domingo

Coincidencia

          River Plate, mi equipo, se fue a la "B".

          Yo hace rato que también.

sábado

A la debacle de hoy

[Gallinas.jpg]


Exiguas almas, faltas de coraje,
presas del tedio y de los millones
devastadoras de los corazones
indignas de pasión y de homenaje:


¡si despertara de la fría tierra
el artillero máximo, Labruna,
para gritarles desde la tribuna
que el fútbol es lo mismo que la guerra...!

¡Que la virilidad campea en ambos,
que ambos ponen a prueba a los varones,
que aquel a quien le bajan los calzones
debe dejar la vida sobre el campo!

¡Y no entregar el pabellón glorioso
ni abandonar el barco como ratas
ni como un animal abrir las patas
para que el enemigo pase victorioso!

Que peor que la muerte es la memoria
de sin luchar tenerse por vencido
y cacarear y regresar al nido
como aquella otra vez de nuestra historia.

¡Toquen degüello a aquella cobardía,
bajo la sombra de Ángel Amadeo!
Que aquel a quien se dio en llamar “El Feo”
¡jamás vistió plumaje de gallina!


Publicado en doblecontrasencillo el 9 de mayo de 2008.

Sangrando por la herida - Volumen Mil. Hoy presentamos: Elogio de los Soretes

          Es de imaginarse y presumir, en el contexto psíquicamente condicionado de mi familia, que las afecciones de mi padre y de mi madre no carecen de capacidad de interacción; antes bien, se solazan en el cuerpo de los pacientes degradándolos como es tónica de la dolencia, y además proyectan sus consecuencias y campos de influencia sobre aquéllos que se hallan dentro del radio voluntario de acercamiento, los cuales, en forma inevitable y amada, van armándose de una especie de cáncer invisible que lentamente determina sus pensamientos, sus acciones, sus costumbres, sus deseos, sus vocabularios y latiguillos y hasta su tono y entonación de voz.

          Hay mucha tela para cortar en este punto, pero quiero hablar hoy de un pequeño botón de muestra, protagonizado por mi hermano Fernando, quizás la Creación más cercana al modelo terminado pergeñado por el Psicópata. Cuando mi padre deseaba establecer un vínculo peyorativo, echaba mano de lo que hacía mi hermano, a quien tomaba de Ejercicio Tipo. Por ejemplo, habiéndole cierta vez dejado una suma a su cuidado por unas vacaciones que me tomaría, mi padre ilustró, como quien dice algo por decirlo: "Tu hermano acá trae más plata para que le guardemos". Había veces en que yo quizás estuviera hablando con alguien en la mesa, algún amigo, algún otro pariente; mi padre, por sobre mi discurso, miraba a mi madre y le mostraba las manos: "Mirá mis manos y mirá las de éste. Fernando tiene las mismas manos que yo. Éstos lo único que hacen es hablar, pero hacer, no hacen un carajo". De mi hermano ponderaba su habilidad manual y su espíritu de zorro para los negocios. Desplegando su herramienta psicopática, alcanzó a terciar en un pequeño intercambio de ideas que tuve con su esposa, que, dotada de una nueva identidad al adherir como cónyuge de mi hermano al sistema de mi padre, intentaba promover sus primeros ensayos discursivos, con la familia callada y saturada de comida como escenario, esta vez sosteniendo con énfasis de salario que alcanza y festejada entidad de opinante (familiarmente) calificada que la Eduación Física es una ciencia en sentido estricto. Para papá, yo partía de un concepto erróneo de lo que significa "ciencia", noción que para él tendría, en ese momento, muchas acepciones, por lo que habría que darle la derecha a Zulma, la esposa de Fernando, y entonces reía y gritaba el nombre de algún sobrinito que aparecía por ahí; Zulma abandonaba la conversación y sonreía o decía alguna pelotudez del tipo “arreglate el pantalón que mañana lo tenés que llevar al colegio”, miraba a mi papá y sonreía; mi hermano Fernando contemplaba los restos de comida de su plato y los cuchillos sucios con alguna satisfacción más o menos filosófica, el esposo de mi hermana le decía “¿vamos?”, mis abuelas contaban hacia atrás, mis tíos refirmaban el hecho de que yo no era tan inteligente, algún otro sobrino bebé se cagaba encima con el beneplácito de la concurrencia, mi padre alzaba gritando y cantando al niño que echaba líneas de saliva sonriente, yo quedaba con el concepto de ciencia encajándoseme en el orto –al cual habían domado para que por toda mi vida me guardase toda la mierda- y a mi mamá se le ponían solferinas las mejillas de la peor parte de Italia, a las que coronaba sobre la nariz rústica un flequillo hecho de rulos toscos y molidos a desidia. Todos entonces callaban; mamá, también. Zulma es maestra de Gimnasia para niños de Jardín de Infantes; a veces enumera los beneficios del llamado Estatuto del Docente.

