viernes

Cositas de Papá (XVII): Ahí no dice lo que yo digo que dice

          Una de las variantes a que echaba mano mi padre para denigrar mis capacidades era, ya desde niño, asegurar que en tal libro o revista que quizás yo leyera en voz alta no decía lo que yo estaba diciendo que decía, sino lo que él decía que decía. Parece gracioso, pero mediante esta estrategia natural, el psicópata, que influía también sobre el entendimiento de los demás, me arrojaba a un terreno distante del por él creado; es decir, al de la locura, que era un espacio también ideado por su cosmovisión psicopática a partir de un concepto tomado del uso normal, a saber, no patológico.

          Y como también era su uso y costumbre generar discusiones para finalizarlas en el punto en que determinaba ser vencedor, un día discurrió agresivamente conmigo acerca de una cuestión de ninguna importancia que, sin embargo, después de más de treinta años recuerdo como ejemplo de su intenso estado mórbido y del sinfín de la díada sádica que conformaba con mi madre.

          Se trató en aquella ocasión de un intercambio de ideas (que no era tal, ya que, reitero, mi padre generaba esos escenarios del mismo modo que un animal mearía sobre los límites y los puntos internos de un "territorio" irracional), acerca de la diferencia entre el "guion" de una película y su "argumento". La conversación, como tantas otras estigmatizantes, habría surgido sin causa aparente para mí, que no venía preordenado por ninguna alteración tan sustancial del aparato psíquico, más allá de las que mi padre provocaba adrede, a la luz de los objetivos inexplicables que se trazaba y de su necesidad incomprensible de muerte del primogénito, metas asombrosas que escapan al entendimiento de alguien que no es psicópata y que durante décadas -y aun en este momento- dificultaron mis posibilidades de transmisión eficiente de sus actos en sentido lacerante. Quien no conoce a los psicópatas, cree que sus actos son consecuencia de un mero temperamento, y que la misión del prójimo en relación al psicópata se reduce a su aceptación o abandono, fundado en el desnudo desacuerdo. Los pocos que saben qué cosa es un psicópata, los diferentes grados en que la psicopatía se desenvuelve y la cotidianeidad de uno de estos desviados (cuya esfera intelectiva está por demás sobredimensionada), conocerán de qué estoy hablando.

          El caso es que, en aquella mesa en que el líder nos deparaba y significaba la comida que mi madre con sobre esfuerzo ordenado por su masoquismo alternante de base nos acercaba, no sé cómo el desviado comenzó a postular en voz alta que "guion" y "argumento" eran la misma cosa. Como soy un neurótico que en aquella época funcionaba en la máquina psicopática como complementario, reaccioné casi con enojo, señalando que se trataba de conceptos diferentes. Mi padre, entonces, deseoso de que en el campo de batalla muriese alguien, en forma altanera -hábil para la acentuación de mi irritabilidad- dijo lisa y llanamente que todo lo que yo había estudiado no servía para nada, y que él, sin estar todo el día apoyando el culo en la silla, podía darse cuenta "en seguida" de una cosa tan estúpida como que "guion" y "argumento" eran la misma mierda con diferente olor.

          Empecinado en perpetuar el rol desconocido del complementario, y luego de tres o cuatro empujones injuriosos que impulsara mi padre contra mí y mi (su) plato de comida, corrí a buscar la enciclopedia de la casa, "el Monitor" de Salvat que papá había instituido como fuente de única erudición y que afirmaba haber leído por completo. Cuando llevé ambos tomos a la mesa, haciendo lugar entre los platos y las fuentes, papá comenzó a reír. Se miró con mi madre y ella se mordió el labio inferior, presentándole una mueca también de ironía pintoresca por las actitudes de quien evidentísimo era que padecía alguna cosa.

          Queriendo entonces malamente entender que la victoria me haría retomar el camino relegado por el daño, leí: "Argumento: Trama, recorrido narrativo de cualquier obra, especialmente literaria o cinematográfica..." "¿Ves?", interrumpió el monstruo, "es exactamente lo mismo".

          "No", dije yo. "¿Cómo podés decir que es exactamente lo mismo si todavía no leí la voz 'guion'?" "Es lo mismo, no hace falta", sentenció mi padre. "No hace falta que lo leas. Susana, traeme un pedazo de queso".

