martes

Dialoguito con mamá

          Resulta que yo en el año 2003 me quedé casi todo el año adentro de mi casa. El año 2003 fue lo que la porquería dice "una bisagra": a partir de ese momento no fui el mismo. Viste cómo comienza la Divina Comedia: el tipo dice que se encontraba en la mitad de la vida y le comenzaron a pasar cosas. Bueno, para mí fue el momento en que comenzó a no pasarme nada, porque me invadió un deseo incontenible de inacción. Ya me había peleado con una novia que me quería; le propuse que no siguiéramos saliendo hacía un año, quizás sin saber por qué; pero durante el 2003 supe. No quería nada más.

          Normalmente se dice que la voluntad viene de un mecanismo psíquico que tiene que ver con cubrir algo que te falta. Por ejemplo, te comprás un libro porque en ese momento no tenés el libro que quisieras tener, entonces te movés hacia la librería y activás todos los ensambles físicos y químicos que desembocan en el tener el libro en la mano que tanto querías. Pero a mí me pasaban otras cosas. Yo necesitaba todo: desde afecto esencial hasta cosas materiales. Me había comprado un departamento con la plata que había obtenido luego de más de 10 años de dar clases particulares, sin "juntar" el sueldo con ninguna esposa ni ninguna concubina, como se hace ahora. Solo, trabajando en soledad; terminaba de dar clases y la mayor parte de las veces todos estaban durmiendo; entonces había que buscar algo para comer sin hacer ruido, comer e irse a acostar sin ningún regocijo espiritual. Así llegué a mi dos ambientes y, kilombo del 2001 mediante, al tres ambientes de enfrente que algún día te voy a contar cómo lo cambié por el más pequeño que tenía, más una diferencia.

          Así que con mi casita en el bolsillo, lo mejor que se me ocurrió hacer fue mandar a todos mis alumnos a la mierda -aunque dejé aquellos cuyas madres más hinchahuevos me rompieron las pelotas para que les siguiera dando, embuidas de egoísmo y sin entender un pito lo grave de lo que me ocurría- y me encerré, como esos adolescentes japoneses que seguro no conocés. Me encerré, qué iba a hacer. Necesitaba todo y afuera no había NADA. Había porquería. Los únicos que podían acceder a lo que yo necesitaba materialmente eran los que tenían mucha plata, y yo no tenía nada de plata luego de haber pasado del dos al tres ambientes. Así que me encerré y comencé a desgranar mis escasos ahorros. Comía fideos, arroz. Un día me hice tanta polenta que rebalsó la olla: yo lo interpreté como signo de mi decadencia. A la madrugada escuchaba la radio La Red, un programa futbolero que se llamaba El Alargue, en el que pasaban canciones de Eros Ramazotti y aquel tema de los Héroes del Silencio que dice "Amanece tan pronto / y yo estoy tan solo / que no me arrepiento / de lo de ayer...", y yo no me arrepentía de lo de ayer porque me daba exacta y putamente lo mismo. La porquería que escuchaba ese programa estaba también hecha mierda: una vez, un viejo al que se le notaba por la voz que había perdido un gran porcentaje de los dientes, llamó a la emisora y pidió salir al aire porque tenía un dato que iba a asombrar a todo el mundo. El dato era la formación ideal de El Porvenir desde 1930 hasta el 2003. El viejo decía: "En el arco iría Burreteaga, que fue un eselente arquero, más grande que muchos de primera, pero claro, como es del Porvenir nadie lo tomaba en cuenta... y el suplente Garcotti, que jugó entre el 41 y el 63, que se despidió en un partido ante Talleres de Remedio de Escalada que fue el mejor partido de fúlbol que yo vi en mi vida... terminó sei a sei, no quedó registrado porque en esa época la AFA no llevaba los registro de los clube chico". Y así, por cada puesto tenía un jugador "ideal" y un suplente "ideal". El equipo ideal de El Porvenir de todos los tiempos... Me atrajo tanto ese relato en el que se glorificaba la mediocridad...