          Yo sé que si algún defecto tienen estas cuartillas que ofrezco al mundo es su desorden, el mismo grotesco de los aullidos de mi padre queriendo proyectar Su personalidad sepulcral sobre los renglones de los libros orales, con el fin de destruir toda subjetividad, toda alteridad. Pero es que hoy mismo, Fernando me ha vuelto a demostrar que es un sorete.

          Véase si no esta cronología: hace siete años, Fernando llevaba casi once sin dirigirme la palabra. Mi padre había intervenido en una discusión entre ambos adhiriendo al criterio incompleto de mi hermano; las palabras llevaron a una ruptura fraternal que mi padre alimentaba a cada bocadillo. Cuando Fernando se sintió ofendido –su umbral de irritabilidad venía perdiendo cota desde que el estómago abarcador de mi padre se había sentado sobre él para hundirlo y provocar el desastre-, cuando se sintió ofendido, digo, decidió empezar a los golpes; mas mi padre, en un rapto de llamado a la cordura tan histriónico como los cincuenta y tres años que precedieron a ese momento, lo abrazó para contenerlo; Fernando forcejeó también construyendo el tinglado de la antigua farsa; mi padre decidió tirarlo al piso y mi hermano entonces siguió pataleando y gritando, en busca de la confrontación materialmente boxística. Por entonces vivíamos en una casa enorme que era el circo de su tiranía; en un living-room muy alejado, mi madre, culpándome de la debacle, me dijo: “sos un hijo de puta, un hijo de puta. Mirá lo que hiciste. Sos un hijo de puta”. Al día siguiente, mi padre hizo que me echaba de la casa. Luego, por casi once años, no hablamos. Ese período es uno de los más tristes, grotescos, degradantes y exponentes de la real mierda que son todos esos hijos de puta, beneficiados por un orden construido por uno solo, adláteres de la pija hedionda de mi padre.

          A salvo los malos recuerdos, estoy alejado de toda esa mierda.

          Los once años pasaron y un día, en un parque de diversiones, un juego mecánico le pulverizó la columna a Zulma, la maestra de gimnasia. A los cuarenta y cinco minutos –después de once años de silencio al que con el mismo grotesco le habían embadurnado el carácter admonitorio- Fernando me llamó, para que me hiciera cargo del reclamo judicial a la empresa dueña del juego (un barco de esos boludísimos que empiezan a hamacarse como un gran vientre materno; no sé cómo se golpeó mi cuñada; casi queda paralítica). Con el dinero de la indemnización de mi hermano, pagué aquí y allá a muchos profesionales que de otro modo habrían obligado a someter a toda su familia a un juicio de entre diez y quince años como resultado del cual nada se habría cobrado, pues Zulma, maestra de gimnasia, se repuso perfectamente a los tres meses de la hecatombe, oportunidad en la cual un amigo la vio bailando murga a los saltos y tembleques de alegría, instada por la venia de mi padre, que construía realidad repitiendo frases del tipo "esta chica ya está bien".