          "Sí, lo voy a leer, para demostrarte que no es lo mismo el guion que el argumento". Entonces tomé el libro, busqué la palabra "guion". Mi padre subió el volumen del televisor. "Esperá, escuchá lo que voy a leer", pero papá no bajó el volumen. Decidí entonces gritar, y así vociferé: "Guion: Libro en el cual se vuelcan los diálogos de los personajes de una obra teatral o cinematográfica junto con indicaciones para..." "¿Viste? Es lo mismo. Basta, dejame de romper las pelotas", y subió aun más el volumen.

          "Papá, date cuenta de que no es lo mismo. El argumento es la trama, y el guion es otra cosa: es un trabajo necesario para los que llevan a cabo una obra, para poder realizarla, tiene acotaciones, acá lo dice bien, 'una obra teatral o cinematográfica' fijate" "Ahí no dice eso" "Leélo vos, entonces". Mi padre, así, con cara de fastidio, se disponía a agarrar los dos tomos que yo le alcanzaba. "Los vas a romper", dijo mamá; "me vas a romper toda la enciclopedia, enfermo", señaló papá. Que leyó ambas definiciones en silencio y luego reprochó: "Me hacés perder el tiempo. No sabés leer. Acá dice dos cosas muy distintas de lo que vos leíste. ¿Ahora no sabés leer vos?"

          "¿Cómo que leí mal? Leí perfectamente".
     "Leíste cualquier cosa. Acabo de ver yo y dice exactamente lo que te dije al principio. Mirá", me ordenó, pero señalando el televisor. Daba entonces más importancia al programa que estaban pasando, de manera que mi incursión en la polémica se hacía más inoportuna y molesta.

          Así que me dispuse a leer en voz alta nuevamente: "Argumento: Trama, recorrido narrativo de cualquier obra... ¿ves? CUALQUIER OBRA, 'ESPECIALMENTE', pero no necesariamente la literaria o cinematográfica. 'Trama', 'trama', es una 'trama' una introducción, un nudo y un desenlace, una trama". "Ahí no dice eso. Callate y dejame mirar la televisión. Andá a poner otra vez la enciclopedia en el living que la estás ensuciando con todo lo que hay sobre la mesa, andá".

          "¡Pero cómo que no dice lo que estoy leyendo! Argumento: Trama, recorrido narrativo..." "Ya sé, ya sé lo que para vos dice ahí, pero NO dice eso ahí. 'Trama' lo estás inventando vos. Es exactamente lo mismo. Ya lo leímos con tu madre y no dice eso". "Mamá, cómo que lo leíste vos, si vos no lo leíste". "Tu madre ya lo leyó antes cuando venían los fascículos", dijo el psicópata.

          "A ver, mamá, qué diferencia hay entre argumento y guion", pregunté entonces. Pero mamá no respondió. "Dale, decime", la insté; y entonces papá a los gritos me ordenó que la dejara de molestar. Pero como yo insistiera y mi padre, tomándose la cabeza le habilitara a hablarme, a través de la frase "decile de una vez, Susana", mamá dijo:

          "Y bueno, yo pienso que si para vos dice una cosa y para tu padre dice otra, pienso que uno piensa una cosa y otro piensa otra".

          A lo que respondí: "Mamá, no se trata de interpretar. Acá a papá le parece que las palabras que leo no son las que están escritas en el tomo de la enciclopedia. No hay una cuestión de interpretación. Por ejemplo, para papá ahí no dice la palabra "trama". Dice que la inventé, que no está ahí. Leélo, por favor".

          "Mmmmm" emitía mi padre en reacción de fastidio, y mi madre entonces tomaba la enciclopedia. "¿Y? ¿Está o no está la palabra 'trama' ahí?" "¿Adónde?", preguntaba mamá. "Al lado de la palabra 'argumento'", y entonces mamá contestó "no sé", la hija de puta, "no sé, ya no veo bien, mañana tengo que ir al oculista o no sé, comprarme uno de esos anteojos, no sé".

          "Andá a guardar eso", ordenó el psicópata, "y después mañana andá a decir al colegio que por favor te enseñen a leer, porque para eso a mí me cuesta acá tu educación y la de tus hermanos".

