lunes

Cositas de Papá (XV): Mi vida como músico

          A mis trece años, dos después de que comenzara a estudiar piano, papá compró uno usado que ofrecían en los clasificados del Clarín. Alguna vez contaré las incursiones del psicópata en el monstruo de madera y cuerdas cuyo aroma hoy recuerdo con ramalazos de tragedia. Entonces no sabía (ahora sí) los años que estaban por venir.
          A partir de su llegada, los parientes de los domingos se sentaron a escuchar con displicencia a Pietro, un niño, de quien sin embargo exigían páginas a lo Rubinstein que jamás obtuvieron.
          Cierta vez, un tío ponderó las tres o cuatro líneas que había desgranado en el "living room", a varios kilómetros del "comedor" en que se atragantaba el resto de la familia con la estufa encendida y todas sus incapacidades y sobreabundancias. "Qué bien está tocando Pietro", dijo.
          Mi padre contestó: "Mirá, después te voy a ir a tocar yo unos tangos que sin estudiar te los saco con estos dos dedos y encima te los canto. A Pietro dejalo, Pietro solamente ejecuta la fría página del pentagrama".
          Mis parientes nada habrían respondido (quizás la abuela, "Ay, sí, Robertito, cantate algo, querido"), y yo, habiéndome días después enterado del episodio no sé cómo (mi madre, por supuesto, callaba), dejé poco a poco de tomar lecciones de piano.