viernes

Comportamiento de mi hermano en el funeral de un hombre bueno

Todo lo que sigue es inútil, insuficiente, y sobre todo ineficaz.

          En el cuento XVII de Pago Chico hay un muchacho Pancho, aprendiz de payador, que, solazándose por la noche en el pasto con otros de la estancia y con el fin de conquistar a una Petrona cualquiera, acude al expediente de hablarle de las luces que echan las almas de los muertos, y así comienza a subyugarla comentando como quien no quiere la cosa:

-Las ánimas de los angelitos son las más lindas. Parecen de luz más... más caliente. Por eso se baila en los velorios p'a festejarlas.

          Hace dos días me tocó ver a otro Pancho, esta vez de cuádruple embutido, en el funeral de quien fuera un hombre bueno: mi maestro de sexto y séptimo grado. No quiero detallarles esta muerte: baste decir que tampoco esta vez la totalidad de mi congoja, al igual que ninguna de mis acciones en general, fue suficiente. Se había ido un hombre bueno, como dije; y con el éxodo del bueno, habíamos quedado los malos.

          Tanto así, que sorprendí a este múltiple Pancho, que llegó antes que yo, alardeando de su situación de padre/homo económico/legitimador de conductas/filósofo de salón con claros lineamientos sexuales. Debo por razón de justicia aclarar que el Señor Pancho había sido discípulo del muerto, y que también es mi hermano: un monstruo al que el Psicópata coronó contra-natura hermano mayor, decretando mi muerte en una misse en scéne grotesca hace ya casi dos décadas. A partir de entonces, Pancho pudo progresar sobre todo psíquicamente -en tanto el Creador del Tiempo y del Espacio lo entronizaba en el Tiempo y en el Espacio-, y en paralelo fueron prodigándosele billetes, la mayoría conseguidos con mucho esfuerzo, pero al margen de por lo menos la mitad de todas normas legales vigentes (por supuesto, no del Código Penal: en esas previsiones de supervivencia radica también la astucia material de la clase media porteña). Como un zorro ni igual ni peor que otros zorros, ha seguido el acierto de ir haciendo migas sólo con otros más mediocres que él, de manera que su quizás mucha mediocridad resultó opacada por las loas que recibió de los inferiores; y así mi hermano Pancho es hoy una salchicha engrosada, con automóvil y casa grande, con hijos y amigos, con dos o tres o cuatro conocimientos nada técnicos que lo han llevado a despreciar las complejidades más profundas a favor del saber lo que hay que saber en la vida y, al igual que mi padre -pero por distintos motivos-, ha desarrollado una estrategia de interacción según la cual, al establecer sólo relaciones desiguales, la ilusión no es la de la legitimación de su mediocridad -como así me parece- sino más bien otra entronización grotesca, que sus interlocutores practican a veces por no complicarse la vida, y otras -aunque me da risa creerlo-, por temor reverencial.

          Digo que mi hermano Pancho es un monstruo, porque, queriendo emular a mi padre -de quien ha imitado sus gestos, su tono de voz, sus excesos, la conformación de su núcleo familiar, el tipo de casa, la cantidad de autos, las lecturas aparentes y el criterio general de clase media-, pero sin los beneficios de la dolencia que aqueja al Psicópata -sobredimensión de la esfera intelectiva, mayor desarrollo de la voluntad, incapacidad de culpa, capacidad de liderazgo carismático aun sobre las mentes más capaces que la propia, hípercapacidad de evocación, manejo de las emociones, digitación de las emociones del Otro, talento para la ejecución de instrumentos musicales y en especial para el canto, poder de convicción aun en relación a ideas complejas, construcción de sentido de premiación y castigo, construcción de sentido en general, crueldad- queriendo emular a mi padre, digo, pero dotado de menos herramientas, fue guiado por su propio sufrimiento en un "día a día" de décadas de estrategia, mezclando y agitando primero con torpeza y después con determinación elementos urgentes para extirparse definitivamente la medianía de la que era consciente, y así fue incorporando ya sin pruritos dualidades inaceptables en un hombre cabal, como el ejercicio de la soberbia y también de la mística, la piedad de barrio y el sentido de sacrificio, los conocimientos de calle y algunos inciertos párrafos de autores desconocidos para otros; eyaculaciones de anécdota y polvos de epopeya familiar, centavos cambiados por pesos y pesos cambiados por dólares, adhesiones vaginales y adhesiones kiosqueriles, reconocimientos de los injustos y nociones de ejercicio legítimo de la propia injusticia; suciedades válidas y limpiezas de ocasión; cuentas bancarias y plata en el colchón; puchero de entre casa y oro impuro en casa de papá. Mi hermano, rey de papel de cuete, ejerce con amplitud de sinvergüenza e ímpetu de mediocre ensalzado, el reinado del tuerto. A veces me cuesta esfuerzo entender su éxito relativo, y otras no me cuesta ninguno.