          Los que habían sido mis amigos estaban felicísimos, habían comenzado a tener hijos y eso los había sumergido en un piletón místico del que ya no saldrían hasta la mayoría de edad de los párvulos, y aun así ya no serían jamás los mismos. No podía compartir el placer por sus anécdotas de pañales. Igualmente venía notando desde años atrás que nunca se habían interesado por ninguna de las cosas que me interesaban a mí -ni los libros que me gustaba leer, ni las películas que me gustaba mirar, ni el tipo de mujer que me gustaba, ni la vocación crítica de la sociedad que siempre tuve, ni la música que me gustaba escuchar, ni el tipo de ropa que me gustaba usar, ni las curiosidades inherentes a la carrera que había elegido seguir, nada, nada-. Tener amigos comenzó a ser otra forma de estar solo, otra encrucijada de mierda según la cual si no tenía al menos eso, no tenía nada. Para un espíritu sensible es muy duro no poder comentar con NADIE un libro ni una película ni una vivencia ni un proyecto ni una idea ni un gusto ni una inclinación ni una curiosidad ni una vocación. Mis amigos, desde lustros atrás, comenzaron a venir a casa y hablar boludeces; después, a no hablar; y finalmente, a no venir. Hoy, con la cuarentena a cuestas, parecen elegir otra vez el comienzo de ese mediocre derrotero, pues, imbuidos de nueva energía de segunda juventud, se animan tímidamente a sólo hablar boludeces, actitud que, sin embargo, parece significar alguna cosa, algo más que la nada. Pero, como dice Cortázar, "no se culpe a nadie", aunque ya sabemos que un simple pulover te puede matar (el que sepa escuchar, que escuche).

          Así que en abril de 2003 yo, que venía viendo que del tobogán de la decadencia mi historia personal ya había bajado varios metros, me terminé de desesperanzar. Primero pasó que renuncié al trabajo. Yo tengo un tío que sólo hace cosas ilegales, y en el 2002 se había montado con un estafador -que también lo terminó estafando a él- nada menos que UNA EMPRESA DE MEDICINA PREPAGA. Sí, sí, escuchaste bien. MI TÍO TENÍA UN TALLER MECÁNICO, UN DÍA FUE UN TIPO A HACERSE ARREGLAR EL AUTO, LE COMENTÓ QUE SE QUERÍA PONER UNA EMPRESA DE MEDICINA PREPAGA Y MI TÍO SALIÓ A HACER SANGRAR CULOS PARA CONSEGUIR LA GUITA. Algún día también te voy a contar la cocina de todo esto, porque te digo que es para alquilar balcones. El caso es que yo, que lamentablemente me había recibido de abogado pero casi -como hasta ahora- no había ejercido, acepté ser el único representante legal de la compañía ante tribunales judiciales y administrativos y ante justos e injustos reclamantes. Madre de Dios. Fueron tantas las chicanas que tuve que hacer, tantas las mentiras que tuve que decir, tanta la mierda que tuve que aguantar, tantos los riesgos profesionales que tuve que correr, tanta la posibilidad de que fuéramos todos en cana y tan poca la guita que me pagaban, que renuncié. Y renuncié sin cobrar el último sueldo, que hoy, a seis años de la debacle, todavía me debe mi tío. Yo creía que en una empresa de medicina prepaga cuando vos te enfermabas te tenían que atender, o sea que vos empresa tenés que atender al que, por ejemplo, se está MURIENDO de apendicitis, que es una boludez. Bueno, en la empresa de mi tío no. Si tenías algo urgente, te mandaban al hospital público, aduciendo que no había cama en ningún lado. Si tenías algo que no era urgente, no te "autorizaban" el pedido de tratamiento. Si no tenías nada, te mandaban un cobrador a tu casa. Así era la cosa. La empresa llegó a tener 15.000 socios en poco más de un año, en una época en que en la Argentina no funcionaba ni siquiera un kiosco. Jorge Rial, que es un mono que por plata baila y canta y la chupa, le pasaba él mismo propaganda en Paparazzi, hojeando la cartilla delante de su tremenda audiencia. Era todo mentira, y el abogado de toda esa mentira era yo. El único abogado. Así que me fui, y eso me costó, por ejemplo, que mi abuela -la mamá de mi tío ilegal-, que siempre había dicho que yo era su mejor nieto, ahora dijera que "Pietro se portó muy mal con su tío". Cabe aclarar que mi abuela terminó sexto grado en 1931 y jamás volvió a agarrar un libro en su vida. No podía entender ninguna cosa.

