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Cositas de papá (IX) - Un lugar menos por culpa de éste

          Tuve una vez una novia cuyos padres habían recibido de sus abuelos una antigua ferretería de barrio, que habían inaugurado en 1913 y que era muy conocida por albañiles, electricistas y vecinas de varias cuadras alrededor. En el momento en que comencé mi relación, al negocio seguía hacia el fondo una casa chorizo en la que habían vivido incontables familias por más de ocho décadas y ahora se hallaba poco menos que en ruinas, con cuartos en los que se apilaban trastos cubiertos de lo que se te ocurra y de los que entraban y salían seres vivos. La familia estaba compuesta por la pareja y tres hijas: una hermosa, una gorda agresiva y fea y otra hermosa. Por suerte mi relación se había entablado con una de las dos hermosas...

          ...que había tenido un novio que se llamaba igual que yo y que vivía en la casa lindera, y cuya hermana era la mejor amiga de Marta, tal el nombre ficticio que se me ocurre ponerle a la chica. Cuando Martita mi novia me decía "Pietrilín", se me venía que seguramente el sobrenombre lo habría utilizado ya ad nauseam para designar en presencia y en ausencia a Pietro, el que la había hecho mujer unos años antes, con el que se iba a casar, el protagonista de la fiesta de compromiso y acuerdo entre los padres para ver quién pagaba la fiesta y quién el viaje de bodas. Un día el otro Pietro, que era un drogadicto rockero bebedor empático que se levantaba minas a rolete porque tenía una banda de blues y era lindo y le chupaba un huevo todo, le dijo "Marta, mirá, vos sos una mina como para poner en el freezer ahora y sacarte el día que me quiera casar. Pero el mientras tanto no me lo banco; a mí me gusta la música, ir a ver a River y acostarme con quien se me dé la gana, y vos estás más para vivir adentro de una casa, tener hijos y esas cosas; así que sos muy buena, pero no salimos más". Martita estuvo a punto de suicidarse (me confesó que se había puesto la punta del cuchillo abajo de una teta); y en el limbo en que quedó dilucidando la cuestión de cómo hacer para seguir viviendo sin Pietro aparecí yo, que justo me llamaba Pietro, pero era bueno y sensible; no como Pietro, que era un buen tipo y lo seguía queriendo y quería que todo se solucionara en su vida, pero que para ella no se iba a corregir nunca y de hecho cada vez que entro a la casa lo veo con unos amigotes que no me gustan nada y casi todas las veces llega borracho y yo comento con Laura la hermana: "a tu hermano un día la va a pasar algo". Los padres de Pietro tenían mucha plata y los padres de Marta, él de Pompeya y ella de Floresta, vieron decaer el sueño de la fortuna compartida no bien el borrachete -al que también seguían queriendo- dejó de saltar la tapia que dividía las casas desde la terraza.

          Puede imaginarse la cantidad de tormentas desatadas en la relación, por decir algo que entiendan todos. ¿A quién le decía "Pietro" Martita? Yo salía de su casa y la dejaba hablando en la azotea con Laurita que le comentaba que, mientras yo daba clases de matemática de sol a sol, Radio Gadorcha cien punto dos estaba organizando un recital al aire libre en Parque Centenario en el que tocaría entre otras la "Pene Blues Band" -la banda de Pietro- y que sería buenísimo que vengas, Marta, traélo a Pietro. "Y.. no sé si va a querer ir...". "Claro", contestaba la otra. A la madre no le gustaba la relación de Martita conmigo, que era un profesorzucho de barrio. El padre de Pietro había cagado a la empresa donde trabajaba y con la guita del desfalco se había puesto una inmobiliaria de lo más garca en pleno Parque Avellaneda; con el boom de precios de los noventa engordó y se fue para arriba: el palacete de Pietro contrastaba alegremente con la vetustez de la planta neo-colonial de Martita, pero Laura y también Pietro apreciaban el esfuerzo de la familia entera, que, con sus limitaciones y dificultades, nunca les hacían faltar nada a las tres hermanas e incluso ayudaban a las partes de la familia que vivían en Floresta y en Pompeya con lo que podían.