          Para el olfato fenicio de Fernando, la indemnización conseguida significó la punta de un ovillo negocial que mi padre comenzó a destacar como ejemplo de tesón y brío en la propuesta y logro de los objetivos de la vida. También contaré algún día cómo restó toda importancia a mi trabajo como abogado de aquella oportunidad, dejando claramente sentado que aquello constituía “un arreglo entre ustedes”.

          El caso es que mi hermano montó una tienda de reparación y venta de artículos para esparcimiento, que comenzó a dar frutos enseguida. La casa –un galpón que desde la vereda no daba el aspecto de ser un local comercial- fue ganando clientes que lentamente rebasaron los límites de la ciudad y su conurbano. No era improbable, por ejemplo, que un domingo Fernando comentara como al pasar que había llegado tarde al almuerzo porque había tenido que estar encima de los embaladores para terminar el envío que tenía que salir sí o sí a las dos de la tarde para Santa Rosa del Valle del Culo Abierto, municipio en el que había contactado un cliente vía Internet, y cosas así. El tipo venía haciendo guita bien y, aunque me diera por el quinto forro de las pelotas, yo pensaba: “se la está ganando, es una muestra más de que hasta la hostia se transforma en mierda, pero no se puede discutir nada, nada”.

          Hasta que se cebó, como toda la clase media argentina cuando ve que las bananitas disecadas de Brasil le dejan el cuatrocientos por ciento. Entonces, con la guita de lo que le producía el galpón, compró una casa a uno que estaba reventado, le cambió ponele las ventanas, y la vendió al doble. Con esa plata compró otra casa más grande a otro que le pasaron el dato que había quedado en la lona, contrató por dos pesos un albañil viejo que necesitaba la plata, la arregló un poco y la vendió al cincuenta por ciento de ganancia. Con el producido menos un poco que gastó en viajar a la Patagonia con toda la familia, buscó en el ambiente algún otro que estuviera bien hecho mierda para comprarle la casa por dos pesos, contrató tres obreros de la construcción en negro y se la vendió a un boludo que le creyó las bondades que el inmueble no tenía. Un día decidió terminar de reventar a dos desgraciados que tenían que vender la casa para sobrevivir, y entonces compró dos casas a la vez, las mandó arreglar por cincuenta centavos poniéndoles cortinas baratas y tablas de inodoro de plástico quebradizo y se las vendió a otras dos familias mamertas que se las compraron a precio de oro.

          Producto de una sucesión en la que los herederos se pelearon, compró su propia mansión, la que equipó y acondicionó con trabajadores de cinco al mes.

          En medio de esta dicha yo había decidido volármelas al campo y le pedí que vendiera mi casa, tal era su mano para este oficio y su habilidad, que él comentaba proveniente de una facultad extraordinaria cuya existencia a él mismo sorprendía. En pocos meses, por dos mil dólares de comisión, la vendió, sin advertir que lo estaba poniendo a prueba…

          …que acaba de no superar…

          …porque, cebado como se dijo, y adscripto al mundo imaginario de mi padre –que recorrió el mundo desarrollando una economía honrada, pero ininterrumpidamente al margen de las disposiciones legales sobre la materia-, subido al aluvión dinerario de la compraventa y del paradigma costo-beneficio, los intelectuales de oficina que mi padre le había enseñado a despreciar no dejaron de advertir que un tipo que ni siquiera tiene número de identificación tributaria se había comprado no sé cuántas casas en tan pocos años. ¡Sospecha de evasión impositiva!, y todo objetivamente a la mierda.

