jueves

Impresiones de un par de hijos de puta

          Parece ser que, cuando me enojo, se me afina la voz y entonces hablo con alguna afectación de clase alta o algo así. No digo, por ejemplo: "La reconcha de tu hermana, sorete, salí de acá porque te hago cagar". Digo, con muchos picos de entonación ascendente y matiz de flauta traversa: "Pero, ¿cómo puede ser? ¿De dónde es que elucubrás esa idea? ¿Realmente ése es tu pensamiento? ¡Dios mío!", y a continuación me persuado -por poner un caso- de que haber dicho "elucubrar" fue en ese contexto un acierto de construcción oracional y hasta una verdadera agresión a mi interlocutor.

          Claro que a los pocos minutos caigo en la cuenta de que nada de eso causó ni el más mínimo efecto de deterioro en la entereza espiritual del primate que, todas las veces, termina pisando el campo mancillado de mi dialéctica vencida.

          Hay por lo menos dos personas que, a la manera inmunda de la sobremesa, me han hecho notar esta inutilidad de mi condición.

          Una, por supuesto, es mi padre, para quien esas chillonadas ilustradas siguen siendo un signo evidentísimo de mi vulnerabilidad. Los elementos que componen la verdad emitida de esta crueldad son también dos: su carisma y el caso consecuente que le hacen los demás, que completa el proceso de legitimación de ésta y muchas otras de las incontables barrabasadas a las que su orientación mórbida lo aficiona.

          El otro es un hijo de re mil putas que, a través de los años, se manifestó como un oportunista inteligente y refinado, que de todo hace evaluación "costo/beneficio", minimizando costos y alejándose permanentemente de toda ética a favor de la obtención de quantums de placer. Este sorete que hoy cuenta billetes de estafa me dijo una tarde: "vos pisás débil, y por eso cada vez que vas con una mina los tipos le gritan cosas"; y otra: "yo sabía que te iba a tocar la colimba un año antes del sorteo, porque vos tenés cara de hacer el servicio militar". "No es que no tengas razón; en realidad no importa si tenés o no tenés razón: lo que interesa es si te hacés valer o no, y vos no". Este modelo terminado de amo hegeliano cree que todos los demás, salvo algún dotado que lo llena de placer, son unos pelotudos, y que como castigo hay que exprimirlos para alimentarse de su carne, de su dinero y de su trabajo de pelotudo que trabaja. A las mujeres, por ejemplo, les dice: "Yo solamente quiero coger con vos"; y muchas se dejan garchar ahí nomás, ya que les clarifica las cosas, y le entregan el orto que él les hace nada más que para lograr una humillación completa, iluminada por los soles del goce ingenuo de la puta o la entregada. Como es una mierda, probablemente si lee esto le tire un virus a la página. Si hace eso le voy a desear que se le prenda fuego la casa, porque me di cuenta de lo sorete que es. Desde hace poco, como débil que él me enseñó que soy, le estoy deseando también la muerte. Vas a ver, hijo de puta, yo no voy a hacer nada y te vas a morir como un perro con sarna avanzada. Los negados de la mano de Dios matamos con el pensamiento.

          Tanto el psicópata de mi ex padre como esta mierda a la que me acabo de referir se llevaban bien en su tiempo, y hasta el día de hoy se ponderan esplendores de supervivencia el uno al otro, y en la mutua consideración y la distancia también se respetan, porque cada cual tiene su carácter y en todo caso es Pietro el que no tiene las bolas para imponerse.