          El caso fue que el socio estafador de mi tío ilegal ordenó una movida empresarial de reviente para llenarse los bolsillos, cuando yo ya había renunciado y una mogólica que se creía en la cumbre de su carrera me reemplazó por un sueldo menor de la mierda que me pagaban a mí, diciendo encima en ese rumor empresarial que es tan sorete y que está en todos lados que cómo yo había sido tan boludo de irme. El estafador, a espaldas de mi tío, dio orden de cobrar las cuotas mensuales y no brindar el servicio pasara lo que pasara, hasta que se fuera todo a la mierda. No le habló más a nadie, a salvo su troup de cobradores que te digo eran todos una gran gavilla de hijos de puta que por cincuenta pesos hacían lo que les propongas -pero ojo, te estoy hablando de que por cincuenta pesos hacían cualquier cosa-, el estafador no le habló más a mi tío, que preguntaba: "¿pero qué le pasará?" "Está raro", le contestaban los que habían entrado en la parodia, "a mí tampoco me habla", le mentían, para que se pusiera contento. La cosa es que a los tres meses se había alzado con un millón y medio de dólares en cuotas de servicios que jamás tenía pensado dar, y voló como un Pájaro Roc gordo y pesado a armar otra empresa fraudulenta por ahí, como después supimos. Mi tío el ilegal, que era director de la empresa, quedó procesado por quiebra fraudulenta. La quiebra comercial todavía creo que sigue. Igual algún día te lo voy a contar mejor.

          "Cuánta razón tenías, Pietrito", me decía mi tío llorando, pero no de culpa, sino de Rivotril, que le había sobredosificado el médico, porque, si no lo tenían sedado, se ponía loquísimo. A esa altura yo ya no podía decir nada, porque había perdido también la voluntad de hablar. De todos modos, mi tío hablaba nada más que conmigo. Nadie de la familia se acercó para decirme nada, ni siquiera "Pietro, contame qué le puede pasar al tío" o "Pietro, cómo no te escuchamos cuando nos contabas lo que nos contabas" o "Pietro, disculpá, creíamos que hablabas así porque no te daban las uñas para la guitarra que asumiste" o "Sí, Pietro, nos equivocamos... ¿necesitás algo?" Nada, todos seguían yendo a los cumpleaños y yo no, porque estaba encerrado en mi casa, a la que, por otra parte, no venía nadie.

          Te vas a reír, pero la segunda causa que remató mi desesperanza fue el resultado de las elecciones del 2003. Duhalde había propuesto que votaran a Kirchner, y el Clarín dale que dale con Kirchner, para que no subiera otra vez el otro que da mala suerte decir -y no sé por qué no quería que subiera el otro, porque durante los noventas el grupo Clarín creció como un cerdo y además le perdonaron todas las deudas que tenía-. Pero yo recordaba que a Duhalde el 2 de enero de 2002, que fue el día que asumió, la clase media lo había recibido con un "cacerolazo". Después de que De la Rúa ordenó que no le devolvieran los depósitos bancarios a nadie, Duhalde en febrero de 2002 sacó un montón de leyes, normas, decretos y qué sé yo que corroboraban todo lo que había dicho De la Rúa, al que habían sacado cagándolo a patadas en el culo. Pero con Duhalde todo estaba peor que con De la Rúa: ya directamente si querías tus ahorros tenías que hacerle juicio al banco y al Estado, y había que ver si te los devolvían (acordate de que, por ejemplo, al periodista Horacio García Blanco no le dejaron sacar la guita que había juntado durante toda su vida para hacerse una operación y el chabón por culpa de eso SE MURIÓ, porque tampoco en ningún lugar se la hicieron gratis; o sea que el Estado le impidió sacar la guita y no lo puso en ningún hospital público para que lo curaran). Además, con De la Rúa podías sacar 250 pesos por semana; con Duhalde, nada. Con De la Rúa el dólar costaba un peso; con Duhalde, cuatro pesos. Con Duhalde las cosas llegaron a costar el triple de lo que costaban cuando la clase media de mierda echó al De la Rúa del forro del orto, pero no sé, nadie hizo nada. Mejor dicho sí, cuando los bancos, después de un año de juicio, devolvía el setenta por ciento de todo lo que habías juntado rompiéndote el lomo durante décadas, los boludos pequeños propietarios volvían a depositarlos en los mismos bancos, que ahora pagaban ponele diez por ciento anual en dólares. O sea, sacaban a caperucita de la boca del lobo y la volvían a meter, porque ahora desde algún lugar les convenía. A tal punto pasó esto, que yo vi personalmente que en el Banco Nación de Plaza de Mayo pusieron una ventanilla de recepción de depósitos al lado de la ventanilla en la que te devolvían por orden judicial los depósitos que de otra manera no te iban a devolver jamás. Incluso, los primeros días de furia y antes de instalar las ventanillas de depósitos, llegaron a meter en cana varios gerentes, y en todos los casos había que ir con el oficial de justicia que tenía facultades para allanar la bóveda del banco. ¡Y la clase media volvía a depositar en la ventanilla de al lado, después de un año o más de juicio! Yo me quería morir.

