le interesa mi discurso.
          Salgo a la vereda y busco la parada del colectivo que me llevará de regreso a la casa en la que vivo solo. De pronto, me digo "esto no puede quedar así", y entonces retomo el camino corriendo y enfrento a mi padre. Le grito "¡psicópata de mierda, hijo de puta, la putísima madre que te re mil parió, sorete, hijo de mil puta!"
          Pero a mi padre no le importa, y el resto de los comensales, ensimismado en la legitimidad de sus conductas concedida por el psicópata, no advierte lo que estoy haciendo -sólo los que se sientan cerca de él prestan una atención que más tiene que ver con una deferencia respetuosa de atender su entorno-. El psicópata entonces me mira, y en esa mirada entiendo que estoy condenado a que nadie comprenda mi dolor, porque así lo ha querido.
          Salgo nuevamente a la calle. Siento entonces la insuficiencia de mi actitud y regreso otra vez. "Lo voy a seguir insultando, pero lo único que se me ocurre decir es 'hijo de puta' o 'hijo de mil puta', y eso, si bien es desesperado y es verdad, no le provoca ningún daño".
          Vuelvo a encararlo y a gritarle, esta vez en el oído: "psicópata de mierda, hijo de mil puta, hijo de puta, hijo de puta, hijo de puta, hijo de mil puta, hijo de puta". Le aplico los labios sobre la oreja mientras lo reconvengo, y él se reclina medio forzadamente y también en tren de ridiculizar mi invectiva, evidenciando la molestia sobre la cabecera de la mesa, de costado. Una mujer que está sentada a su lado se asombra negativamente por mi irrupción y por la postura que le he hecho adoptar a mi padre, que considera inadecuada en estas circunstancias.
          Dejo nuevamente el restaurante y pienso que nada de lo que he hecho ha sido suficiente; pero ahora la insuficiencia se extiende a mi condición de estar solo con la verdad, ya que repito la certidumbre de que, si bien soy portador de la verdad objetiva, "ellos" adquirieron voluntariamente la verdad impuesta por el carisma de mi padre, y en esa verdad soy un insano y tengo la culpa, y todo ello entrelaza y edifica una injusticia todavía no reparada.
          Así que regreso al lugar, que ahora se halla entrecerrado por una puerta plegadiza que mi padre ha hecho correr para que me deje de molestar. Abro no obstante la puerta y paso. Mi padre me mira con gesto de desaprobación, y mi madre, a su lado, se ríe. Los demás festejan. Lo insulto, pero ahora sólo puedo decir "hijo de puta", y esa única expresión genera un ritmo que le hace perder sentido a lo que quiero transmitir:
"hijo de puta,
hijo de puta,
hijo de puta,
hijo de puta,
hijo de puta,
hijo de puta,
hijo de puta,
hijo de puta,
hijo de puta,
hijo de puta,
hijo de puta",
en una andanada en la que la sílaba "pu" queda especialmente acentuada y da mazazos a la expresión despojándola de contenido.
          Sigo diciéndole "hijo de puta" hasta que advierto que todos, sin abandonar su alegría, concluyen que soy un delirante, un enfermo.
          Entonces decido dejarlos festejar, y me despierto con una sensación desbordante de angustia y la certeza de que sólo yo he podido comprender cabalmente que el psicópata de mi padre es un hijo de mil putas, y que seré incapaz de transmitir esta idea a nadie en la completa plenitud de su significación, sea porque cada cual tiene "su vida y sus problemas", sea porque mi padre los convencerá de lo contrario.