jueves

Audition

          Viste cómo soy, el destino o la Fuerza me llevan a compartir con los que no quieren que les comparta, discurrir en la lejanía, tantear al Otro para ver si está; pero nunca está y siempre es mucho que decir a nadie para escuchar.

          En este caso fue queriendo encontrarme en aquel a quien había asignado, con algún ventisco de esperanza, dotes de semejante, a través de un texto de Bukowski. Estaba con alguien que no había leído a Bukowski, y me pareció que el comienzo de Factotum representaba claramente el estilo y el contenido de toda la obra del tipo. Entonces, como haría un niño que encontró un pájaro muerto, se lo mostré con entusiasmo:


          "Llegué a Nueva Orleans con lluvia a las cinco de la madrugada. Me quedé un rato sentado en la estación de autobuses, pero la gente me deprimía, así que agarré mi maleta, salí afuera y comencé a caminar en medio de la lluvia. No sabía dónde habría una pensión, ni dónde podía estar el barrio pobre de la ciudad.

          Tenía una maleta de cartón que se estaba cayendo a pedazos. En otros tiempos había sido negra, pero la cubierta negra se había pelado y el cartón amarillo había quedado al descubierto. Había tratado de arreglarlo cubriendo el cartón con betún negro. Mientras caminaba bajo la lluvia, el betún de la maleta se iba corriendo y sin darme cuenta me iba pintando rayas negras en ambas perneras del pantalón al cambiarme la maleta de una mano a otra
".


          -¡Shhhhh! ¡Estás gritando! ¡Leé más bajo! –explotó mi interlocutor(a), con cara de criterio.

          -No estoy leyendo tan fuerte.

          -¡Sí! Se están dando vuelta todos –porque estábamos en un bar.

          -Ok, entonces no leo más.

          -No, no, leé, pero más bajo…

          -Falta que entre alguien y lo saludes con frases tipo "¡ay, no te puedo creer!".

          -No sé lo que falta, pero no grites. Podés decirme lo mismo sin gritar.


          No hizo ningún comentario del contenido de los párrafos que le había compartido. Me acordé entonces de las sobremesas horribles de mi infancia, adolecencia y primera juventud, en las que quería también compartir algo que había leído en algún lado y a nadie más que a mí le interesaba, y mientras leía tratando de obtener atención forzada mi viejo subía el volumen del televisor o decía “ssssssssssssssssssssssssssss” entrecerrando los ojos y estirando los labios, mis hermanos se levantaban de la mesa para hacer alguna cosa que todos consideraban normal y mi mamá, sabiendo que a mi padre le gustaba tomar queso de postre, le preguntaba en voz más alta: “Ricardo, ¿te llevo un poco de queso o no querés?”