          Así que Fernando el Fenicio comenzó a buscar el modo de justificar el ingreso que lo había llevado a comprarse la primera de las mil casas, para de algún modo inventar a la autoridad que se mudaba a una casa cada vez más vieja y que con su trabajo personal la embellecía para venderla más cara y comprarse otra derruida ese mismo año y declararla como "vivienda única"; y que se encontraba separado de hecho de su esposa y que por eso compró una vez dos casas, que incluso una está la mitad a nombre de ella, pero que después se amigaron y que por eso vendieron ambas casas para buscar una sola en que asentar el hogar conyugal reverdecido, hogar que volvieron a cambiar pocos meses después porque las peleas también reverdecieron y hubo que comprar otra vez dos departamentos al precio de uno, que arreglaron cada uno de los indecisos cónyuges para luego amigarse y asentar sus ojetes en uno solo nuevamente, que no sé cómo ustedes en su registro tienen una dirección diferente del lugar en que vivo.

          Mi hermano Fernando, que después del episodio de la pulverización de las vértebras de su esposa gimnasta casi no volvió a hablarme, y que por escasos dos mil dólares se montó en la espalda como un burrito Ortega la misión de hacer mierda mi casa así me iba siempre -como también quería el Psicópata-, ideó entonces el medio para sonreír con algún viso de eficiencia al Recaudador de Impuestos. Decidió, así, contactar a mis allegados para que alguien le alcanzara el Acuerdo firmado con la empresa proveedora del juego mecánico, hace seis años, por el que se le acordaba a su esposa la suma indemnizatoria. Es decir: hace seis años, acaecida recientemente la tragedia vertebral, no dudó en comunicarse conmigo; hoy, sorete como es, en consonancia con la orden psicopática de mi padre acerca de mi inexistencia, olfateaba mi entorno con el objetivo roñoso de sólo satisfacer su interés inmediato sin involucrame/se.

          De más está decir que yo había quemado ese documento no bien me vi solo y despreciado, en una muy pequeña hoguera que organicé sobre una asadera oxidada en una casa perdida entre latitudes que a nadie interesan.

          Para resumir y no agobiar al lector, transcribo el correo electrónico que le envié minutos después de conocer su estado de necesidad. Y a continuación, la respuesta que lo pinta de medio a medio:

Fernando, la Dra. Garsuletti me informó sobre tu pedido del convenio firmado hace años por el accidente de Zulma.

En verdad creo haberte dado una de las copias; yo sí tenía una fotocopia simple, que se extravió junto con otras muchas cosas en alguna de las seis mudanzas que en los últimos tres años y medio hice desde y hacia el Interior.

Quizás quieras hablar con el mediador que intervino en la negociación; te paso los datos: Dr. Severo Fecalote, con oficinas en la calle Desolación n° 14.895, piso 117° departamento "Épsilon", teléfono 9000-9000-9000-8000. Los autos estaban caratulados "Abdominal, Zulma y otros contra Robocop Soñado S.A. sobre Daños y Perjuicios con lesiones", y la compañía que cerró el acuerdo fue Repudio Compañía Argentina de Seguros S.A. (el apoderado de Repudio Seguros fue el Dr. Jorge Martínez Mendaz).

Deberías pedirle que te permita obtener una fotocopia certificada del acuerdo, que se celebró entre la última semana de mayo y la primera quincena de junio de 2005, posiblemente el día 10 de junio de 2005 (que fue la fecha del primer cheque). Esto lo sé por los archivos que tengo en la computadora. No creo que te cobre honorarios por la gestión, pero posiblemente la tenga tarifada.

En las fotocopiadoras que están en la calle Pasto entre las de Cardo y Paja Brava hacen fotocopias certificadas por escribano. Dejás el original y lo retirás en unos 20 a 45 minutos junto con la certificada. Si no hay personal del estudio de Fecalote que pueda acompañarte, ofrecele dejar tu documento de identidad en su oficina mientras hacés el trámite.

Espero haber sido de utilidad. Un saludo, Pietro.-

          Y la respuesta, luego de tres años más de silencio, luego de haberse enterado de que, a pesar de haber vendido mi casa, yo había vuelto a vivir en la Ciudad; a pesar de que le habían sugerido que no existía; a pesar de su dicha pasada. Ésta fue su respuesta de mierda, su eructo frente al oro que lo sacaría de su situación de ilegalidad manifiesta:

Gracias!