          Y para colmo de males, en las elecciones del 2003 ganaron todos los que, según decía la propia clase media en medio del despelote, no tenían que ganar. Acordate de que se rompían la garganta rugiendo como marmotas "Que se vayan todos". Bueno, el que en realidad ganó las elecciones (si bien con un 25%) fue el mismo peronista que según ellos les rompió el culo durante todos los años noventa. El otro 22%, que conforma el 40 - 45% histórico que siempre tuvo el peronismo desde la década de 1940, bueno, ese otro 22% se lo llevó otro peronista, precisamente el que quería Duhalde, al que recibieron el 2 de enero de 2002 con un "cacerolazo". Así que no se fue nadie. La porquería estaba tan desorientada que no sé qué hubiera pasado si el dictador legal de los noventas no se hubiera bajado del ballotage, como lo hizo, porque esta vez el grupo Clarín le jugó en contra y lo vituperó tanto que en aquella época era una verdad de perogrullo que Kirchner lo iba a destrozar en segunda vuelta, quien sabe por qué. En la ciudad de Buenos Aires, a su vez, fue reelegido el jefe de gobierno que venía estando desde 1999, dos años antes del "que se vayan todos". Y no fue por falta de candidatos: ¿sabés cuántas listas había en 2003 para elegir jefe de gobierno en la ciudad? No lo sabés, y si te lo digo no me lo vas a creer. Bueno, te lo digo: CIENTO OCHENTA. Sí, ciento ochenta. Que se vayan todos, y de ciento ochenta candidatos eligieron al que ya estaba.

          Ahí definitivamente me di cuenta de que la clase media a la que pertenezco, y a la que pertenecen casi todos los que conozco y que forjan mi personalidad e influyen en mi vida cotidiana, esa clase media que desde niño contribuyó a conformar mi registro psíquico de lo que es el prójimo, esa clase media es incapaz de sostener teóricamente ninguna cosa, porque por propia voluntad eligió hacerse mierda, cambiar los libros por un televisor por habitación, ser abogado en vez de ser científico, ir al supermercado en vez de ir al cine, comprarse un auto a crédito en lugar de ahorrar para el futuro, tener lo que ellos llaman "un empleo seguro" en vez de jugarse las bolas día a día por un ideal. Podrá chillar, podrá gritar cosas que parecen justas, pero no tiene un fondo cultural, un piso de lecturas donde apoyar lo que en lugar de argumentos cualquier sabio se da cuenta de que son cacareos, y por eso nadie la escucha seriamente. ¿Qué sostén ideológico tenían los que gritaban "que se vayan todos"? ¿Qué mierda querían? ¡Si después, cuando se les dio el fusil en la mano para que maten legalmente a los que ellos quisieran, tiraron boludamente el tiro al aire a propósito, para no armar kilombo, igual que como hacen en los empleos donde laburan, para que el jefe no se enoje!

          Paralelamente, el Clarín comenzó a escribir como Doña Tota cuando va a la fiambrería. Los titulares ostentaban bestialidades tales como "Ahora dicen que planchan el dólar". Las noticias deportivas, peor: "Pellegrini va a sacar a Gallardo para poder cuidarlo". El Clarín, que en esa época empezó a estar a favor del gobierno, para aliviar la tarea que corresponde al Estado -es decir, promover el bienestar general- y ponerla en cabeza de cada pobre mortal, inducía a la clase media a que haga cosas de lo más estrámboticas para salir de la crisis: criar caracoles para venderlos a China, criar conejos para moler los huesos y venderlo como abono que lo usaban no sé dónde, plantar blueberry, comprar por dos mangos una chacra y criar cabras y hacer queso de cabra que en Europa supuestamente te lo sacaban de las manos, igual que el azúcar de remolacha; poner una "Pyme" de zapateros, cosa que como la gente no compraba zapatos los tenía que mandar a arreglar, lo que aparentemente te convertiría en un pequeño empresario de la noche a la mañana; hacerte un emprendimiento "reciclando" boludeces; presentaba como "jóvenes líderes" a pelotuditos de universidad privada que habían hecho algún mango hablando en inglés para empresas que nos seguían rompiendo el culo a todos. El Clarín mantenía las cosas quietas parloteando con la jerga decadente de la clase media y endulzándole la ilusión con el Proyecto Pyme, según el cual "crisis quiere decir oportunidad", en un contexto en el que "no hay nada mejor que la empresa familiar", aprovechándose del valor publicitario y sobrenatural que cada desprovisto de clase media otorga la familia, que, es verdad, es lo único que tiene. Unos meses después de que ganara Kirchner, el Clarín sacó una portada que decía "La Clase Media Cree en un Futuro Mejor"; en la nota principal, una mujer de reflejos de peluquería y remera toraba decía debajo de su fotografía: "Yo lo que creo es en un futuro mejor para mi hija Ludmila". Te juro que tengo el diario.