          Pero yo no toleraba la duplicación insana de los Pietros, que Martita se hubiese entregado así como así a Pietro el desviado moral, que Pietro maestro fuese menos que Pietro banda de blues, que la camisa Qristian Dios de Pietro contrastara con la Armani real de Pietro, que el insuficiente amor por Martita de Pietro fuese mejor valorado que el inmenso amor por Martita de Pietro; que "Pietro 1 y Pietro 2" y "Ay, no le digas 'Pietro 2' a Pietro" y así. Yo le lloraba a Martita, a la que no le importaba; hasta le llegué a prohibir que viera a Laurita -en vez de irme como un hombre a decantar mi amor en la arena, pero estaba atado: mis años de falta de afecto me condicionaban horriblemente, como lo siguieron haciendo hasta el día en que escribo estas líneas que me salen chabacanas y tontas como el papel de confesión de un salame de secundario-, le dije "mirá, Martita: si me querés, no sé qué hacés viendo a Pietro en la casa de él cada vez que vas a ver a Laurita... ¿o en realidad no vas a ver a Laurita y lo vas a ver a él, inconscientemente?" Al principio, Martita lloraba, pero un día me dijo:


Me tenés cansada.


          y de ahí en más todo se empezó a podrir. La invité a todos lados; hasta alquilé una vez un chalet en Villa Gesell para que estuviéramos juntos por quince días del mes de enero de mil novecientos noventai..., pero los mismos días fue también Pietro y por todo Gesell él y los Borrachos del Tablón pegaron afiches de la Pene Blues Band y a Martita le entraron ganas de ir al recital, no para ver a Pietro, sino porque me gusta la música que hacen, y además sigo siendo amiga de todos los músicos, y capaz que va también Laurita, que dijo que iba a venir. Y también viajaban desde Buenos Aires "Santino" y "Cuca", tal las formas de pila como se comunicaba con el padre y la madre de Pietro rocanrol, tuteándolos, además ("Cómo te va, Santino, ¿no estaría Lau?"). Dale, amor, vamos...

          El final, como siempre: yo le dije no aguanto más; ella me dijo yo tampoco; entonces qué hacemos; lo mejor es separarse aunque nos cueste; creo que tenemos que ser fuertes y adultos y tomar una decisión; entonces tomémosla; y bueno; un beso largo con lágrimas y un mes después quiero verte, qué te parece si volvemos, démonos tiempo, empecemos de nuevo pero tranqui y estuve hablando con Laurita, dice que es una locura y yo al principio pensé que estaba celosa pero después pensándolo digo tiene razón y Pietro sos una persona maravillosa pero nosotros ya tuvimos nuestro tiempo y quizás nos tocó estar juntos por algo que ni vos ni yo sabemos y en realidad te quiero pero no te amo; bajate no te quiero ver nunca más, y una mirada de cómo puede ser que te lo estoy diciendo bien y vos me hacés bajar y bueno, chau si vos lo querés así, igualmente es así, qué querés escuchar, seguramente otra cosa, seguramente lo que vos querés que yo te diga porque sos un soberbio, igual te deseo lo mejor. De ahí en más bajé 16 kilos y pocas veces pude volver a amar.

          Años después, cada vez que se reunía la familia, mi padre solía comentar cerca de mí, pero hablando con algún otro pariente: "La ferretería de Martita es una ferretería de las que ya no hay... ¿viste esas ferreterías viejas, con el mostrador de madera lustrada, los estantes de madera oscura; esas ferreterías en las que no podés pasar de la cantidad de cosas que hay... Atienden los dos: la mamá de Martita y el padre, que es el que más sabe del negocio. Lo que le pedís, el tipo tiene. Yo el otro día necesitaba para una radio vieja escuchá, ESCUCHÁ, SONIA... callate, Susana, Sonia, prestame atención y después seguís pelotudeando... ¿te acordás la radio a válvula que yo había traído una vez que tenía Horacio el que vivía adelante cuando éramos chicos? Resulta que me la pasé como 15 años arreglándola, pero me faltaba una válvula... ¿sabés dónde conseguí la válvula? Te estoy hablando no de ahora, sino de cuando murió Martincito que en paz descanse. En la ferretería de Marta, la quera novia déste. Una reliquia..." "Ah, mirá vos", decía la tía Sonia, antes de meterse en la boca un tenedor de ensalada rusa con lechuga.

          Entonces mi padre, que había mantenido la atención de los dos o tres que lo escuchaban desde antes, se lamentaba en voz más baja: "Decí que es una lástima que se haya perdido ese lugar", y yo me hacía el que no escuchaba.