sábado

Revelación freudiana

          En una de las múltiples -y siempre insuficientes- sesiones de psicoanálisis a las que debo someterme en función del daño recibido, expuse a consideración de la terapeuta una relación sentimental de años atrás, que tuve con una mujer que, con algún otro hombre, se había dejado penetrar por el orto; y que, además, había consentido una serie ininterrumpida de  relaciones sexuales con por lo menos un desconocido antes de decidir su noviazgo conmigo. Como más o menos la licenciada me convenció acerca de que no existe una moral homogénea, le pregunté por qué en aquella época esas dos circunstancias (la cogida por el ano y la putedad pasada) me molestaban tanto; y cómo es que ahora las veía, si bien aberrantes e indeseables desde una perspectiva de vida virtuosa, verdaderamente inofensivas para mi proyecto personal de vida e insusceptibles de generar daño en nadie -acaso en el esfínter anal de la protagonista de los descarríos o en su honestidad biográfica, pero nunca un deterioro de mi propia entereza espiritual, como antes lo vivenciaba, al punto de sentirme portador vergonzoso y en condición de inmanencia del deshonor que atañía a mi partenaire de entonces-. A mayor abundamiento, le comenté que otra mujer a la que conocí desde niña actualmente llevaba el mismo comportamiento, pero esa ajena experiencia me provocaba esta vez risa y expectación de torpeza en lugar de, como antes, obsesión horrorizante, repulsión y conexión con la soledad y angustias más extremas.

          ¿Quizás me sentiría ahora cobijado en la pureza de pensamiento y acción de Cholita, la mujer más honesta de todas y que por suerte puedo querer sin temores?

          La interpretación "psi" fue, como nunca, una luz azul en el camino:

          -A esta altura ya lo hemos trabajado quizás sin darte cuenta, pero en aquel tiempo probablemente hayas asociado la penetración anal con los abusos morales que te infligió tu padre; y la liviandad de costumbres sexuales, con la prostitución de tu madre.

          Y entonces todo surgió tan cristalina y palmariamente, que comencé a perdonar, si bien cada carnero en su redil.