          El caso es que Pancho, el triple Ancho, cayó con su inmoral burguesa al velatorio y sepelio de nuestro maestro de primaria, que le había enseñado todo lo contrario. Antes de mi llegada ya estaba Cholita, la única mujer honesta de la que me jamás me enamoré: con Cholita éramos novios a los ocho años. No haberla visto durante treinta y uno fue quizás lo más sabio de mi destino ingrato: mi padre habría trabajado sobre esa relación para ridiculizarla, censurarla y finalmente deshacerla de la manera más ejemplar para sus propios ciegos. Pero en fin, no sé si Pancho sabía o no que Cholita era mi novia; lo que sí sé es que en pleno velorio le dijo tantos piropos que hasta le dio vergüenza a uno de sus antiguos camaradas, un simpático estructural que entonces lamenté no fuera compañero mío. Cholita, que como dije es la mujer más honesta que conozco, lo paró en seco, aclarándole que él sabía muy bien que soy la novia de tu hermano, y que entonces algo así como para qué preguntás. Cholita sabe lo sorete que son todos: yo le conté y por suerte percibe la verdad de lo que digo, y también por suerte, por única vez en la vida, alguien toma incondicionalmente partido por mí.

          Lejos de acusar el golpe, Pancho Chancho continuó con sus requiebros y miradas. Por ejemplo, cuando Cholita iba, el Pancho la seguía con la vista, desoyendo al que le hablaba, quizás mirándole el culo de mina de veinticinco años que tiene a los cuarenta y pico, el porte de mujer, la seducción de su estar. Vendría queriendo relojear en qué había fallado yo al elegirla, una cosa de ésas de las que él aprendió a obtener ventaja relativa. Le preguntó si tenía hijos, pues -pensaría-, si así era, no serían míos: ahí, por ejemplo, tendríamos un punto de crítica. En mi antigua familia carnal está mal visto que uno tenga una novia o una esposa con hijos de otro, y por extensión, también están mal vistos esos niños (a veces, una forma de despreciarlos consistía en darles algo de comer como a cualquier niño y acercárselo con un gesto que indicaba algo indefinido, que mal traduzco yo ahora: "no quisiera estar ofreciendo este plato a este chico, que ni siquiera tendría que estar acá; pero es un niño como cualquiera y a los niños hay que ofrecerles algo de comer; todo esto podría haberse evitado si J... hubiera tenido un poquito más de criterio y hubiese sido capaz de conseguirse una mujer en serio; pero qué criterio va a tener este enfermo).

          Cuando llegué a la casa de velatorios, saludé a unos cuantos que reían, y en seguida le pedí a Cholita que me acompañara al cajón. Pancho Gancho de Carne, que milita del lado del Psicópata y que por dos mil dólares me ayudó a vender la casa para que me fuera a la mierda hace tres años, me fue presentando gente que yo ya conocía ("acá tenés a Lucía... Marta... Danielito...), y al llegar a Cholita, como para que yo supiera que se había enterado de la cosa, dijo, con la misma entonación que venía utilizando en la enumeración de personas/cosas: "...tu novia...". Cholita me miró mordiéndose el labio inferior.