          Entonces me quedé solo. Mis amigos adquirieron la lógica del diario y de la TV y, munidos de sus hijos, me repetían con gesto de iluminado por el Dios de la Verdad que sus hijos eran lo mejor que tenían y que además son lo mejor que hay universalmente hablando, que te cambian la vida de una manera hermosa. Nadie aportaba nada al concierto de conocimientos del Universo. Otro par de boludos pedía prestado para ir a Buzios. Mis parientes construyeron cada cual su quinta y no me dieron más pelota, porque mis críticas no le interesaban y, además, porque ya había niños pequeños en mi familia y el hijo de puta de mi viejo se hacía el abuelo bueno boludeando con ellos y me despreciaba porque no había tenido ninguno, cosa que a mis hermanos le encantaba, porque, en ese contexto, ¿qué mejor que el tirano que construye un espacio total fuera del cual no hay nada te alabe los hijos? Ya no tenía con quién hablar. Sostuve durante un año y medio una relación sui generis con mi vieja novia, a quien por razones de elemental humanidad me parecía mal dejar de ver por el solo hecho de que había decidido no casarme con ella; sin embargo, la despechada no tuvo reparos en dar por terminada toda vinculación a su debido tiempo, comunicándome con alguna altanería que ya había conseguido otro novio y que no quería verme más. Le propuse una amistad que rechazó en estos términos: "No, no... si nos vemos ocasionalmente está bien, pero amigos no". Cuando comentaba a los adormecidos que alguna vez me rodeaban que esa actitud era éticamente mala, nadie me daba la razón.

          Ya no tenía trabajo ni dinero. Mi hermana quería conseguirme un empleo asalariado. Me decía que, si no, me "pusiera un estudio". Mi padre decía que era un inútil. Mis amigos, que estaba loco. Mi familia estaba en la suya: mi abuela había cumplido ya 83 años y no le importaba más que los intereses comunes que se le habían congelado ponele como mucho en 1970, unos años después de la menopausia; mi tía la que se casó con el despachante de aduana, feliz y en su tinta porque todos iban a empezar a exportar las soretadas que decía el Clarín y ellos iban a volver a llenarse de guita; mi hermana, anestesiada igual que mi vieja, que nunca aportó nada; mi tío el ilegal, entreverado en su empresa ilegal; mi hermano, viendo cómo hacía para que yo me hundiera del todo y se le curaran las heridas que le ocasioné durante la infancia, época en la que sufría cuando me veía con la bandera de ceremonias o los profesores le preguntaban si él era "el hermano de...". Los vecinos se recluían en sus empleos o en su pelotudeo crónico y nazifascista; nadie había votado a los que estaban en el poder. La televisión -que no miraba desde 1999- seguía repitiendo la misma mierda de siempre, y la editorial Losada había puesto en Corrientes una vidriera con libros de mierda a medio peso y, al lado, otra con los libros de verdad, los que cacheteaban al más de lo mismo con cultura textual, pero a precio de millonario de Estados Unidos.

          Imposibilitado de casi todo, me encerré sin esperar nada. Como el cartel de la puerta del Infierno, me confiné a "Abandonar Toda Esperanza". Te aseguro que si alguna vez lo viviste, es espantoso.

          Pero un día sonó el teléfono. Cada vez que suena el teléfono tengo una descarga de adrenalina, aunque aquella vez, después de tanto tiempo de que nadie llamara, la descarga fue más o menos un baldazo. Era mi vieja. La conversación duró apenas unos segundos.

          -Hola, Pietro, cómo estás.

          -La verdad, muy mal. Pero MUY mal.

          -Ah... yo no puedo hacer nada, Pietro.

          -Sí, ya sé...

          - Y bueno... chau, entonces. Cualquier cosa que necesites llamá.


          Y acto seguido, como cada vez que aparece en escena la pasividad de panza llena de la boba de mi madre, no supe qué hacer, en el sentido más pleno de la expresión.