Abrazo.

F-

          Resulta obvio que los internos de un campo de concentración la pasaron peor, al igual que los violados, los abusados, los presos inocentes y toda la estirpe de desgraciados a los que sólo la posibilidad de Dios viene a atenuarles la angustia. En ese punto empiezo a sostener que me quejo de lleno, como le gusta decir a la clase media de por acá.

          No obstante, desde mi sufrimiento-almohadón, no puedo sino reconocer que estos excrementos nos vienen dados para que la Humanidad tenga alguna dinámica. De otro modo, las cosas serían perfectas, y sabido es el axioma según el cual si no hay falta, no hay deseo, y entonces tampoco habría voluntad ni acción, y vaya uno a saber si como consecuencia de ello la energía no tuviese dónde fluir, abandonando a los planetas y al Universo todo en la pasividad más intrascendente, que vendría a ser precisamente la muerte.

          Brindemos, pues -aunque termine siendo mentira toda esta historia de la presión tributaria-, por el acierto de la Naturaleza de haber colocado en el mundo porquería como la que ejemplifica y representa mi hermano Fernando, pues ésa y no otra es la laya que motoriza el Cosmos. Como la podredumbre infecta y revuelta de los dinosaurios que, hecha combustible, se nos ha prodigado en especie de bálsamo que promueve el comercio y nos conduce hacia los confines hasta ahora ignorados de las Geografías, expulsa los materiales saludables de todos los sustratos, surca sin temor los mares oscuros y aun vigoriza nuestra trascendencia, conectándonos con civilizaciones todavía desconocidas allende el Sistema Solar.

Razón de vivir

          Desde hace unos 10 años los perros, en vez de gruñir o morderme como lo hacían antes, se acercan y me siguen. La prueba de fuego de este don ocurrió de casualidad en 2008, en un pueblo del Interior: una pequeña jauría salvaje bajó de una sierra a los ladridos de combate irracional; yo era el único en la calle de tierra y la casa más cercana -un rancho de material deshabitado y sin batientes en las ventanas- se veía a la luz escasa del final de la tarde, a unas dos cuadras de campo. Me quedé quieto, y entonces los siete u ocho perros detuvieron su carrera y se quedaron mirándome, con la lengua afuera y los ojos brillosos. Les di la espalda y seguí caminando; y hasta la primera calle de cemento, a la que llegué ya de noche, me acompañaron, a veces aplastando la nariz inmunda o golpeándose el lomo contra mi pierna, a veces queriendo esparcirse con los cordones de las zapatillas, a veces saltando sobre mí y moviendo la cola. Al primer semáforo, volvieron corriendo en dirección a la sierra.
          Con los chicos me pasa lo mismo: retozan a mi alrededor y procuran mi atención; cuando no pueden sino demostrar inteligencia, generamos una empatía dichosa cuya emoción dura hasta la adolescencia. Cuando, en cambio, su futura mediocridad se trasluce en el embrión de sus miradas sin contenido, no me impulsan sino un licuado de piedad y repulsión, igual que los que tienen cara de adulto.
          Le comenté a Cholita, con quien parece finalmente que nos amamos, que la demostración más irrefutable de que me acecha la miseria es precisamente el hecho de me buscan para interactuar los niños babeados y los perros. Pero Cholita repuso:

- Terminala. Terminala con ese tema. Los perros te siguen porque vos sos bueno, ¿no te das cuenta?

          "Sí", pensé, "por eso me dan miedo", y entonces tuve uno de mis segundos de tragedia, como cuando sueño que soy solamente una parte de mi cuerpo que, aunque inútil, vive, y que viajo compulsivamente con otras porciones de hombres (brazos sueltos, troncos sin cabeza) en un tren de paredes de madera a Auschwitz, y que muelen a patadas a un niño delante de nosotros, los prisioneros civiles, cagándose de risa.