          De más está decir que todos a partir de ese momento callaron. Desde entonces, y aun cuando la vista de mi padre comenzó a empeorar con sus cincuenta años, dio a otras personas los papeles que no lograba descrifrar; y hasta contrató a otros abogados para solucionar sus reales problemas o reclamos legales, aun habiéndome yo recibido muchos años antes de que él decidiera tomar cartas jurídicas en el asunto.

domingo

Un sueño

          La familia festejaba el fin del año en un restaurante al que se accedía desde la ochava, en una larga mesa. Mi padre ocupaba la cabecera.
          Desde la vereda de enfrente, veo que los asistentes se juntan y arremolinan con el fin de posar para una foto. Estoy con mi hermano, que es un niño, y me dan deseos de salir en esa fotografía, y a mi hermano también. Pero no podemos cruzar la avenida. Mi hermano se lanza, ansioso, y un colectivo casi lo atropella.
          Cuando llegamos a la esquina del festejo, ya mi padre ha dado la orden de que saquen la foto. Mi hermano se suma a la mesa y se diluye en la algarabía del orden creado; a mí, en cambio, me toma un enojo intenso, una rabia animal fundada en que no me esperaron para salir en la fotografía. Entonces arrojo las llaves que tenía en la mano y grito "No voy a quedarme en un lugar en el que no me quieren, se van todos a la mierda". Pero nadie escucha con atención, a nadie le interesa mi discurso.
          Salgo a la vereda y busco la parada del colectivo que me llevará de regreso a la casa en la que vivo solo. De pronto, me digo "esto no puede quedar así", y entonces retomo el camino corriendo y enfrento a mi padre. Le grito "¡psicópata de mierda, hijo de puta, la putísima madre que te re mil parió, sorete, hijo de mil puta!"
          Pero a mi padre no le importa, y el resto de los comensales, ensimismado en la legitimidad de sus conductas concedida por el psicópata, no advierte lo que estoy haciendo -sólo los que se sientan cerca de él prestan una atención que más tiene que ver con una deferencia respetuosa de atender su entorno-. El psicópata entonces me mira, y en esa mirada entiendo que estoy condenado a que nadie comprenda mi dolor, porque así lo ha querido.
          Salgo nuevamente a la calle. Siento entonces la insuficiencia de mi actitud y regreso otra vez. "Lo voy a seguir insultando, pero lo único que se me ocurre decir es 'hijo de puta' o 'hijo de mil puta', y eso, si bien es desesperado y es verdad, no le provoca ningún daño".
          Vuelvo a encararlo y a gritarle, esta vez en el oído: "psicópata de mierda, hijo de mil puta, hijo de puta, hijo de puta, hijo de puta, hijo de mil puta, hijo de puta". Le aplico los labios sobre la oreja mientras lo reconvengo, y él se reclina medio forzadamente y también en tren de ridiculizar mi invectiva, evidenciando la molestia sobre la cabecera de la mesa, de costado. Una mujer que está sentada a su lado se asombra negativamente por mi irrupción y por la postura que le he hecho adoptar a mi padre, que considera inadecuada en estas circunstancias.
          Dejo nuevamente el restaurante y pienso que nada de lo que he hecho ha sido suficiente; pero ahora la insuficiencia se extiende a mi condición de estar solo con la verdad, ya que repito la certidumbre de que, si bien soy portador de la verdad objetiva, "ellos" adquirieron voluntariamente la verdad impuesta por el carisma de mi padre, y en esa verdad soy un insano y tengo la culpa, y todo ello entrelaza y edifica una injusticia todavía no reparada.
          Así que regreso al lugar, que ahora se halla entrecerrado por una puerta plegadiza que mi padre ha hecho correr para que me deje de molestar. Abro no obstante la puerta y paso. Mi padre me mira con gesto de desaprobación, y mi madre, a su lado, se ríe. Los demás festejan. Lo insulto, pero ahora sólo puedo decir "hijo de puta", y esa única expresión genera un ritmo que le hace perder sentido a lo que quiero transmitir:
"hijo de puta,
hijo de puta,
hijo de puta,
hijo de puta,
hijo de puta,
hijo de puta,
hijo de puta,
hijo de puta,
hijo de puta,
hijo de puta,
hijo de puta",
en una andanada en la que la sílaba "pu" queda especialmente acentuada y da mazazos a la expresión despojándola de contenido.
          Sigo diciéndole "hijo de puta" hasta que advierto que todos, sin abandonar su alegría, concluyen que soy un delirante, un enfermo.
          Entonces decido dejarlos festejar, y me despierto con una sensación desbordante de angustia y la certeza de que sólo yo he podido comprender cabalmente que el psicópata de mi padre es un hijo de mil putas, y que seré incapaz de transmitir esta idea a nadie en la completa plenitud de su significación, sea porque cada cual tiene "su vida y sus problemas", sea porque mi padre los convencerá de lo contrario.