          Fuimos entonces a ver el cajón cerrado dentro del cual yacía nuestro maestro, muerto hacía ya dos días y cuyo cuerpo venía de sufrir una autopsia. Con Cholita llorábamos abrazados. Un empleado de la cochería sellaba con estaño la tapa. Recordé su bonhomía, su hermosa vocación que desarrolló durante más de cuarenta años. Su transpiración de padre, su austeridad. Un hombre sencillo que, quizás por eso, se hallaría inmunizado contra la maldad. Un tipo sano y digno, con diez o doce pensamientos claros que lo hicieron un hombre fuerte, y así enseñó a ser fuerte y a expresarse con claridad, también a los que, en adelante, sólo pudieron manifestar claramente los reflejos de su individualidad egoísta, pormenores de lo que su difusa dotación les hacía ver como emergentes de un principio del placer construido solamente desde el apetito. Frente al cajón, mis deseos de reconocimiento, transformados en soberbia, me hacían imaginar una escena de discurso con motivo del entierro, llorando como lo estaba haciendo en ese momento, y finalizando la locución con intenciones que, a pesar de mi neurosis, se me ocurren verdaderas: "Se va un hombre bueno, que nos ha enseñado a ser buenos. Ojalá hayamos podido aprender..."

          En tanto, el camarada simpático del Salchichón recordó que el pseudoburgués de mi hermano carnal había comenzado a estudiar piano en sexto grado. Le sugirió una reunión, a ver cuándo nos vemos y te tocás algo, pero el Ungulado, sonriendo como un Cerdo de Cheshire, desgañitó que por qué no les decimos que vengan a todas estas chicas que están acá, como si la reunión fuese en verdad una romería. El amigo reconoció la desubicación cerrando los ojos y tomándose la parte superior de la nariz con el índice y el pulgar. No obstante, "consiguió" en aquella antesala algunos números de celular, bajo promesa de que le avisaran cuando se hiciera la fiesta.

          Una vez sellado el féretro, despedimos en la vereda al automóvil que lo condujo hasta el cementerio. Yo no uso anteojos de sol, pero ese día no sé por qué me dio vergüenza que me vieran llorando, en especial la Señorita Repetto, otra alma buena que lo va a sobrevivir todavía mucho tiempo. Hasta que partió el cortejo, mi hermano siguió saludando colegas como si se tratase de una Convención de Ex Alumnos, riendo siempre.

          Don Pancho Lleno no siguió el acompañamiento hasta el momento de la sepultura. Con Cholita tomamos un taxi y seguimos llorando el responso y el entierro.

          Luego me enteré de que, a la vista de más de una libertina, mi hermano dio el aspecto de ser una persona simpática.

sábado

Una tarde en el cementerio de Balcarce

Hace tres años estaba muy solo.
Todas mis producciones eran despreciadas.
Ahora la cosa varió un poco; pero de aquella época traigo este recuerdo, que ya publiqué en otro lugar.
La muerte tiene tantas otras formas.



Al fondo de la calle 39 se erige el Cementerio de Balcarce, Art Deco futurista entre la palmaria ignorancia.



Letras Metrópolis del Arq. Francesco Salamone, bizarría pampeana nacida de la inconmensurable corrupción del gobernador Fresco



Traspuesta la fachada, la serranía muerta preside las tumbas blanqueadas a la cal, muchas abandonadas.



Bóvedas de pequeños arrendatarios que hacia el Oeste enfrentan a los sepulcros terrosos de los desposeídos, un escalón más arriba.



El mismo Ángel de la Opulencia que se repite en Recoleta, esta vez despojado de toda mística. Miedo de los concurrentes de que se le caiga eso que tiene en la mano.



Las tumbas serán sanas y limpias, para descanso y no para castigo de los cuerpos retenidos en ellas.
En todo lado se cuesen ava.



Campeón burgués de la moral, muerto en 1923. Habría cumplido a la fecha 150 años, junto a su fiel esposa y a sus amadas hijas, inmersas también todas en un irreversible estado ficcional.



Dust to dust, ashes to ashes. Lesson eleven: The Dust and the ashes are on the coffin.



Más adelante, descubrimos que en todo espejo plano la imagen se forma en la intersección de las prolongaciones de los rayos reflejados.


Un gran jardín de infantes en el que predomina la calma.
Se ha muerto mi niño, mi niño, mi niño, mi niño hermanó.




Ángel de la Erosión y del Olvido



Cara de Ángel que ha muerto con su protegido. Prodigios de la fauna y flora cadavéricas.



Obviously, Fangio.
Despreciado por sus coterráneos, la calle que lleva su nombre en Balcarce es la 13.


Al final de la travesía, abandonamos la necrópolis, dando a nuestros nuevos amigos las seguridades de un pronto regreso... ¡Post tenebras spero lucem, adiós!